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ANÁLISIS CONSTRUCTIVO DE LOS PUENTES ROMANOS

Ponencia presentada y publicada con motivo
de I Congreso sobre las Obras Públicas Romanas
celebrado en Mérida el 15/11/2002.


Manuel Durán Fuentes © 2002

TRAIANVS © 2003


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Los puentes han gozado a lo largo de la historia de un amplio reconocimiento social, apreciable en numerosas referencias recogidas por la tradición popular y la documentación histórica, pero no tanto en el nivel de estudios y tratados – recordemos que el primero específico lo Henri Gautier en 1716 – que es bajo si lo comparamos con el de las obras arquitectónicas. Han estado en una parcela relativamente olvidada de la historiografía pues, en general, los historiadores han tenido poco interés por las obras públicas antiguas y tampoco los ingenieros les han dedicado mucha atención.

A partir de la definición de nuevas políticas de conservación y valorización desarrolladas en Europa en la segunda mitad del siglo XX, cuando el concepto de patrimonio se extiende más allá de los monumentos arquitectónicos, la tendencia cambia y se comienza a reconocer el valor histórico y patrimonial de muchas construcciones técnicas (antiguas instalaciones industriales y en general las obras públicas históricas), y a establecer nuevas categorías del patrimonio cultural. Dentro de este nuevo contexto y en los últimos decenios se han publicado algunos trabajos sobre puentes antiguos que, en general, describen la obra y aportan documentación de tipo histórico, pero no profundizan en el análisis de las fábricas que tiene mucha importancia en la investigación de su historia constructiva, sobre todo de aquellos puentes más antiguos de los que no se conserva documentación.

 

El puente romano.

La construcción de puentes siempre ha sido un acontecimiento singular y de un coste económico y técnico elevado incluso en época romana. Requiere la presencia de personal especializado que generalmente estaba encuadrado en el ejército, con mucho oficio y y sometido a una precisa normativa oficial. Sus obras, paradigmas de buena construcción, las ejecutaron de manera sólida y estable, sin concesiones a la ligereza y con una clara intención de que sus obras durasen toda la eternidad. El arquitecto del puente de Alcántara Caius Iulius Lacer así lo dejo inscrito pues levantó la obra para que durase “por siempre en los siglos del mundo”.

El notorio y sistemático rigor constructivo de los puentes en todo el territorio de lo que fue el imperio romano, permite identificarlos de otros posteriores una vez sistematizadas sus características constructivas. En esta tarea de identificación no siempre se ha procedido de modo riguroso pues con relativa frecuencia se han considerado como romano algún puente antiguo solo por poseer bóvedas de piedra de una antigüedad imprecisa o simplemente por llamarse así desde tiempos inmemoriales. Tampoco consideramos acertado llamar romano a cualquier puente de época incierta que se halle donde existió otro de esa época. Creemos que este adjetivo debe reservarse a los que poseen la práctica totalidad de la fábrica original o a aquellos que, conservando una parte de ella, las reconstrucciones posteriores no impiden reconocerlo como un puente de clara tipología romana. Por ejemplo el puente de Sommieres en la Provenza (Francia) se puede considerar romano, a pesar de estar muy reconstruido, pues conserva la forma y muchas características específicas de estas obras.

En cambio la Ponte Vella de Ourense no la podríamos considerar como tal aunque  conserve parte de la obra original, ya que las reconstrucciones medievales y modernas han variado completamente la forma primigenia.

Otros puentes dudosos que no poseen claros restos romanos pero si ciertas condiciones de carácter histórico y algunas de las singularidades constructivas de las obras de esa época,  los hemos denominado como “de tradición constructiva romana”. Se podría suponer que en estos casos hubo en ese lugar una obra anterior de época romana de la cual quedan solo esos recuerdos materializados, en ocasiones, en su tipología y en ciertos aspectos constructivos.

La falta de rigor en esta identificación ha repercutido negativamente en los inventarios publicados estos últimos años, pues se han incluido puentes que en absoluto son de época romana pero que así han sido considerados. Es frecuente que esto suceda en estudios de la red viaria romana pues la existencia de restos romanos más o menos imprecisos o imaginarios es la mejor prueba del paso de trazados más o menos especulativos.

Para tratar de identificar este tipo de obra pública se debe partir del análisis sistemático de las singularidades constructivas de los puentes que han llegado hasta nuestros días, que desgraciadamente no son muchos. Normalmente su desaparición se ha debido a la acción destructiva de las crecidas pero también en ella ha incidido la mano del hombre con ocasión de las guerras en las que el puente siempre ha sido considerado como un objetivo estratégico.

El número de puentes que se conservan en Hispania  solo es de treinta y tres. Quizá parezca un número bajo, pero creemos que hoy por hoy no hay más que hallan sido identificados con seguridad. Sin duda en el futuro aparecerán más que incrementen este número, sobre todo de mediano y pequeño tamaño, cuando se avance en los procesos de identificación, en la realización de nuevos estudios de este patrimonio y en la revisión de los ya realizados.

 

La disposición del puente romano.

El P. Pontones definía a los puentes como “unos caminos sobre las aguas que se han de juntar con los de la tierra” por la clara continuidad que dan a la red caminera para superar ese obstáculo. La necesidad de su construcción surge por la existencia previa del camino y del obstáculo a salvar, y los dos le confieren carácter y unicidad. También se lo imprime el entorno y la forma que le da el proyectista con el gusto y la ayuda de la técnica de su tiempo. Después de construido es cuando toma fuerza, transformando el entorno al crear y organizar nuevos espacios y paisajes.  

El puente es una obra humana que responde a un acto de voluntad consciente, y es deseo del autor darle una tipología estructural determinada. En el caso de los puentes romanos se aprecia como el carácter práctico de sus constructores, su gusto por las cosas sencillas y bien ejecutadas, la rapidez y la economía están siempre presentes.

El puente romano más habitual es el construido con materiales pétreos. Sin embargo en numerosos ocasiones se construyeron con otros materiales menos duraderos de los que apenas quedan restos o noticias. Una peculiar fuente de información de estos puentes construidos sobre todo durante las campañas militares, es la Columna de Trajano conservada en el Foro Imperial de Roma. Labrados en su fuste se aprecian diversos modelos como los ejecutados con barcas y plataforma de madera, los de vigas de madera sobre caballetes del mismo material similares al que construyó Julio Cesar sobre el Rhin y que describió con gran detalle en su obra “La guerra de las Galias” y el más conocido de ellos construido por el arquitecto Apolodoro de Damasco sobre el río Danubio, formado por veintiún arcos rebajados de celosías de madera de 32,50 m de luz libre - una de las mayores luces alcanzadas por los ingenieros romanos - apoyados en pilas macizas de piedra de 44 metros de altura.

 

La característica más sobresaliente de los puentes de piedra es la maestra utilización de las estructuras arqueadas o abovedadas de forma semicircular y en menor número con directriz rebajada que desarrollaron espléndidamente a pesar de carecer de antecedentes constructivos. La historia del puente está unida a la del arco, uno de los artificios logrados por la inventiva humana, ya que gracias a la colocación y a la gravedad de sus pequeñas piezas, las dovelas, permite superar el vacío y asegurar su estabilidad. Es el elemento constructivo que permite a la materia vencerse a si misma, como se desprende, según Fernández Casado, de la frase latina del puente de Alcántara ars ubi materia vincitur ipsa sua.  

En el planteamiento inicial del proceso constructivo los ingenieros romanos estudiaban y resolvían una serie de problemas previos ineludibles como la ubicación, la cimentación, los materiales y el modelo de puente. La existencia de un buen firme en las orillas y la abundancia de materiales adecuados que les permitían construirlo rápida y económicamente fueron las principales cuestiones que más influyeron en la decisión definitiva. Quizá sea la componente económica la que más llame la atención pues se tiene una idea preconcebida de que los recursos eran muy grandes y en consecuencia era una cuestión que no tenían en cuenta. Al contrario, según A. Choisy, “el genio de los romanos siempre supo conciliar la pasión por las grandes empresas con la economía; el tamaño con la elaboración de métodos de fácil ejecución” (Choisy 1999, 5). Los motivos que llevaban al ingeniero romano a decidir la tipología del puente los desconocemos pues no hay testimonios que aporten datos sobre este tema. Es una cuestión sobre la que únicamente se puede especular y así por ejemplo, pensar que el número de arcos y sus luces estuvieron determinados por las características del terreno (p.e. en el puente de Ourense), que la rasante de la plataforma la fijaron por la forma topográfica de las orillas o que el nivel alcanzado por determinadas avenidas conocidas fue el factor decisivo que concretaba el modelo, al fijar la altura y el número de arcos. La anchura de la plataforma normalmente era similar a la de la vía que servía, con medidas que variaban entre los 5 y 8 m.

El sistema constructivo elegido vendría determinado por los materiales a emplear, la sencillez de los procedimientos, la economía de los medios y el sentido práctico de las soluciones elegidas, buscando siempre la durabilidad del puente.

 

1.- La ubicación de la obra

La elección del emplazamiento la realizaron teniendo en cuenta los condicionamientos previos que lo determinaban: el trazado de la vía, el posible aprovechamiento de un camino anterior, la existencia de una población ribereña, la morfología del cauce y las características geotécnicas de la zona elegida.  

Las alineaciones rectas a gran escala con las que los ingenieros romanos trazaron las vías, eran las que determinaban, en primer lugar, la ubicación de la obra que abarcaba una zona evidentemente amplia. Al descender en la escala territorial y al tratar de fijar el lugar de ubicación eran ya otros factores los que entraban en juego, como la existencia previa de un camino anterior, la forma de cauce o las condiciones geotécnicas del terreno. Como dice el ingeniero Eugenio Rivera “... ya de antiguo se situaban los puentes en los estrechamientos de los ríos, donde las márgenes suelen ser más firmes” (Ribera 1936, 35). Las obras en estos sitios eran por tanto más cortas, económicas y duraderas y el trazado del camino se adaptaba al puente y si era previo a éste se modificaba. A veces exigía realizar costosas obras de acceso para darles una pendiente reducida cómoda para el tránsito. En la Via Nova de Bracara a Asturica y en el tramo de acceso al Ponte Bibei realizaron importantes excavaciones en la roca esquistosa de los Codos de Larouco, con taludes perfectamente labrados a pico que llamaron la atención de viajeros como el Licenciado Molina (1550) que le parecía imposible que los romanos pudieran haber hecho obra de tal magnitud y Ambrosio Morales (1577) que destaca el esfuerzo por hacer el camino llano tajando durante una legua la roca viva (Alvarado, Durán y Nárdiz 1989,  56).

El desacierto en la elección del lugar de implantación con un terreno de baja capacidad portante es la causa más frecuente de la ruina y desaparición de muchos puentes romanos. El puente de Narni en Italia, uno de los grandes puentes de época romana, debe su colapso a este motivo pues la mala calidad del terreno sobre el que asentaron las pilas centrales facilitó su socavación que provocó su vuelco y la consiguiente ruina de la bóveda central.

 

2.- Los materiales

El tipo de material utilizable en la ejecución de un puente y la forma de aparejar la fábrica son decisiones importantes del constructor. Los diferentes materiales tienen su propio lenguaje y cada uno de ellos expresa de distinta manera su comportamiento estructural; los más usuales en época romana han sido la madera, empleada en obras de las que apenas se conservan algunos restos en A Pontóriga (Ourense) y en El Garro sobre el río Almonte muy cerca del Puente de Alconetar (Fernández Casado 1980, s.p.), la  piedra muy utilizada sobre todo el granito, la caliza y la arenisca y quizá el esquisto (todavía no se ha identificado un puente romano construido con este material) y el ladrillo, muy frecuente en la construcción en general. En Hispania solo se ha identificado un puente hecho con este último material, la Alcantarilla de Mérida, construida en el antiguo camino de Emerita a Bracara. Es un buen ejemplo, a pesar de su pequeño tamaño, del correcto empleo de los tres materiales más usados en la construcción romana, de modo que sus diferentes características materiales fueron aprovechadas de la forma más ventajosa: la piedra más dura y resistente en las boquillas, el ladrillo más débil en el interior de la bóveda y el hormigón se vertió en la clave para evitar la costosa elaboración de esta pieza.

El ladrillo también se empleó en otras dos posibles obras romanas, el puente Romano sobre el río Odiel cerca de Aracena que daba paso a la vía entre Urion y Arucci y en el puente de Carmona.

 

3.- El desagüe

Todavía no hace muchos años el ingeniero J. Eugenio Ribera reflejaba el estado de la cuestión a principios del siglo XX al estudiar los hundimientos de puentes producidos por las crecidas cuando sus desagües eran insuficientes. Si las luces no son lo suficientemente amplias para el desagüe normal de las crecidas el río se remansa aguas arriba, produciéndose un salto entre la parte alta aguas arriba y el nivel a la salida del puente, que provoca el aumento de la velocidad de las aguas bajo los arcos que puede alcanzar la que produce la socavación de los cimientos. Ribera no creía en las teorías hidráulicas de la época ya que no las consideraba aplicables al diseño de puentes por parecerle algo fantásticas (Rivera 1936, 17). A pesar de que ya se disponía de algunas formulaciones teóricas aconsejaba confiar en la información extraída de los puentes inmediatos y en los datos de las mayores avenidas de la zona, a partir de los cuales ya se podía diseñar el nuevo puente para ser o no rebasable en función del tipo de valle. Quizá los ingenieros romanos tuviesen en cuenta similares cuestiones ya que si se rastrea este tema en los tratados de construcción desde el Renacimiento se ve que a lo largo de los cuatro siglos siguientes se mantienen prácticamente las mismas recomendaciones constructivas. Si se observa la disposición de algunos puentes como el de Alcántara o el Bibei, parece que su constructor pretendió que no se inundasen bajo ninguna circunstancia, mientras que otros como el Ponte de Chaves o el de Mérida, se ejecutaron de tal modo que desde el principio asumieron que podrían ser rebasados por las mayores avenidas. Para el caso del puente de Alcántara ya el maestro Fernández Casado habló de esto cuando escribió que “a primera vista parece desproporcionado a las condiciones hidráulicas del río, pero en cuanto se pone en relación con el nivel de máximas avenidas destaca su adecuación funcional”.

La experiencia constructiva de los romanos les llevaba a ejecutar elementos que mejoraban la hidrodinámica del puente, como los muros de  encauzamiento que facilitaban el paso del agua ya que reducían las perturbaciones producidas por el estrangulamiento bajo el puente, y los tajamares de planta triangular más o menos apuntada, semicircular u ojival, esta última mucho más escasa.

No dispusieron espolones en los paramentos aguas abajo de las pilas que hubiesen aminorado las peligrosas turbulencias que allí se producen.

 

4.- La composición.

La aptitud del artífice romano ante la composición de un puente es algo que desconocemos. Con carácter general Vitrubio aconsejaba que las edificaciones cumpliesen tres exigencias: firmitas, utilitas, venustas, es decir solidez, utilidad y belleza. El concepto teórico de la disposición constructiva era lo que denominaba y describía, con cierta confusión, la symmetria, que no es lo que actualmente entendemos por simetría, sino que se refería a que todas las partes debían estar relacionadas entre sí por su participación en un módulo de medida común, que es la base de sus dimensiones (Vitrubio l, II, 17). Mediante estas conveniens consensus entre las partes y el todo se consigue, según Vitrubio, la eurithmia. Las relaciones de medidas se determinaban mediante la aritmética, “... que resuelven intrincados problemas de las proporciones”,  o la geometría.

El ingeniero romano posiblemente hizo lo que Eugenio Rivera escribió en 1936: “... no motejemos a la experiencia y al empirismo, que es resultante de aquella; copiemos lo que han hecho otros, y no recurramos al cálculo sino con una fe proporcional a nuestra confianza en sus hipótesis” (Rivera 1936, 34), o el Padre Pontones en el siglo XVIII: “... seguir las huellas ya pisadas para buscar el acierto que otros han conseguido”. El gran mérito de los ingenieros romanos fue el haber sido pioneros en esta especialidad constructiva sin apenas precedentes en los que inspirarse, superando de un modo práctico las dificultades que todavía a principios del siglo XVIII reflejaba el ingeniero francés Henri Gautier como era resolver el espesor de estribos y pilas en relación con la luz de las bóvedas, el espesor de las roscas, la directriz de las bóvedas y el espesor de los muros de acompañamiento según su altura.

Es probable que tuviesen algún tipo de comprobación aritmética sencilla o geométrica que justificasen los diseños y proporciones adoptadas en sus obras. Hemos buscado en los puentes hispánicos las posibles relaciones entre sus dimensiones más importantes, y tan solo en el Ponte Freixo y el puente de Alcántara se encontró que sus luces están relacionadas según la razón áurea. Por la reiteración de ciertas características constructivas en puentes de todo el imperio, parece que la mayoría responden a diseños conocidos, más o menos ensayados, y a métodos constructivos probados. Por alguna de las cartas que dirigió Plinio El Joven al emperador Trajano cuando fue  gobernador de Bithinia (una parte de la actual Turquía) se sabe que la actitud inicial del arquitecto era muy pragmática e ingeniosa que le llevaba a los planteamientos constructivos más fáciles y baratos. Concretada la composición de la obra disponía con detalle todos los elementos que compondría la obra: los cimientos, el cuerpo de sustentación (estribos y pilas), los arcos o bóvedas, los tímpanos y la plataforma.

 

4.1 Cimientos

El arquitecto romano Vitrubio aconseja cavar zanjas buscando suelo firme, y en caso de encontrarlo construir los cimientos con mayor anchura que los elementos a apoyar y con la más sólida estructura. Sobre la profundidad no dice nada aunque es evidente que las condiciones geotécnicas del terreno en lo referente a la capacidad portante mejoran con la profundidad. Los Mappae Claviculae, documentos del siglo VIII d.C. (Mesqui 1986, 229), que entre otras cosas reproducen sistemas de cimentación superficial romanos, establecen que la profundidad de la cimentación será de un cuarto de la altura de la obra y aconsejan la búsqueda de terreno firme y que se desconfíe de los suelos mezclados con piedras, por lo engañoso que suelen resultar en cuanto a su firmeza.            

Para la construcción de los cimientos en medio del río recurrirían a desviar lateralmente todo el curso del río o a su contención durante el estiaje con presas provisionales, o al  procedimiento más sencillo de construir recintos secos que permitiesen asentar la sillería en capas firmes de terreno, con ataguías provisionales de tierra o pantallas de pilotes de madera, achicando el agua que se filtraba a su interior con tornillos de Arquímedes u otras máquinas hidráulicas.

A  veces los cimientos se realizaban con una primera hilada de sillares tumbados o con varias que se iban retranqueando con respecto a la inferior formando un ligero escarpe que favorecía tanto la cimentación al aumentar la sección de apoyo a la vez como el comportamiento hidráulico de la obra al disminuir el espesor de las pilas e incrementar la sección de desagüe. En caso de que cimentase en roca el lecho de apoyo se nivelaba labrando un plano horizontal o varios formando escalones, o simplemente se desbastaba groseramente quizá debido a la urgencia de la ejecución o a la confianza de conseguir un buen asiento acuñando los sillares con piezas de menor tamaño. Cuando los terrenos eran flojos y desconfiaban de su capacidad recurrieron a mejorarlos con escolleras o capas de hormigón de cal y canto, sobre las que posteriormente cimentaron.

En otras ocasiones dispusieron cimentaciones profundas hincando pilotes con la punta reforzada con azuches metálicos. Vitrubio aconseja, en este caso, proceder a hincar “estacas de chopo, de olivo o de roble, chamuscadas, metiéndolas a golpe de máquina”.

 

4.2.- Las pilas y estribos.

Las pilas y estribos, las cepas como los denominan los tratados antiguos de arquitectura, tienen la función de transmitir al terreno las cargas muertas o permanentes y las sobrecargas del puente, a través de las bóvedas que sobre ellos se apoyan. Los estribos reciben el empuje inclinado de una bóveda que debe equilibrarlo con su peso, transmitiendo a la cimentación la resultante de todas las fuerzas presentes. En cambio las pilas, sobre todo si las luces de las bóvedas adyacentes son iguales, reciben empujes equilibrados con componentes horizontales que se contrarrestan entre sí. Esto permite disminuir su espesor pues necesita menos materia para alojar la resultante en su interior ya que es prácticamente vertical. Esta intuición ya la tuvieron los romanos cuando construyeron las pilas de algunos puentes de arcos rebajados conservados en Padua (Italia), muy estrechos para la época (relación ancho pila/luz de bóveda de 1/8,2), que muestran la gran calidad técnica alcanzada. La estabilidad del puente con pilas tan estrechas se consigue siempre que las bóvedas se construyan a la vez y que a lo largo de su vida no se arruine ninguna de ellas puesto que no tienen la sección suficiente para albergar en su interior la resultante desequilibrada del empuje de una sola bóveda. 

En los puentes de Hispania la fábrica de estribos y pilas están realizadas generalmente con sillería almohadillada de labra, estereotomía y aparejo muy cuidados, a veces con hiladas alternas de piezas a soga y tizón. Esta singularidad constructiva ayuda a darle una mayor rigidez  a la fábrica de estas partes del puente, las más sometidas a la acción de las aguas. Esta trabazón también la mejoraban grapando los sillares con piezas de madera o metálicas muchas veces con forma de doble cola de milano.

El relleno interior suele ser de material granular (p.e. en el Ponte Freixo), hormigón de cal (A Pontóriga) y sillería (dos pilas del Ponte Freixo y Ponte Navea).

Una parte del puente muy problemática es el número de pilas y su tamaño, dado que alteran el régimen hidráulico del río. Los tajamares mejoran la hidráulica del puente con su forma y su función corta aguas, pero no eliminan su efecto perturbador. Desconocemos como era su remate superior aunque pensamos que lo hacían horizontalmente sin sombrerete, como parece apreciarse en los restos de algunos puentes (Bibei, Caparra, Segura, etc). En cuanto a su anchura pudo establecerse en función de las luces contiguas. Los datos que resultan del estudio de dicha relación son tan variables que parecen no obedecer a ningún criterio claro; en los puentes de Hispania varía entre el 1/5,60 que posee el Ponte de Lima y el 1/0,9 que tiene alguna pila del puente de Mérida. La media es 1/2,6.

Para aumentar el desagüe trataron de disminuir la superficie de los muros de acompañamiento de los estribos que oponen una gran superficie a la corriente, disponiendo unos pequeños desaguaderos adintelados (puente de Albarregas y Ponte de Pedra). También en las pilas trataron de mejorarlo horadando sus tímpanos con huecos rematados con dinteles o pequeñas bóvedas.

 

4.3.- Las bóvedas o arcos.

Los ingenieros romanos emplearon preferentemente en las arquerías de sus puentes la directriz de medio punto aunque, en ocasiones y desde épocas muy tempranas antes del cambio de era, también emplearon rebajadas. En Papua se han conservado un buen número de puentes de bóvedas rebajadas, como el puente de San Lorenzo, datado entre los años 47 y 30 a.C. gracias a una inscripción existente en una de sus boquillas (Galliazzo 1995, 208-212). Otros puentes italianos con arcos de este tipo son el de San Martín de Aosta y el Ponte Pietra también en Aosta. En España se conservan en el Ponte Pedriña (Ourense) y el puente de Alconetar. El paradigma de puente con arcos de directrices varias es el puente de Augusto o de Tiberio en Rimini, pues combina bóvedas de medio punto con una rebajada de tres centros y otra ligeramente apuntada en la orilla izquierda, muy rara en la construcción romana, en la que el profesor Galliazzo ve un precedente de las bóvedas ojivales medievales.

Las luces de los arcos generalmente no son grandes pues tienen valores modestos. El 90 % de los puentes estudiados por el ingeniero inglés O´Connor tienen arcos con luces menores a 21 m y el 70% no alcanzan los 12,50 m (O’Connor 1993, 170). Según los datos que poseemos de los puentes de Hispania (muestra de 117 valores) el 80% de ellos tienen arcos con luces comprendidas entre 6 y 10 m. El valor medio de la muestra es 9,62 m. La mayor luz de los puentes romanos peninsulares conservados la tiene el Puente de Alcántara con un vano de 28,80 m. aunque el antiguo romano de Ourense, pudo alcanzar en algún momento de su historia - quizá en el bajo imperio - los 33-34 metros. Este valor estaría próximo a los 36,65 que tiene el puente de San Martín de Aosta, posiblemente la mayor luz alcanzada por un puente romano.   

La relación que hay entre el espesor de la bóveda y su luz es uno de los parámetros más importantes del diseño. En los puentes de Hispania oscila entre 1/4,6 y 1/20, con una media de 1/10. El valor de máxima delgadez la tiene el arco central de Ponte Bibei que alcanza el valor 1/20. El contrario, es decir el máximo espesor de la rosca con relación a la luz se ha observado en el tramo izquierdo del puente de Mérida.

Observando las boquillas podemos conjeturar que las bóvedas normalmente tienen un espesor uniforme, al estar construidas con dovelas de tamaño uniforme. Esta circunstancia se comprueba en todos los casos donde se ha visto el trasdós completo de alguna bóveda. Sin embargo puede variar y si lo hace la diferencia está localizada en la clave, en la zona de arranques o en riñones. Las dovelas están formadas por piezas colocadas a soga que da una sola cara al exterior y a tizón que da dos, y a veces alternativamente (p.e. el puente-acueducto de Cesarea Marítima en Israel).

En otros casos de cierta envergadura como el puente de Alcántara, las boquillas - no se sabe si toda la bóveda - se construían con doble rosca, la inferior con piezas de mayor tamaño que la superior, ambas dispuestas radialmente. Podría responder a un deseo de incrementar la estabilidad de la bóveda dándole un mayor espesor aunque en otros casos parece clara una simple intención estética, como la simple rosca de piedras de los arcos del Pont des Esclapes en Frejus (Francia) o las arquivoltas de los puentes de Augusto en Narni y Ascoli Piceno (Italia).

Se conocen curiosas disposiciones de refuerzo interior de bóvedas para mejorar su estabilidad, dos de ellas presentes en obras de la antigua Gallaecia; la primera consiste en el arrimo de una hilada de sillares en la zona baja de la bóveda a modo de segunda rosca (Ponte Freixo en Ourense) y la segunda son unos muros interiores de mampostería construidos a modo de diafragmas longitudinales entre dos bóvedas, con una altura que no rebasa el nivel de los riñones (tramo romano de Ponte de Lima en Portugal). Una disposición similar a esta última la tuvo el Ponte Cestio en Roma con muros interiores “de transmisión” (Galliazzo 1995, l, p. XXX y 455).

La clave puede destacarse del resto de las dovelas de las boquillas por su tamaño o por su color (Ponte Pietra de Aosta y puente Nona cerca de Roma en la Vía Praenestina), estar más saliente (Ponte Cestio) o por tener algún elemento decorativo que resalta su papel en el arco (cabeza de un dios del río en el puente Aksu de Turquía, una cabeza de toro en el puente Nomentano de Roma, o la corona civica de hojas de roble y un vaso de sacrificios en el puente de Rimini).

La rosca de las bóvedas habitualmente esta ejecutada por hiladas de dovelas con las juntas encontradas (matajunta). Es poco frecuente que esté formada por anillos adosados unos a otros, y las que se conservan se hallan en puentes de la Gallia Narbonensis como el puente de Boisseron, cerca de Montpellier y el de Sommières (Gard). Un puente con bóveda mixta la conserva el puente francés de Vaison-la-Romaine, en la que los anillos independientes forman la parte central entre riñones. Otra forma singular de construir las bóvedas consiste en arcos independientes con un material de relleno entre ellos, que pueden o no sobresalir en el intradós, entre los que destacan una bóveda del viaducto de Narni y el arco del puente de San Martín de Aosta.

 

4.4.- La plataforma.

La plataforma es, en muchos casos, horizontal, aunque en ocasiones recurrieron a la doble pendiente, muy pequeña como en el puente de Alcántara o apreciable como la del tramo l del puente de Mérida o la del Pont Julien en Bonnieux (Francia). Una mezcla de estas dos disposiciones la adoptaron en puentes como el de Rimini, con un tramo central horizontal encima de la arquería y rampas de acceso con una ligera pendiente sobre los estribos. Siglos más tarde este diseño fue considerado modélico por el arquitecto renacentista Palladio.

Las calzadas son amplias - no como las de los puentes medievales posteriores construidos con criterios menos ambiciosos - pues no desearon estrechar el paso. Son puentes anchos que superan con frecuencia los 5,00 metros (20 pies) de anchura. De una muestra amplia de 146 valores de puentes de todo el imperio romano, el 81,50 % de ellos poseen una anchura superior a ese valor. Tan solo el 5 % la tienen inferior a cuatro metros. El ancho de los puentes romanos peninsulares oscila entre los 4,60 metros del Ponte Freixo y la alcantarilla de Sao Lourenço, a los 7,80 metros del Puente de Alcántara.

Desconocemos si los puentes peninsulares tenían o no aceras, la forma y el tamaño de sus pretiles y como estaba pavimentada la calzada. Toda esta superestructura ha desaparecido, pues es fácilmente arrastrada por las grandes crecidas o saqueada para su utilización en otras edificaciones. Conocemos las aceras de algunos puentes como el de Alcántara y Albarregas por dibujos del viajero Laborde, pero no sabemos si son las originales o reconstrucciones posteriores. Con respecto a los pretiles, los parapetti,  son muy pocos los puentes que conservan los originales. De sillares puestos de canto son los del puente de Augusto de Rimini o los del puente sobre el wadi Jilf cerca de la ciudad tunecina de Makthar,  que están rematados en baquetón los del primero mientras que los del segundo rematan en un plano horizontal. Los pretiles de la Ponte Velha de Vila Formosa están realizados con sillares acostados con el canto exterior moldurado; de esta forma también debieron ser los del Ponte do Arquinho (Portugal). De hormigón con lascas de granito son los del puente de San Martín de Aosta, aunque no sabemos si son los originales. Un tipo singular es el que tuvo el puente Fabricio de Roma, al parecer formado por planchas metálicas, de bronce o de hierro probablemente caladas, sostenidas de trecho en trecho por una pequeñas pilastras cuadradas rematadas con un busto cuadriforme del dios Hermes o Jano, dos de las cuales todavía se conservan encastradas en los pretiles actuales y en las que se ven las ranuras laterales donde se alojaban las citadas planchas (Galliazo 1995, I, 493).

También son escasos los pavimentos conservados, pero suponemos que consistirían  en enlosados de piezas colocadas en espina (puente de Augusto en Rimini), o de losetas de tipo poligonal como era el pavimento primitivo de Ponte Elio (Galliazzo 1995, l, 477) y del puente de Albarregas (Fernández Casado 1980, s.p.).

En ocasiones la desaparición del pavimento ha dejado al descubierto el trasdós de las bóvedas que fue desgastándose por el paso de los carros (Ponte do Arquinho)  o por la pezuña de las caballerías (puente de Carmona).

También pudo ser rebajado intencionadamente para facilitar el tránsito como puede verse en el puente Flavio de Saint-Chamas, en el que se llegó a rebajar 70 centímetros el espesor de la bóveda.

 

5.-  Los sistemas constructivos.

Expuestos los problemas preliminares que existen y que hay que resolver cuando se pretende la construcción de un puente, una vez fijada la ubicación, determinados la rasante de la plataforma, la capacidad de desagüe, la tipología y los materiales a emplear, solo resta definir el sistema constructivo, que vendría condicionado, como ya se ha dicho, por la sencillez de los medios y el sentido práctico de los constructores.

Los sistemas de nivelación y replanteo empleados serían los mismos que utilizaron en los trabajos agronómicos de parcelación o centuriación de los terrenos de uso agrícola, y los topográficos de nivelación realizadas para el abastecimiento de agua o la minería. Los aparatos empleados serían los habituales en aquellos tiempos, la groma, el chorobates y la dioptra, que les permitió, a la vista de los resultados, una más que aceptable precisión en sus replanteos y realizaciones. En la Ponte Velha de Vila Formosa pudimos apreciar esta formidable nivelación y exactitud constructiva la realizar un levantamiento topográfico con estación total de todo el puente; comprobamos la perfecta directriz semicircular de los intradós y la precisa nivelación de los centros de sus seis arcos que están prácticamente a la misma cota pues la máxima diferencia entre ellos es de 11,7 centímetros, medida realmente pequeña si se tiene en cuenta que el puente tiene una longitud de 116 metros (Durán 1996, 172).

La puesta en obra de la sillería se realizaría con medios manuales, con pequeñas carretillas sobre andamios o con sencillos artefactos elevadores como eran los trípodes de madera y cuerdas, los tornos a mano y las poleas (Adam 1984, 46) utilizados en la construcción durante muchos siglos. Para manejar y levantar los sillares emplearon un tipo de pinzas, los ferrei forfices, cuyas puntas se ajustaban a unos pequeños orificios horadados con forma redondeada, rectangular o triangular, que facilitaban la sujeción. En el desplazamiento de los sillares sobre el lecho de la hilada inferior para ajustar unos contra otros y dejarlos a ras con el resto del paramento utilizaban palancas cuya punta se introducía en el interior de unos pequeños agujeros practicados en los bordes de los sillares. Estos agujeros se ven en muchos puentes como el Bibei, San Miguel, Freixo y Arquinho.

El aparejo de la sillería, como ya se ha comentado, fue habitual disponerlo en hiladas alternas de sogas y tizones, singularidad constructiva que no se realizó en la construcción posterior salvo en algunas obras prerománicas y que es útil, por tanto, para identificar los puentes construidos en época romana. Quizá se inspirase en un tipo de construcciones militares de defensa realizadas con troncos de madera.

Las bóvedas se construían con ayuda de cimbras de madera apoyadas en el cauce del río o en la propia fábrica. Si el terreno del cauce ofrecía buenas condiciones y el arco no era de grandes dimensiones pudieron emplear la primera disposición como en el caso del Pont Julien (Francia).

Tuvo el inconveniente que ocupaba parte del cauce y entorpecía el discurrir normal de las aguas, que en caso de que se produjesen avenidas imprevistas podía provocar  importantes daños. En otros casos el apoyo se realizó en la propia fábrica sobre sillares volados, cornisas o mechinales, situados a nivel de los arranques y entre estos y riñones.

La disposición de un número par o impar de arcos es una cuestión debatida y hay ejemplos para todos los gustos. En Gallaecia hay puentes con número par de arcos, como el Ponte Freixo (4 arcos), Ponte de Pedra (6 arcos) y muy probablemente el puente San Miguel (2 arcos), y también con número impar como el Ponte Bibei (3 arcos) y posiblemente el antiguo puente romano de Ourense (7 arcos). El número impar de arcos facilitaba, en algunos casos como el Ponte Bibei, el que no hubiese una pila en el centro del cauce, pero también esto se consiguió con un número par de arcos como en el puente de Alcántara. Es evidente que esta cuestión no era tan sencilla y que en la decisión final influyeron factores como la topografía del lugar de implantación, la forma del valle, la altura de la rasante y quizá otros hoy desconocidos.

Construían el puente, muy posiblemente, arco a arco progresando desde una orilla a la otra, o desde ambas a la vez, con ayuda de una o varias cimbras. Si se empleaba una sola cimbra la pila podía pasar por una situación de desequilibrio cuando se descimbraba la bóveda ejecutada sin que estuviese construida la de al lado.

Los puentes romanos y sobre todo sus bóvedas fueron fuente de inspiración y enseñanza para los maestros canteros medievales y los técnicos renacentistas y modernos, que los consideraron como ejemplos de diseño y perfección. La huella de sus paso se ve en muchas obras, sobre del sur de Francia, donde dejaron grabados numerosos graffitis. Todavía a principios del XVIII, según se puede ver en la primera edición (1716) de la obra de Henri Gautier,  la referencia técnica a las obras romanas y su estudio es muy frecuente. El propio  Gautier menciona el estudio que realizó de los arcos del Pont du Gard, que midió para hallar la relación de su espesor con la luz (Gautier 1716, 108).

 

6.- El ornato y otros detalles.

Según Auguste Choisy el ingeniero romano supo, a diferencia de los arquitectos griegos, separar la construcción de la arquitectura ya que su carácter eminentemente práctico le llevó a despreocuparse de los detalles ornamentales. Por esta razón no abundan los elementos decorativos singulares en los puentes. Los más llamativos son los arcos de triunfo, edículos construidos como marco de entrada que recordaba algún acontecimiento (García Bellido 1979, 54), darle mayor estabilidad a los estribos de los que formaba parte como aconteció en el desaparecido puente de barcas de Arles (Francia), o simplemente para dificultar el paso estrechando la entrada en el puente de Apolodoro de Damasco sobre el Danubio. En Hispania se conservan arcos de triunfo en el puente de Alcántara (parcialmente reconstruido en tiempos de Carlos l) y en el del  Diablo de Martorell que, según Galliazzo, tuvo otro arco en el estribo derecho que le daba una disposición formal similar al puente Flavio de Saint Chamas (Galliazzo 1995, 342 y ss.).

Al parecer, también tuvo un arco triunfal el puente de Mérida en su entrada de la margen izquierda, cuyas ruinas pudo ver en el siglo XVII el historiador local Moreno de Vargas (Álvarez Martínez 1983, p. 31).

Otro elemento de ornato más sencillo y bastante frecuente son las impostas o cornisas que rematan, delimitan o separan los distintos cuerpos del puente, permitiendo detectar, a simple vista, la concepción estructural empleada. Normalmente están dispuestas en un primer nivel en los arranques de la arquería y en segundo nivel a ras de la calzada rematando tímpanos y manguardias. En las pilas de puentes de cierta envergadura como el puente de Alconetar y de Alcántara también las colocaron en niveles intermedios. Los tipos básicos de las cornisas en los puentes hispánicos son tres, el más sencillo es una simple hilada de sillares ligeramente sobresalientes (tramo derecho del puente de Mérida y puente de Alcántara), el  segundo son piezas con moldura recta de chaflán inverso (Caparra y Salamanca) y el tercero está formado por sillares moldurados curvos de tipo mixto con talón y cima recta (Salamanca, Vila Formosa, Segura, Alconetar, Mérida, etc).

Las hornacinas que tienen mayor calidad decorativa son las que posee el puente de Augusto en la localidad italiana de Rimini. Son rectangulares, poco profundas, situadas en los tímpanos a ambos lados del puente y enmarcadas por un seudo-templete resaltado del paramento, formado por dos pilastras, un entablamento y un frontón con bordes moldurados. El puente de Alcántara tiene cuatro hornacinas rectangulares en las que pudieron estar colocadas estatuas de personajes o dioses.

En los puentes de Hispania se han conservado muy pocas inscripciones, dos de los cuales, seguramente con el mismo texto, se hallan en los tímpanos del puente sevillano de Alcantarillas. Sus textos, hoy prácticamente desaparecidos, están grabados en unos recuadros rectangulares enmarcados por una cornisa ligeramente saliente con moldura curva del tipo gola o cima recta, y de ellos puede leerse una pequeña parte: AVGUSTV PON(TE)M. Otras inscripciones que han llegado hasta nosotros las grabaron en columnas de piedra; en Chaves se conservan dos, una de ellas el famoso “padroa dos povos”, y en el Ponte Freixo hallamos en 1989 un trozo de otra columna de tipo honorífica en la se lee: PHAIORI SEM ...A ...U..., parte de un texto que podría ser el final de una inscripción laudatoria característica del Bajo Imperio: (TRIUM)PHATORI  SEM(PER)  A(UG)U(STO) (Alvarado, Durán y Nárdiz 1996, 116)

Las marcas o signos de época romana grabados en la sillería también son escasos no solo en los puentes sino en la todo tipo de obra arquitectónica. Hay algunas marcas aisladas en el Ponte Bibei, en el puente de Segura y en la parte original del puente del Diablo de Martorell. También son muy escasos los relieves pues solo conocemos un falo en el puente de Mérida y los grabados, de los que conocemos un falo inciso en un sillar de una bóveda del Ponte Bibei y la figura esquemática de un animal de cuatro patas en el puente de Segura. Los falos y otros motivos que se ven en esta última obra son modernos pues se localizan en la parte reconstruida del siglo XVI. Más curioso es un pequeño rostro labrado en la cornisa de una pila de este mismo puente, coronado por tres rayos y cuyos rasgos son simples agujeros que representan la boca y los ojos; quizá sea la representación de una divinidad aunque no podemos asegurar su origen romano.

Y para finalizar reseñamos el hallazgo en un sillar del Ponte Freixo (Ourense) de un conjunto de nueve pequeños huecos horadados en su lecho y dispuestos de forma ordenada en tres filas y tres columnas, quizá utilizados para practicar un juego similar al “tres en raya”. Desconocemos si los romanos practicaban este juego, pero si sabemos que eran amantes de juegos similares que llevaban a cabo en representaciones de las tabulae lusorie, circulares o cuadradas, grabadas en algunas losas. El juego de “tres en raya” está atestiguado en España ya en el siglo XII, en los antepechos de la galería de la iglesia de San Miguel de Fuentidueña (Segovia).


Bibliografía:

- Adam, J.P. 1996. La construcción romana. Materiales y técnicas. León: Editorial de los Oficios. 

- Alvarado, S.; Durán, M. y Nárdiz, C.  1989. Puentes históricos de Galicia. Santiago.  

- Alvarado, S.; Durán, M. y Nárdiz, C. 1996. Restauración de cuatro puentes históricos de Galicia. Experiencias y conclusiones. Revista O.P., nº 38. Colegio de ingenieros de Caminos, C. y P. Barcelona.

- Álvarez Martínez, J.M. 1983. El puente romano de Mérida. Badajoz: Monografías Emeritenses 1. 

- Choisy, A. 1999. El arte de construir en Roma. Madrid: Cehopu-Instituto Juan de Herrera.

- Durán Fuentes, M. 1996. Puentes romanos peninsulares: tipología y construcción. Actas del Primer Congreso Nacional de Historia de la Construcción. Madrid.

- Fernández Casado, C. 1980. Historia del puente en España. Puentes Romanos. Madrid: Instituto Eduardo Torroja.

- Galliazzo, V. 1995. l Ponti Romani. Venecia: Edizione Canova.

- Garcia y Bellido, A. 1979. Arte Romano. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

- Gautier, H. 1716. Traité des ponts et chaussées. París : Chez André Cailleau. 

- Mesqui, J. 1986. Le pont en France avant le temps des ingénieurs. París : Picard.

- O´Connor, C. 1993. Roman Bridges. Cambridge: University Press.

- Ribera, J.E. 1936. Puentes de fábrica y hormigón armado. Tomo III. Madrid: Gráficas Barragán. 

- Vitrubio Polion, M. 1997. Los diez libros de arquitectura. Trad. J.L. Oliver Domingo. Madrid: Alianza Editorial.


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