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AQUAE ITALICENSES

EL ACUEDUCTO ROMANO DE ITALICA



Alicia Canto © 2002

TRAIANVS © 2002 [1]


Publicado en la revista Madrider Mitteilungen (Heidelberg) nº 20, 1979, pp. 282-337 [2]

Resumen en alemán

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En el mes de enero de 1974, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir comenzó los estudios pertinentes para la realización de un proyecto de limpieza y puesta en funcionamiento del vasto sistema de cloacas de la zona excavada de la ciudad de Itálica (Santiponce, Sevilla) [3]. Su curiosidad técnica les llevó a recoger datos sobre el modo de aprovisionamiento de la ciudad. Hasta entonces, y basado en las referencias que da en el siglo XVIII el padre Zevallos, recogidas por Matute y Gaviria en 1827 [4], se sabía que existían en esa época restos diseminados de un acueducto, que traía el agua desde Tejada, en la provincia de Huelva, hasta Itálica.

Con estos datos trazaron un recorrido teórico, teniendo en cuenta la configuración del terreno en los 36,5 km entre ambos puntos, y lo hicieron basándose en los tramos forzosos por donde había de pasar. Tan exactos los actuales hidrógrafos como los romanos, fueron encontrando vestigios en algunos de los puntos supuestos. En el número correspondiente al mes de agosto de 1974 del Boletín de Información del Ministerio de Obras Públicas, los Sres. Palancar, González Gaggero y Martínez Grasa publicaron los resultados de este estudio como parte de un informe sobre el proyecto principal.

Naturalmente, el material resultaba atractivo y vasto, y daba lugar a intentar una  investigación amplia y pormenorizada desde el punto de vista arqueológico. Aquí ofrecemos la resultante de nuestros trabajos.

La ciudad de Itálica, muy militarizada desde su fundación en el 206 a. C. [5], es sobradamente conocida a través de las fuentes clásicas, la epigrafía, los materiales y las excavaciones, sobre todo las realizadas entre 1970 y 1975, de próxima publicación. Sin duda cuando por fin se puedan expropiar las casas del pueblo de Santiponce, que están sobre el foro y la ciudad antigua o vetus urbs, y excavar esa extensión, habrá un aluvión de nuevos datos, que enriquecerán sensiblemente nuestros conocimientos sobre la ciudad.

Posiblemente uno de los aspectos sobre el que una hipotética nueva epigrafía arrojaría mucha luz sería el del sistema de abastecimiento de agua. Como no podemos hacer un cálculo de necesidades sobre la antigua ciudad, hemos de estudiar la llamada nova urbs adrianea. Esa nova urbs tiene amplias calles trazadas a cordel, que dejan una planta hipodámica al estilo de las mejores del mundo helenístico.

Las calles, con medidas que van de 6 a 8 m, y provistas todas de aceras porticadas, cubren a su vez una red de cloacas de primera calidad, la mayor parte de las cuales permiten el paso holgado de una persona. Muchas de estas cloacas se hallan simplemente cegadas, y son pocos los derrumbes. El plan en marcha de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir se ha propuesto limpiarlas totalmente y rehabilitar la salida de sus dos grandes colectores hacia el río, para ponerlas nuevamente en funcionamiento y solucionar así los problemas que originan las lluvias de cada invierno.

La red viaria, al entrecruzarse, va definiendo manzanas, de planta cuadrada o rectangular, de no siempre iguales dimensiones. Cada una de estas extensas manzanas, con un promedio de 1500 m2, encierra generalmente dos casas, y cada casa a su vez, con plantas no idénticas, pero sí siguiendo algunas pautas determinadas, un número variable de mosaicos, por lo general de gran calidad [6].

Característica de muchas de ellas es la existencia de un gran aljibe bajo el suelo del patio principal, destinado a surtir las necesidades domésticas cotidianas. Muchas de las casas tienen sus propios estanques y fuentes. Hay que suponer el aumento en las necesidades urbanas de agua que supone la creación de toda una nueva ciudad, con termas, anfiteatro, fuentes, y al menos cincuenta o sesenta viviendas de envergadura, además de un gran número de tabernae.

Desde época muy antigua [7] se abastecían las exigencias privadas con cisternas individuales (por ejemplo, Cartago, Ampurias o Ensérune), receptáculos de 4 x 1 m aproximadamente, con los lados menores redondeados, revestimiento interior y cubrición de losas de piedra. En época romana, aun conservando esta solución de origen helenístico, las cisternas se hacen subterráneas, bajo el patio central o en un ángulo de la periferia, y a veces aparecen incluso cubiertas con mosaico (en la llamada Casa de la Exedra de Itálica, por ejemplo). El agua se extraía a través de un pozo circular (uno se conserva en uso en la Casa de los Pájaros, de la misma Itálica).

Las fuentes clásicas nos instruyen sobre el abastecimiento general y su distribución para uso público (fuentes), higiénico (termas) e industrial y privado [8].

En Itálica se han hallado hasta ocho de aquellas fuentes, situadas en las aceras, y generalmente hacia sus esquinas: allí podía tomar la necesaria el público en general. Las termas conocidas de la ciudad son dos: unas en «Los Palacios» [o «de Trajano»], dentro de Santiponce, y otras, las de «la Reina Mora», en el extremo oeste de la nova urbs. El uso del anfiteatro debía de requerir mucha, al igual que el industrial, a juzgar por las numerosas tabernae que asoman a cada calle. Hay que tener en cuenta también el cuidado de jardines y ninfeos públicos [9].

En Itálica se han encontrado tuberías sueltas y algunas in situ, con el sello imperial o municipal (vid. infra y figs.) con sección «en gota» y cruzando las calles, bajo las losas, para servir a las fuentes (calles de las Tabernas, de los Pájaros, etc.). Incluso una presenta una ancha abertura superior, evidentemente para la llave de paso. Es sintomático, sin embargo, que no se hayan encontrado nunca dentro de las casas. El agua que se denominaba aqua caduca, sobrante de los depósitos primarios, a veces se repartía para uso industrial [10]. Un buen ejemplo hay en Viroconium Cornuviorum, actual Wroxeter [11].

También tenemos referencias sobre el modo de elevar el agua para darle presión, por ejemplo en las termas de Ostia [12]. Las máquinas estarían descritas en el capítulo perdido de Vitruvio [13], y de ello debe tratar una inscripción tripolitana [14]. Sin embargo, el sifón no fue muy utilizado. En España tenemos un buen ejemplo en Almuñécar [15], pero no interesaba a los romanos el abastecimiento a presión: se perseguía un fluido regular y continuo, y no importaba que no se recogiera, por ejemplo, de noche, ya que servía para mantener perfectamente limpias las cloacas [16].

 

El acueducto. Antecedentes y estado actual de la cuestión

Como ya hemos visto, se presumía la existencia de al menos un aquae ductus para el abastecimiento de las importantes necesidades de la ciudad. Esto en principio, habida cuenta de que ciudades como Lyon o Vienne contaban con cuatro y hasta diez de ellos para su servicio [17].

La existencia de este acueducto, en efecto, es ya conocida desde el Renacimiento, en que Rodrigo Caro lo identificó [18], siendo ésta la primera noticia con que contamos. La relación de Tejada e Itálica a través de una conducción era ya sabida en esta época. Matute en su libro [19] cita un manuscrito de 1624, del Lcdo. Matías Gallego de Vera, titulado Antigüedades de Sanlúcar la Mayor, en el que se dice:

«Poco más abajo de Sanlúcar se le junta al río Maenoba, hoy Guadiamar, el río Harduchón, que nace del Alpizar, por cima de Tejada, y es donde se tomaban las aguas para Itálica... La comunicación y correspondencia que había entre este pueblo (Tejada) e Itálica y su vecindad, pudo dar motivo á demarcarle luego inmediatamente de Laelia [que Gallego cree es Tejada], porque además de la tradición que se tiene en esta tierra, se descubren aún hoy antiquísimos edificios, que aún no ha podido consumir el tiempo, y corren de un lugar a otro, que parecen unos mismos que los de Itálica, y de un mismo tiempo: y hoy duran lo que llaman lumbreras, y los arcos por donde iba a Itálica el agua que llenaba de las fuentes que había y duran en Tejada, al modo de los de Carmona por donde se llevan a Sevilla».

En mayo de 1783 el erudito padre Zevallos, tan dedicado a los vestigios de la ciudad, recibió noticias sobre algunos restos del acueducto, y se desplazó hasta las fuentes de Tejada, siguiendo durante toda aquella jornada el recorrido del mismo. El relato de ese viaje, sumamente interesante para nosotros porque es el único que lo siguió completo y porque en su época vio mucho más de lo que queda hoy, lo recoge Matute también en su libro citado [20], y nosotros vamos a permitirnos transcribirlo íntegro porque más adelante habremos de volver sobre él varias veces:

«Las razones antecedentes me hacían dificultar cómo habían preferido las aguas de Tejada á las de la Sierra: para entenderlo mejor fui a reconocer los vestigios del Aqüeducto, que viene de Tejada, el 31 de Mayo de 1783. Me acompañó D. Diego del Corral, alcalde de la villa de Gerena, que me había hablado de aquellos sitios con mucho conocimiento, y se ofreció á mostrármelos. Fuimos desde Gerena hasta Tejada, notando muchos parages donde duran vestigios del Aqüeducto.

Las fuentes de Tejada nacen en lo bajo de un valle que viene de Norte á Mediodía, donde estuvo aquélla antigua población. Luego que brotan las aguas, forman lagunas, que quieren ocultar su surgente... y desde ellas advertí los principios del Aqüeducto. Seguí por todo el día los muchos pedazos que restan de esta grande obra. Notamos las muchas veces que se ocultan bajo los cerros que se atraviesan en su viage, y los valles y parages bajos donde vuelven á aparecer pedazos de la misma fábrica. Entre estos puntos de terreno hay una relación clara, y no deja duda de que es de la misma obra el vestigio que se dejó á las espaldas de un cerro y los que vuélvense á descubrir á la caída del mismo cerro.

En algunos sitios, como al pie del monasterio del Retamar, de monges basilios recoletos, es manifiesta la fábrica del Aqüeducto, que es de pilastras y arcos rebajados, sobre los cuales dura todavía el encañado de las aguas dirigiéndose hacia Itálica. Dura esto por un tramo muy largo, por lo más bajo de la Dehesa de las Dueñas: sigue su viage hacia la Pisana, durando la arcada hasta la orilla del río que corre al Oriente de dicho cortijo: la corriente del agua ha derribado algunos arcos, y la mitad del último que ha quedado está para caer dentro del mismo río.

A la orilla oriental de éste no proseguía el Aqüeducto sobre arcos, sino sobre murallón sólido, que existe y no es muy alto: subí encima de él y vi el encañado, que conserva todavía el estuco que le dieron, cuando servía al curso de las aguas. No tiene media vara cabal en cuadro, y está descubierto al cielo y al aire. Este paredón sigue desapareciendo según que va subiendo el terreno, hasta que se pierde ó sume dentro de él, como le sucede en otros sitios antes y después. Ya aquí se nos acabó el día y no pudimos ir a buscar su salida de aquél terreno elevado.

Otro día fui al cortijo que llaman de Villadiego, donde noté, bajando hacia un valle, algunos vestigios del mismo Aqüeducto, pues aunque apenas ha quedado algún pilar entero, haciendo catas á la distancia que tienen los otros arcos y pilares, hallé fácilmente las cepas ó basas de los que aquí hubo y ahora no aparecen sobre la tierra. Así continúan estos cimientos de pilares hasta la falda de un cerro que está enfrente, en donde asoma un pedazo de la misma fábrica, que hace evidencia de ser aquélla la salida del Aqüeducto, que se nos ocultó ó perdió de vista á la falda opuesta del mismo cerro; y este tramo subterráneo es bien largo.

Después no se encuentran vestigios del mismo Aqüeducto hasta el cortijo de San Nicolás, como á tres millas o á media legua de Itálica. Otra tarde después fui con unos obreros á un sitio de la misma Itálica, llamado aquí vulgarmente “los Baños”: inmediatamente á estas ruinas pasa la línea de la fuerte murallas y torres que rodeaban á esta antigua ciudad, todo arrasado ya por el suelo. De la parte de afuera, á corta distancia hice cabar y encontré el Aqüeducto y el mismo cauce, de igual tamaño y cuadro que el que estuve viendo cerca de la Pisana.

Este último trozo del Aqüeducto está ya muy vecino á vaciar sus aguas en la obra arruinada, pegada á lo interior del muro, llamada aquí “los Baños”. La forma de esta pieza ó piezas estuvieron cubiertas de bóvedas, y me parecieron arcas ó receptáculo general de las aguas del Aqüeducto, y desde donde se hacía el repartimiento de las aguas para donde se quería en la ciudad. El sitio es el más alto de todo el suelo, y fué bien tomado para dicho repartimiento, pues hacia donde quiera tenían las aguas suficiente caída para regar y hacer con ellas juegos en los palacios y jardines.

Noté que dichas arcas, que aquí llaman Baños, están dadas en lo interior con el mismo estuco encarnado que advertí en el Aqüeducto.

La fábrica de éste es siempre semejante desde Tejada hasta la muralla de Itálica. Es tan igual en dimensiones, forma y materiales, que parece haberse hecho en un día de una misma mano. Su grueso es poco más o menos de dos varas, su alto es según lo pide el terreno. Donde ha de pasar arroyos ó ríos, se compone en arcos de la misma arquitectura y tamaño. El calibre de la fábrica se reduce a hormazos, de los que los romanos aprendieron de los antiguos españoles, macizados de piedra, granza, cal y arena líquida. Las dos superficies de este muro están vestidas de una pared por cada lado, fabricada de ladrillos cortados y raspados por la frente, que haría esta obra al parecer más vistosa de lo que pide un edificio rústico.

Esta misma forma, medidas y calibre le noté, desde donde junto al citado valle de Tejada hasta cerca de Itálica. La atagea ó cauce por donde corría el agua es de dos varas de ancho, y por donde se descubre mejor su hondura, que es por cerca de la Pisana, baja más de una tercia; pero subiría más cuando la fábrica estaba entera. Conserva en algunos sitios el estuco de que estuvo rebocado este cauce cuando corrían las aguas por él.

Después de esta evidencia, no me quedó lugar á razonar contra la fama común de que el Aqüeducto de Tejada venia á Itálica, aunque no haya hoy quien pueda responder á las razones que me parecían persuadir lo contrario. La obra fue sin duda espantosa, porque consideradas las vueltas y rodeos que toma, se podrá computar que corría por cerca de nueve leguas, grandeza que acaso no tendrá ejemplar en algunos de los Aqúeductos antiguos y modernos... Esta sola fábrica basta para mostrar la soberbia y magnificencia de Itálica, donde no se reparaba en los inmensos gastos que pedían tales obras para proveerse de unas aguas que se imaginarían entonces mejores que lo son realmente en el día de hoy.

Esta obra, sin duda magnífica, se puede creer haber sido hecha en el imperio de Trajano y por su cuidado, pues es de las fábricas útiles que sirven á una ciudad, y tales eran las que dicho emperador gustaba construir por todas partes; y si en otras ciudades de España levantó Trajano magníficos Aqüeductos, más verosímil es que proveyese á su patria Itálica del que tenía y traía con tan sumo gasto desde las fuentes de Tejada».

La siguiente noticia que tenemos nos la ofrece D. Silverio Escobar y Salazar, vecino de Escacena del Campo, que fue encargado por el Ayuntamiento de la villa, en sesión de 3 de septiembre de 1904, de la ejecución de un sello municipal que pusiera de relieve los méritos e historia de la ciudad, «por ser persona aficionada a esta clase de estudios y que pudiera conocer algo utilizable al efecto».

Este encargo debió de animarle a escribir su libro [21], en el que hace una historia de la villa de Escacena del Campo. Este pueblo, hoy en la provincia de Huelva, se formó con los restos de Tejada la Nueva, antigua Ituci, situada cerca de los manantiales del acueducto, y que arranca ya de época ibérica, enraizándose a su vez en lo que hoy es Tejada la Vieja, más al norte, aspectos en los que profundizaremos oportunamente.

Ya en años recientes, algunos tramos del acueducto han sido recogidos en el Catálogo Monumental de Sevilla [22] La siguiente referencia la encontramos en el libro ya mencionado del Prof. García y Bellido [23], que se remite al libro de Escobar y a lo que Matute toma de la descripción de Zevallos.

Más recientemente publica el ingeniero Dr. Fernández Casado una recopilación de artículos suyos sobre diversos acueductos [24], aparecidos preferentemente en la revista Informes de la Construcción. En él menciona brevemente el acueducto de Itálica (dentro del artículo nº 4), dando algunas fotografías, pero sin entrar en ningún estudio técnico. Hace una restitución ideal de la conducción que nosotros no hemos podido confirmar. Contiene además algunas afirmaciones que más adelante habremos de rebatir, sobre ésta y otras obras que menciona [25].

Por último, los ingenieros encargados de los trabajos que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir realiza en la red de drenaje de Itálica, que comentamos anteriormente, han publicado una breve noticia sobre ella [26], uno de cuyos epígrafes está dedicado al acueducto. Junto con algunos datos técnicos que agradecemos, pues su consecución es muy difícil para un profano, dan también el perfil del recorrido con sus cotas, que reproducimos más adelante y que nos hubiera costado en solitario ímprobos esfuerzos.

Los ya enumerados son todos los datos publicados que hemos podido recopilar sobre el acueducto. No hay ningún estudio sobre él a fondo ni de los complejos problemas que luego hemos encontrado, principalmente en la cabecera. La mayor parte de los tramos está inédita, de tal modo que el estudio que presentamos abarca por primera vez el conjunto de la obra, desde su nacimiento hasta la ciudad.

Descubrimos también que existía un acueducto anterior, del que no había ninguna noticia y datable según nuestros cálculos en el siglo I d. C., que toma sus aguas de manantiales del río Guadiamar. Todo el tramo entre Tejada y este río, con unos 15 km de recorrido, es una anexión del siglo II a la parte antigua, cuando se acrecientan las necesidades de agua con la urbanización de Adriano. Realmente no existe la homogeneidad total que Zevallos anotó, como ya veremos.

 

Organización técnica. Proceso. Condicionamientos topográficos

Al enfrentarnos con el trazado del acueducto lo primero que asombra es la precisión con que fueron salvadas las diferentes dificultades durante los 36,5 km de recorrido total. Los ingenieros de la Confederación que estudiaron el trazado lo juzgan técnicamente impecable. Y esto contando con que el instrumental de trabajo en época romana no tiene comparación posible con los medios actuales.

Ya Estrabón decía [27] que los acueductos eran las mejores obras públicas, junto con los sistemas de drenaje. Y ello es fácilmente comprobable cuando se observan sobre el terreno. Para adentramos en los detalles técnicos de la ejecución de un acueducto nos hemos servido, naturalmente, de Frontino y Vitruvio, cuyo mejor intérprete sigue siendo, creemos, T. Ashby.

Naturalmente, nosotros no vamos a poder contestar a las siete características que Frontino [28] dice se deben constatar en cada acueducto, por falta de datos que en su día podrán ser conocidos, pero sí a aquéllas de las que sea factible.

Sobre la elección de la fuente de un acueducto, remitimos a Vitruvio [29], que da unas orientaciones muy detalladas para localizar manantiales y averiguar su calidad. A pesar de tratarse Tejada de un valle muy llano, depende de las laderas vecinas para el agua que recoge, y creemos que esa circunstancia hace más saludable el agua de lo que Vitruvio pronostica. El análisis químico, que hemos realizado, indica que es de buena calidad, aunque no tiene propiedades especiales. Abundancia y calidad, pues, se comprueban para Tejada.

Hemos de suponer que en Itálica se realizaron el rigor y la depalatio por libratores militares, tal como se recuerda en una inscripción de Saldae [30], los militares tenían gran costumbre de procurar el abastecimiento de los campamentos desde fechas muy antiguas. También Plinio el Joven [31] solicita de Trajano un librator y un architectus para levantar un acueducto.

Para hacerse una idea de cómo funcionaban las «juntas hidrográficas», por llamarlas de alguna forma, hay que fijarse en la de Roma, única bien conocida [32], ya que hemos de suponer que el esquema que rigiera en una colonia habría de ser más o menos similar. El curator aquarum dispone de un personal a su servicio (la familia aquaria), y que podemos imaginar existiría en Itálica igualmente. Según Frontino [33], a la muerte de Agripa, que fue el gran impulsor de los abastecimientos hidráulicos de Roma, el sostenimiento del equipo pasó de los censores a los contratistas, que tenían plantillas fijas de esclavos. Los censores o, más raramente, los ediles, tenían a su cargo la inspección de los trabajos y la concesión y distribución del agua, tareas que en Itálica, por su carácter colonial en el siglo II, tendría un curator específico.

La curatela aquarum, cuya autoridad se basa en los consulta del año 11 a. C [34], fue muy distinguida, y varios de sus tenedores pasaron directamente a la procuratela de África, lo que indica la importancia del cargo en Roma, donde era ducenarius [35].

El mantenimiento de todo el sistema corrió, a partir de Augusto [36], a cargo del emperador [37]. Hay que suponer que leyes iguales o muy parecidas a las que menciona Frontino y comenta ampliamente Ashby, trasladadas al ámbito provincial, regularían la creación y mantenimiento de los acueductos italicenses.

El cálculo de las cotas de nivel requería, por lo que sabemos, una serie de tres instrumentos que Vitruvio [38] explica con algún detalle. Sabido es que los dibujos que acompañaba al final de su obra se han perdido, pero se han hecho distintas interpretaciones [39].

Una vez determinado el trazado y asegurada la pendiente mínima para la caída natural del agua en todo el recorrido [40], había que proceder a la adquisición de los terrenos. En relación con ello recordaremos los casos de M. Licinio Craso [41], Statilio Tauro [42] y Torcuato [43]. Lo normal, sin embargo, es que los dueños vendieran de buen grado sus propiedades, pues el Estado las adquiría todas y a buen precio, revendiendo a su vez la parte no necesaria. Por otro lado, existía la posibilidad de donar el terreno, lo cual era motivo de público reconocimiento, como atestigua una inscripción de Vienne [44]. En el caso que nos ocupa ignoramos los detalles acerca de este punto, ya que entre la epigrafía italicense no hay un solo documento alusivo a ello.

La legislación a respetar en relación con los acueductos está recogida por Frontino, así como las infracciones y las multas [45]. Es muy ilustrativo un cipo en relación con el acueducto de Gier [46], que por ser de época de Adriano podemos utilizar para el de Itálica. Los trabajos de mantenimiento [47] estaban al cargo de un equipo permanente, consistiendo esencialmente en limpiar los canales, reparar desperfectos menores y anticiparse a los daños debidos a los agentes climáticos y a las raíces de los árboles.

Partiendo de estos supuestos válidos, ignoramos gran parte de los detalles del acueducto de Itálica, pero podemos suponer que fueron militares los encargados de hacer el rigor [48]. Asimismo, que se emplearon los sistemas e instrumentos al uso para definirlo. Y por último, que fuera enteramente costeado, en su tramo del siglo II, por los emperadores Trajano o Adriano, o ambos sucesivamente, al igual que la infraestructura de la nova urbs y sus edificios públicos.

Con todo lo que antecede, se puede pasar al estudio del recorrido en sí, para descubrir los condicionamientos topográficos que lo obligaban, las dificultades a salvar, los métodos para hacerlo y las razones de escoger uno u otro. Para ello, reproducimos en primer lugar el perfil del trazado, al que ya aludimos, y que fue realizado por la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir [49].

En él se aprecia que la Fuente Grande de Tejada se halla en la cota de nivel 80, y la llegada a la ciudad, a un castellum aquae del que no queda rastro visible, pero que creemos localizado, en la 40 [50]. Entre ambos puntos, pues, existe un desnivel de unos 40 m, que en 36,5 km dan lugar a una pendiente media que se puede establecer en 1,008%, es decir, un 0,10% = 1,08 m/km, lo que supone más que lo fijado por Vitruvio.

A este respecto, sin embargo, tenemos que llamar la atención sobre el hecho de que la pendiente que aparece en el perfil no es totalmente exacta, puesto que se ha trazado una línea recta entre los puntos de salida y llegada, dando así lugar a una pendiente continua. En realidad, éste no solía ser el caso de los acueductos romanos, cuya pendiente era diferente según el tipo de tramo: el de Gier [51] tiene zonas con pendientes desde 0,97 a 6,49 m/km: su media es de 1,35 (104,86 m para 75 km); Nîmes [52] tiene un mínimo de 0,071 m, pero su media es de 0,342. Ashby [53] afirma que se aprecia una falta de continuidad en los de Roma, aunque su media sea del 2%. Podríamos citar infinidad de ejemplos en los que los gradientes dan grandes diferencias: Anio Novus (60,7%, 34%, 10%, 0,51%, 0,14%) y Mont d’Or (0,10%, 0,21%, 0,70%) son dos de los más extremos.

Con esto queremos decir que se puede hacer uso de este perfil teniendo en cuenta que es un perfil medio y no real. Éste nos daría una línea levemente zigzagueante, con tramos más pendientes (los de túneles) y otros más suaves (los de arquerías).

El gran problema del acueducto de Itálica es que debe efectuar un trasvase de cuencas. Las cuencas hidrológicas plantean una gran dificultad para obras de este tipo, porque suelen presentar cadenas de elevaciones escalonadas a cada lado (producto de la erosión primitiva), divididas a su vez por arroyos y ríos menores. Cada uno de estos sectores plantea el dilema de las arquerías, muy caras si son excesivamente largas [54], y los montes la perforación o el rodeo.

La primera cuenca, en la que está situado el valle de Tejada, es la del Guadiamar, que incluye, a efectos de trazado, los arroyos de Peñalosa, de Barbacena, de las Cuevas, Tamujoso, del Pilar Viejo, de los Arquillos y de los Frailes, y los ríos Agrio y Guadiamar, hasta llegar a la cañada de Conti, pie forzado de separación de esta cuenca con la del Guadalquivir (arroyos de la Piedra, del Pájaro Blanco y del Judío).

Esto da lugar a un trazado accidentado, que hubo de tener muchos tramos elevados y más numerosos en subterráneo, que grosso modo se pueden calcular en 4 km de arquerías, 17 de túnel y 16 de superficie, siguiendo siempre la cota de nivel. Más adelante veremos todo ello en detalle.

Se observa una preferencia de las arquerías sobre el sifón. Éste es un procedimiento conocido y utilizado por los griegos, y en época muy antigua también por los romanos [55]. En Roma sólo se conoce un ejemplo seguro, el de los Arcus Neroniani en el Palatino [56]. También hay algunos casos fuera, especialmente en Galia: el de Arlès, augusteo, cruza así el Ródano, y el más antiguo de los de Lyon también. En España el de Almuñécar (Granada) [57]. Vitruvio da una serie de normas sobre cuándo realizar un sifón, si se trata de un valle demasiado hondo para ser atravesado con arquerías, y cómo hacerlo en caso necesario [58]. Con todo, los sifones eran muy complicados de hacer y tenían que darse unas circunstancias muy especiales de dificultad para utilizar otro medio. También influiría el afán de evitar el suministro a presión, y las averías producidas por reventones.

Por otra parte, en numerosas ocasiones, y sobre todo en los diez primeros kilómetros, los valles por los que ha de pasar son demasiado anchos, y llegan a preferir rodear, aunque sea mucho, la zona más alta, hasta que se encuentra un punto en el que la distancia requiere menos arquerías. Esos tramos de rodeo que tanto sorprendían al P. Zevallos son soluciones para economizar arquerías, y los más expuestos al clima y a la acción de los arados; ello explica que sean los que se han perdido casi totalmente.

Las zonas subterráneas cuentan todas con sus spiramina, lumbreras o pozos de inspección, a diferentes distancias. Algunos tramos son muy largos, como el que empieza junto a la cañada de Conti y llega hasta el arroyo de la Piedra, con casi cinco kilómetros; o a una gran profundidad, como el de la dehesa de Carcahueso, que en su punto más bajo alcanza los 28 m bajo el suelo.

En cuanto a las partes en superficie, lo más característico de ellas es que casi todo el tiempo el canal va bastante elevado del suelo, sobre un macizado de hormigón revestido enteramente de ladrillo. Esta peculiaridad es de las más relevantes de la obra, porque sólo es así hasta Conti (ello es una de las pruebas de que este recorrido es posterior al siguiente, de Conti a Itálica) y porque resulta el único acueducto de ladrillo que tenemos conservado seguro en España [59].

El specus o caja interior tiene una medida casi invariable en torno a los 56-58 cm, y la sección es rectangular, dejando dos paramentos de 44-48 cm. Presenta casi siempre los típicos cordones hidráulicos y dos revestimientos finos de opus signinum. La mayor altura conservada de la caja es de 76 cm, en El Chaparral.

El recorrido total, sobre un mapa a escala 1:800.000, efectúa una amplia curva hacia el Norte, para evitar los terrenos llanos que no dan cota suficiente y harían imposible el recorrido en línea recta. El acueducto serpentea buscando su nivel hacia los términos de Aznalcóllar y Gerena, bajando hasta introducirse en Itálica por el oeste.

 

El valle artesiano. Las dos Tejadas. Las fuentes Grande y Pequeña

En la zona de cabecera que estudiamos están implicados el valle con sus manantiales, los emplazamientos arqueológicos de Tejada la Vieja y Tejada la Nueva, y los modernos pueblos de Escacena, Paterna, Manzanilla y Castilleja del Campo, todos ellos menos el último en la provincia de Huelva. El gran valle está situado entre las coordenadas 315-325 este y 358-370 norte aproximadamente. En las elevaciones que lo delimitan están asentados Escacena y Paterna, y algo más retrasados hacia el sur, en la actual carretera Sevilla-Huelva, Castilleja y Manzanilla.

La parte del valle que más nos interesa está hoy dentro de la hacienda «Peñalosa», propiedad de D. Miguel Báez [60]. Es una llanura extensa, que se caracteriza por su extremada fertilidad. Ello es debido a la humedad permanente de todo el valle; por todo él hay numerosos manantiales, entre ellos los llamados Fuente Grande (el principal), Fuente Pequeña, Fuente de la Reina Mora, Manantial de Tejuela, Fuente de los Serranos, Pozo de Arijuela, Fuente Vieja, Fuente el Aguila, Manantial de Charrito, Pozo de la Atalayuela y otros más pequeños, que a su vez dan origen a numerosos arroyos (Junquillo, Sequillo, Fuente Vieja, Fuente Seca, El Alpizar...). Valle, pues, de extrema vascularización hidráulica, y privilegiado para todo tipo de cultivos. Todo esto se debe a la naturaleza artesiana de la zona. Actualmente, como en época romana, el valle no está nunca inundado, por la actividad de muchas casetas de motor. Estas condiciones extraordinarias en una zona no muy favorecida hidrológicamente debieron de influir mucho en asentamientos anteriores: testimonio de ello son los yacimientos de Tejada la Vieja y Tejada la Nueva [61].

Tejada la Nueva, mediana elevación al sur, dentro del valle, se ha puesto siempre en relación con las acuñaciones de Ituci del ciclo llamado hispano-púnico [62], monedas en las que los símbolos puramente semitas (media luna menguante, astros de siete y ocho rayos, glóbulos...) evidencian clarísimamente las raíces púnicas de la ciudad. No olvidemos que, aparte de los establecimientos costeros, sólo acuñan en este ciclo Olontigi e Ituci, situadas en el interior [63], y una explicación satisfactoria podría ser que se tratara de una base fuerte de defensa y transporte a la salida del distrito minero de Riotinto.

Esta Ituci es una de las cuatro que cita Plinio [64], a saber: en el convento astigitano, Augusta Gemella Tucci (hoy Martos, Jaén) y Virtus Iulia Ituci (se especula sobre todo con la posibilidad de Torre de las Virgenes, en Baena, Córdoba [65]); en el gaditano, Ituci, la Iptuci turdetana (Cabezo Hortales, al sur de Prado del Rey, Cádiz) y en el hispalense, Tucci o Ituci, la Tejada que nos ocupa [66]. En el Itinerario de Antonino figura en la vía que iba desde la desembocadura del Anas hasta Mérida, entre Ilipla (Niebla) e Itálica, a 22 millas de la primera y 18 de la segunda.

Las noticias sobre esta Ituci antes de la plena romanización sólo pueden basarse de momento en hipótesis. Así, es muy atractiva la localización de la Ituca, Tuca o Buccia que aparece en las guerras lusitanas, en Tejada la Nueva [67].

Thouvenot [68], al mencionar la vía Hispalis-Anas, habla de la mansio Itucci, sin decidirse por Tejada o Escacena. Creemos que este punto está fuera de dudas, puesto que en Escacena no había población en época romana. Del momento romano tampoco hay mucho que añadir, aunque a juzgar por el tamaño del yacimiento (5,6 Ha), su importancia dentro de la vía, y las poblaciones posteriores a que dio lugar, es presumible una cierta vitalidad, sobre todo, creemos, en época republicana y alto-imperial [69].

No pasa de ser curiosa la tradición que recoge Escobar [70] de los fuertes vínculos que unían a Ituci con Italica, especificando que la prosperidad de la primera dependía de la segunda, como también ocurría en el aspecto jurisdiccional, noticia que ignoramos de dónde recoge. Aún más curiosa es la firme creencia, que todavía hoy se recuerda en Escacena, de que Pompeya Plotina, la esposa de Trajano, era natural de Ituci. Sobre ello no hay nada probado, aunque si se reconoce que era de la Bética [71], pero en todo caso sirven estos testimonios para presumir el ascendiente de Itálica sobre Ituci.

Para resumir lo poco que se sabe sobre Tejada la Nueva en época medieval, seguimos a Torres Balbás [72]: la ciudad parece que decae a comienzos del siglo V d.C., aunque sigue estando poblada. No hay noticias de ella en este largo período hasta época árabe, en que llevara el nombre de Talyata [73], pero parece que cobra un nuevo auge. Pensamos que ello se debe sin duda a que desde época romana no se habían vuelto a dominar o encauzar las aguas del valle, volviéndose pantanosas. Los árabes, con sus técnicas de regadío y aprovechamiento hidráulicos, parece que consiguen poner nuevamente orden en la zona, instalando varios molinos harineros que funcionaban gracias a la fuerza de los manantiales encauzados. Herederos de esta utilización deben de ser los que estaban en marcha aún hace pocos años, y que figuran en el mapa 1:25.000 (del Palomar, Rápido, Pistolo, Volante, Zancudo, Carreño...).

De época almohade son también las grandes murallas que rodeaban el recinto, y de las cuales queda hoy en pie algo de las zonas norte y oeste, y hasta doce grandes torres cuadradas. Es un macizo de tapial típico, con partes donde la altura conservada es de 14 m, y que iba ciñéndose a las curvas de la meseta, con un perímetro aproximado de 1.500 m [74].

El estudio de la rica zona del Campo de Tejada en época más moderna tampoco está hecho, pero son de mucha utilidad los datos recogidos por J. González [75]. Cuando se tomó Sevilla por Fernando III (año 1248), aún quedaron en poder árabe las zonas de Niebla y Tejada, a condición de pagar unos tributos que no fueron hechos efectivos. En 1253, Alfonso X se apodera de Tejada y su territorio, y al año siguiente hace lo mismo con Niebla. En Tejada sólo había ya 146 casas, luego había empezado otra vez su decadencia; ello es comprensible por el estado de inseguridad que reinaba ya desde hacia varias décadas. No se sabe con certeza cuándo fueron fundados los pueblos cercanos, pero en el Repartimiento figura Escacena con «10.000 pies de olivos y 900 aranzadas de tierra». Asimismo, en los primeros padrones conservados, que son de 1435-1500, aparecen Escacena con 192 habitantes, Paterna con 112, Manzanilla con 200 y Castilleja con 35 [76].

El motivo que se suele atribuir al despoblamiento de Tejada hacia las alturas inmediatas es el nuevamente alto grado de insalubridad del valle que, abandonados los aprovechamientos árabes, ha vuelto a su estado pantanoso y es foco de toda clase de infecciones, especialmente tifus y malaria, al acumularse sin movimiento ni salida alguna sus aguas. Tejada aún resistió con alguna población hasta comienzos del siglo XVII. Escobar [77] atribuye en parte esta supervivencia a dos conventos, de carmelitas y franciscanos respectivamente, fundados el primero en 1416 y el segundo después de 1453. Hubo además en Tejada dos iglesias, de San Jorge y de Santa María, emplazadas dentro del recinto amurallado y posiblemente coetáneas. Pero ya en 1550 se dice que sus puertas estaban rotas y entraban los ganados en su interior, hasta comienzos del siglo siguiente, en que se abandona definitivamente. Parece que éste es el fin último de Tejada. Hoy sólo queda allí un caserío de labor, y sus tierras son objeto de trabajos agrícolas que sacan a la superficie gran cantidad de cerámica [78]. No tenemos noticias de descubrimientos recientes, como las inscripciones que hasta el siglo pasado, según noticia de Ceán, se encontraban de vez en cuando; ni esculturas ni mosaicos se han encontrado nunca, aunque sí muchas monedas de la ceca itucitana.

El único vestigio de importancia es la llamada «Fuente de la Reina Mora», unos 200 m al sur de las murallas del oeste, que estudiaremos más adelante y guarda una estrecha relación con los restos que hallamos nosotros en la llamada Fuente Pequeña.

Escobar [79] decía que se llamaba «Fuente del Fraile»; que era una «piscina natatoria, parte de unas termas», y que «hundida en el agua y lodo, se nota algo como una escalinata, para que los bañistas se sumergieran á placer ó permanecieran sentados».

Tras esta breve introducción sobre el condicionamiento del valle, su topografía y relaciones con los dos grandes yacimientos cercanos que abasteció, se puede entrar ya en la descripción de lo que forma, propiamente hablando, la cabecera del acueducto de Itálica, su caput aquae. Algo hacia el centro del valle se encuentran dos de sus manantiales: al este, la llamada Fuente Grande, que es el mayor de todos; queda junto al camino que sale desde la carretera Escacena-Aznalcóllar para servir al mencionado cortijo de Peñalosa.

Apenas quedan vestigios de la construcción que seguramente ceñía el manantial. A causa de las casetas de motor que extraen el agua, no puede apreciarse el rehundimiento del terreno que determina la fuente, pero podemos calcularlo en unos 1400 m2, tendiendo a la forma alargada, casi triangular. Los restos son casi irreconocibles. Aproximadamente al norte de este triángulo, y con orientación este-oeste, se ven en el suelo unos cuantos sillares que conservan disposición rectangular, con un lado menor de unos 12 m, y mayor de al menos 23, lo que es tamaño considerable si, como creemos, es un receptáculo de captación. Es dentro del rectángulo así formado donde se da la mayor concentración de humedad, y por donde se inunda en años lluviosos [80].

Este triángulo de terreno cuenta con un rebosadero natural, que debe ser el mismo usado en época romana, donde nunca crece la hierba, y que impediría el desbordamiento del agua al llegar a un determinado nivel. Este aliviadero debía volcar en el canal que luego mencionaremos entre las dos fuentes.

En el borde superior oeste de la Fuente Grande es donde han ido acumulando los labradores enormes sillares de piedra arenisca amarillenta que sacan cada año con las labores de arado. Su número ha aumentado con el uso de los modernos arados de reja profunda, de 50-60 cm de penetración, lo que nos da una idea de la profundidad a la que está situada la construcción a la que pertenecieron. Las piezas son considerables por su número y tamaño.

El número total, entre sillares lisos y trabajados, se acerca a ciento diez, y de una gran uniformidad. Tienen un promedio de 1 x 0,50 m, pero los hay de varias medidas. Entre ellos predominan los almohadillados y los esquineros. Hay algunas otras piezas de gran interés: algunas han servido de basamentos, otras son pilastras con anchos acanalados, presentando una de ellasla particularidad de haber sido cubierta posteriormente, pero también en época romana, de una gruesa capa de opus signinum hidráulico, evidentemente para una reutilización en el propio sistema de conducciones.

Por fin, alguna es basa de pilastra y otras más tienen una forma cuyo fin ignoramos, o han sido reutilizadas como bebederos.

Como se puede comprobar, todos estos sillares, por el material en que están trabajados (arenisca amarillenta, no muy blanda) y por el tipo de talla (almohadillado y acanaladuras muy separadas entre sí), invitan a una cronología que parece republicana, o al menos de comienzos del siglo I d. C. Naturalmente que lo decimos sin pruebas estratigráficas, pues son piezas tiradas en el campo, carentes de una excavación científica.

Los almohadillados por sí solos no nos dan una cronología segura. Los hay igualmente en el siglo III antes de la era que en el IV después. Sin embargo, las acanaladuras tan amplias son dato mucho más seguro. Los edificios romanos más arcaicos las llevaban, recubiertas de estuco, en número de 6 a 8 por pilastra; al hacerse con materiales más finos, se van multiplicando, ya a fines del siglo I (Forum Transitorium de Nerva). En estos sillares sólo pueden verse cuatro o cinco, y creemos que ello es indicio de arcaísmo.

Entre las fuentes Grande y Pequeña hay una suave altura, lo suficiente como para no poder verse la una desde la otra. Este pequeño cerrillo lo hemos recorrido repetidas veces, y hemos podido observar la gran cantidad de material de construcción que aparece esparcido en su superficie. Es de aquí de donde provienen todos los sillares que hemos descrito. También hallarnos un gozne de bronce en muy buen estado y diversos tipos de ladrillos, tegulae e imbrices.

La tierra toma allí un color blancuzco que se hace más evidente en la parte más alta. Todos estos elementos, junto con los sillares, nos inducen a sospechar la existencia de un edificio de grandes proporciones en el promontorio.

A poniente de él, como hemos dicho, se halla la Fuente Pequeña: se ve un rehundimiento en el terreno, menor que el de la Fuente Grande. Tiene unos 40 m de longitud máxima. El número de bloques aquí acumulado es también grande, pero son de arenisca sin formas muy definidas, y otros de hormigón que no se registraban antes.

En el punto de máxima humedad quedan, in situ, restos de una típica construcción de recepción, muy parecida a la de la Reina Mora junto a Tejada la Nueva, que antes describimos. Damos un pequeño croquis de lo visible.

Se trata de un alineamiento rectangular de sillares de piedra oscura y muy alisada, que es la que aflora en el subsuelo de toda la zona, con 5,80 m de fondo por 4,70 m de lados, aunque seguramente éstos serían algo más largos. A una distancia de 0,70 m al interior de ese rectángulo hay otra alineación de sillares que presentan un canal central de 0,20 m. Por fin, en la parte central de la fuente aparecen otros tres sillares, formando caja, que enmarcan lo que propiamente es el manantial, y que en la actualidad está cegado por una arenilla fina. Pudimos comprobar que se había rebuscado allí, dejando un agujero, pero nadie sabía si se había hallado algo.

Fácilmente puede comprobarse el extraordinario parecido de esta disposición con la de la Reina Mora. Sin excavación no puede afirmarse mucho, pero creemos que entre las dos alineaciones exteriores debía de haber cierta profundidad, que estaría llena de agua. El ejemplo más próximo para este tipo de construcciones lo hemos encontrado en la fuente del santuario helenístico de Apolo en Cyrene [81], que apunta también a una fecha temprana. En cuanto al canal interior que se aprecia en los sillares de la segunda alineación, nos inclinamos a creer que serviría para encajar en ellos losas rectangulares, formando un paramento continuo, como sucede con frecuencia en el norte de África [82]. La forma rectangular en fuentes y estanques es allí general (en Roma e Italia se tiende a lo circular o semicircular [83]), y suelen llevar por tres de sus lados un estilobato en gran aparejo. Esto podría aplicarse a la «escalera» de la Fuente de la Reina Mora.

A unos 50 m al NE de la Fuente Pequeña hay un tercer manantial, con un nuevo rehundimiento, y que conserva buen número de sillares tallados, algunos de ellos in situ; otros han sido volcados allí por los labradores. Esta fuente estuvo unida a la anterior por un canal, cuyos vestigios son fácilmente identificables sobre el terreno, buscando evidentemente una acumulación de agua, que luego se repite otra vez. En este manantial hay dos alineaciones rectangulares, una muy erosionada, en piedra local y más toscamente hecha, y otra, que debía ser la cabecera del manantial, cuyos sillares conservan la misma acanaladura que antes vimos, y que debieron servir para soportar también losas delgadas. Este sistema lo acredita para los esquineros Birebent [84], nuevamente en el norte de África. Sin embargo, debemos dejar constancia de que hay desplazado un sillar, que presenta tres ranuras, más ancha la central, cuya aplicación ignoramos, pareciendo mejor solución en este caso que llevara una tubería, de plomo o cerámica.

Una última observación es que, al sur del cerro antes aludido, pudimos recorrer un rastro, de unos 200 m de longitud por 2 de ancho, de material deshecho por los tractores, que unía la Fuente Pequeña con la salida de la Fuente Grande; el material era de tipo hidráulico, y ello nos lleva a sospechar que una conducción llevaba el agua de una a la otra. Este sistema de aportaciones de unos manantiales a otros hay que ponerlo sin duda en relación con la fecha de construcción del acueducto, es decir, en el primer tercio del siglo II d.C., por el hecho de que, una vez decidida la obra, es lógico que se intentaran aprovechar al máximo los recursos en caudal de agua de las fuentes mayores.

Sobre el procedimiento de desagüe de los manantiales, Vitruvio [85] da orientaciones para hacerlo, con canales subterráneos o en superficie que fueran a dar a una salida exterior combinada, pero ello es tan poco conocido que no puede establecerse una norma general. Un ejemplo muy gráfico lo tenemos en el santuario sirio del Janículo, dedicado a la ninfa Furrina [86].

Estos son todos los datos que podemos aportar en cuanto se refiere a restos visibles en la cabecera del acueducto. Unas primeras conclusiones podrían ser:

a) La potencia hidráulica de la zona la hace extremadamente fértil y aprovechable, incluso durante el primer milenio a. C., entrando en relación con los yacimientos de Tejada la Vieja y la Nueva.

b) La existencia de un gran número de manantiales (al menos quince), podría haber dado lugar a un culto de las aguas (sobre el que volveremos), del que sería expresión en época romano-temprana un gran edificio en el cerro.

c) Posiblemente a comienzos del siglo II d.C. se inicia la construcción del nuevo acueducto de Itálica, realizándose con ese fin una recogida del caudal de las fuentes mayores, ya existentes, canalizándose inmediatamente de la última conexión.

d) En época tardía, al decaer Itálica y abandonarse el cuidado del acueducto y el aprovechamiento hidráulico del valle, sobrevienen inundaciones incontroladas. El agua estancada da lugar a una situación insalubre, que acabará provocando el despoblamiento de Ituci. Tras una mejora en época árabe, se abandonará definitivamente.

A unos trescientos metros de la Fuente Grande, en dirección sur y junto al camino de la finca aparecen ya los primeros restos del acueducto, canalizada ya toda el agua recogida (no quedan vestigios de las conexiones que hubiera entre ambas zonas).

Es una conducción hormigonada en dos bloques, que dejan un canal de aproximadamente 0,50 m de ancho. Está parcialmente tapada por piedras extraídas por el arado. Aquí hemos podido observar un dato muy interesante: en las paredes aplanadas se ven de tramo en tramo unas ranuras, mientras que se conservan dos bloques de hormigón de los que uno tiene cuatro tegulae adheridas y el otro rastro de haberlas tenido.

La técnica no se parece en absoluto al resto del specus del acueducto. Ello indica que las paredes del canal, así como el suelo, van revestidos, sólo en el primer tramo de la conducción, de tegulae, y posiblemente cubierta plana.

Hemos encontrado en la Narbonense los paralelos necesarios para este sistema: los dos acueductos de Die (Dea Augusta). Esta ciudad era uno de los dos centros religiosos de la provincia, junto con Lucus Augusti (Luc-en-Dois). La conducción va hecha en piedra de talla, dos de un pie cada una en el suelo y una en pie a cada lado formando las jambas. Grenier [87] sólo conoce un caso más, el de Bourges, que cita Blanchet [88]. Los dos de Die se acercan más al nuestro porque presentan esa particularidad sólo en los tramos cercanos a la cabecera, como aquí ocurre. Hay que observar que el sistema, por lo que sabemos, es desconocido en España. Sin embargo, el tramo que esto duraría no se puede precisar, aunque al llegar el acueducto al cortijo del Campanario (v. infra) no es ya probable.

La conducción va separándose sensiblemente, según vemos por sus restos, y se adentra en el campo, en dirección este, donde empieza su largo recorrido hacia Itálica.

 

Descripción de los tramos visibles

A continuación veremos el aspecto descriptivo del recorrido, definiendo éste y precisando todos los restos del mismo que hemos encontrado, en dirección oeste-este, es decir, partiendo de su nacimiento.

1) Primer subterráneo y tramo de El Campanario.

Después de realizarse las conexiones, habíamos visto cómo enfilaba la conducción el borde del camino de Peñalosa y, separándose poco a poco de él, se perdía. Ello se debe a que atraviesa el primer cerro de su recorrido en subterráneo. Aquí no hemos podido ver lumbreras; a su salida va a parar a terrenos del cortijo llamado El Campanario. Se conservan unos 200 m de la subestructura de la conducción (substructio), que ha perdido casi todo su revestimiento de ladrillo; no queda ni el más leve rastro de la caja que llevaría encima. Describe una amplia curva, aflorando algunos restos más entre el sembrado, en dirección NE; cruza la carretera Aznalcóllar-Gerena y vuelve a hacerse subterráneo.

2) Segundo tramo subterráneo. Este tramo es bastante largo. El acueducto, para evitar el valle, demasiado largo y bajo, de los cortijos de El Prado y Garci-Bravo, efectúa un rodeo hacia el sur, alejándose del término de Aznalcóllar. Aquí no encontramos lumbreras por falta de permiso para recorrer los terrenos. Va bordeando la meseta, siguiendo su cota, hasta aflorar en superficie para cruzar el arroyo de Barbacena (del cortijo de este nombre). Aquí hay también restos de la subestructura hormigonada, pero en lamentable estado. El arroyo lo cruzaba con un solo arco. Vuelve a introducirse en tierra para salir, casi un kilómetro más al norte, y cruzar el arroyo de Tamujoso o de las Cuevas. Nuevamente se entierra, y sale a la altura del cortijo de Garci-Bravo.

3) El cruce del arroyo de Santa María.

Aquí sólo se conservan los machones de grandes pilares que fueron arrancados hace mucho tiempo, cruzando la vaguada del arroyo. Sin embargo, lo auténticamente interesante de este trozo es que se trata de otro valle, más pequeño que el de Tejada, pero de igual naturaleza artesiana. A unos 300 m al norte del lugar donde pasa el acueducto, existe un manantial llamado Fuente Clara, que tenía el suficiente caudal como para, encauzado, hacer funcionar hasta hace pocos años el molino de La Angorilla. Casualmente, en lo alto del cerro que hay tras aquélla existen las ruinas de la ermita de Fuente Clara, donde se veneraba a la Virgen de igual nombre, y por la que sigue habiendo devoción hoy en Aznalcóllar. Puede tratarse de la pervivencia del culto a la ninfa del lugar. En cualquier caso, lo que parece seguro es que el acueducto, al pasar por este valle, se anexionaba el agua de las fuentes cercanas. Hace años apareció aquí una «caja de cemento» de regulares dimensiones, que tenía dos tuberías de plomo, una de entrada y otra de salida. Puede tratarse de un pequeño pozo de decantación, o que formara parte del sistema de aportación de la fuente. Después de enterrarse nuevamente, y girando ya hacia el norte, reaparece para cruzar el arroyo del Pilar Viejo, en términos del cortijo del Negro. Los restos consisten en el muro de sustentación hundiéndose progresivamente en el terreno.

4) Los Arquillos. Después de unos 4 km de recorrido subterráneo, bordeando la meseta, aparece por el oeste, pasando cerca de otro manantial que debió también de añadírsele (aquí hay restos de ocho cimientos de pilares modernos, en hilera, cada cinco metros, que pueden corresponder a una fuente que aprovechara el venero de agua). En el cruce del arroyo de Los Arquillos los vestigios se reducen a un trozo grande de conducción, al que precede un reguero de materiales que nos da la dirección; dos cepas de pilar, a 3,50 m una de otra, y dos espigones, uno en cada borde del arroyo, donde debía apoyarse el arco central (se deduce, a juzgar por las cepas, el desnivel y el propio nombre del arroyo, que debía constar de al menos cinco arcos). El trozo mayor conserva mucho del revestimiento de ladrillo, y una altura de 1,30 m. No queda nada de la caja. Después de cruzar el arroyo tuerce hacia el NE, rodeando el cerro de enfrente por su ladera sur, para cruzar el río Agrio.

5) Tramo del río Agrio. La conducción llega rodeando el cerro, con una altura de 1,60 m y, tras salvar una hondonada, continúa unos 200 m, de los que apenas queda nada, y cruza el río oblicuamente, sistema que se escoge para que no sufran tanto las bases de los pilares con los embates de la corriente; el río baja aquí con una fuerte coloración rojiza, debido a que viene de los terrenos de la zona minera de Aznalcóllar, donde se explotan piritas cupríferas. Se da la circunstancia de que en la orilla este hay unos grandes escoriales romanos que evidencian un trabajo de este tipo; actualmente está a unos 100 m de allí la mina de la Caridad [y del lado oeste, ligeramente al sur, la hoy tristemente célebre Balsa de Estériles de Aznalcóllar-Boliden-Apirsa, que provocó la conocida catástrofe medioambiental en abril de 1998].

Gracias al arranque del último arco conservado en la orilla oriental se podría trazar una construcción ideal del paso, calculando la luz del mismo (4,25 m) y basándonos en los restos de cepas de los siete pilares siguientes, a 6 m una de otra. Hemos calculado la altura a la que debía ir la caja sobre el río, según los puntos de cota de ambas orillas (en torno a los 60 m) y resulta ser aproximadamente de 14 m Pero es imposible saber si los arcos se ensanchaban en el centro del río y cuánto, por ello la reconstrucción que se ofreciera sería incierta. Una sección del specus conservado, con cordones hidráulicos, se da más abajo. Las hiladas de ladrillo son 13 por metro, y tienen 21 cm de largo, siendo de mejor calidad que en el sector siguiente de Los Frailes. La altura del paramento alcanza aquí 1,80 m, y la del arco conservado 0,80 m.

6) El Chaparral. A partir del Agrio, y en una distancia de 1.100 m, se pueden seguir entre los olivares de esta finca vestigios considerables: el muro serpentea cerca de la carretera Aznalcóllar-Gerena, cruzándola en dos ocasiones. En las láminas se ofrecen las partes mejor conservadas, entre ellas una alcantarilla pequeña, sistema para evitar que la estructura compacta corte el paso del agua de lluvia de uno a otro lado, y que se repite en varias otras ocasiones.

Casi llegando al arroyo de Los Frailes, y junto a la carretera, hay un sector de caja altamente interesante porque conserva 76 cm de altura, la mayor de todo el specus del acueducto. Lleva media caña de hormigón hidráulico, pero un kilómetro más atrás, y como caso único, hemos visto un cordón triple.

Esta finca fue encinar anteriormente, y utilizaban el muro de la conducción para la carga y descarga de cerdos; eso basta para dar una idea del estado en que se encuentran los restos conservados. Ahora las faenas agrícolas en el olivar son muy fuertes, al punto de que trozos que vimos hace poco más de un año ya no existen.

7) Paso del arroyo de Los Frailes. Este sector lo consideramos uno de los de mayor interés del acueducto. En torno a él queremos recordar el viaje del P. Zevallos, recogido más atrás, puesto que él lo vio en mucho mejor estado del que lo hemos encontrado:...En algunos sitios, como al pie del monasterio del Retamar, de monges basilios recoletos, se manifiesta la fábrica del Aqüeducto, que es de pilastras y arcos rebajados, sobre los cuales dura todavía el encañado de las aguas dirigiéndose hacia Itálica. Dura esto por un tramo muy largo, por lo más bajo de la Dehesa de las Dueñas; sigue su viage hacia la Pisana...»

El arroyo de los Frailes, nombre heredado del convento, cuyas ruinas allí quedan, es de poco caudal, pero bastante profundo. La conducción, que venía recorriendo El Chaparral sobre estructura compacta, como acabamos de ver, unos 60 m antes del arroyo, al perder cota, se levanta nuevamente sobre arcos, esta vez en una longitud importante, cercana a los 300 m, disminuyendo luego la altura de los arcos según el terreno vuelve a ganar cota, y salvando así toda la vaguada (en el alzado aparece el tramo del cruce solamente) [89].

El muro se corta al abocar el arroyo. El trozo in situ demuestra que aquí es sólo hormigón, sin revestimiento de ladrillo, mientras que los arcos que soportaba sí lo llevan. A unos 120 cm de la fractura se conserva la cepa de uno de ellos, el que aparece caído al lado en la misma lámina. El otro arco, que aparece a la derecha, estaba más atrás, y en pie, el año pasado, cuando fue arrancado y arrojado allí. Quedó su cepa, por lo que sabemos que estaba a 3 m del siguiente. La cota que debía conservar el agua nos da un alzado de doce arcos en la orilla oeste. La altura en el borde del arroyo da 4,25 m, más la caja un total de unos 5 m. En el centro de la corriente pasa de los 8 metros. Se conserva el cimiento hormigonado hasta el borde del agua sólo en la orilla oeste, con ensanchamientos sucesivos correspondientes a cada pilar. La altura parece que exige un solo orden de arcos.

Una vez cruzado el arroyo se ve obligado a continuar sobre arquería, totalizando 71 arcos, lo que es un número considerable. A unos 120 m del cruce quedan conservados seis arcos [en el cortijo de Las Dueñas].

Es difícil hacerse una idea exacta de su aspecto por lo dañados que están, pero es la única secuencia que se conserva de arcos in situ de todo el acueducto. La distancia entre ellos es de 4,05 m, el dovelaje doble, y la luz de 3 m.

En principio parecía que el terreno podía haber sufrido aquí inundaciones y rellenos, y que bajo estos arcos habría pilares enterrados [90] ; para comprobarlo, realizamos una cata junto al segundo arco.

Fue sorprendente comprobar que bajo ellos estaba el mismo grueso muro, sin aberturas de ninguna clase, al menos ahí, y que corría de continuo, sirviendo de cimentación a las arquerías. El muro, de hormigón, tiene 0,87 m de profundidad, y el mismo ancho de la estructura superior, es decir, 1,44 m. El sistema lo hemos encontrado muy similar en los de Fréjus y Mérida (cfr. notas 115 y 133). Asimétricamente, entre arco y arco, lleva un resalte en forma de media almendra. Se comprueba así también lo que vio Zevallos, es decir, que eran «arcos rebajados». Las pilastras debían ser sólo las de la parte central del arroyo.

Se conserva el último arco de la secuencia, a 80 m de los que acabamos de describir, para continuar la estructura normal, revestida de ladrillo, que va perdiendo cota. Al llegar ante la meseta de Carcahueso, situada a 57-56 m de cota, prefieren ir rodeándola a media ladera en vez de perforarla. En ese rodeo llevan años los trabajos agrícolas arrancando trozos enteros, según testimonio del encargado de la finca [91].

8) Tramo subterráneo de Carcahueso. Cuando ya no es posible seguir bordeando la meseta por alejarse demasiado, se hace nuevamente subterráneo, cortándola por el punto más estrecho. La cota llega arriba a los 73 m, mientras la conducción discurre por los 52, luego la obra está desarrollada aquí a 23-25 m de profundidad. Desgraciadamente, no podemos saber la estructura de las partes subterráneas, pues no están en ningún sitio a la luz, y donde sería más factible excavar, que es precisamente a la salida de este tramo, habría que remover varios metros cúbicos de tierra depositada en la entrada. No obstante, la galería debe de tener al menos 1,50-1,80 m de altura por 1,50 de ancho, specus de 60-80 cm y bóveda de medio cañón. Sobre el material tenemos dudas (v. infra).

En este tipo de subterráneos, que en el acueducto de Itálica suman unos 16 km, las lumbreras son los únicos restos visibles. Llamamos así a los spiramina o pozos que se distribuyen a lo largo de la superficie, y que tienen o pueden tener cuatro misiones:

a) Durante la construcción, se comienza un túnel por cada extremo de la perforación prevista y, en superficie, los spiramina pueden servir para bajar y subir hombres, materiales y escombros [92].

b) Una vez terminada la obra, sirven para airear el agua y filtrar la de lluvia (a veces hay combinación de lumbrera y pozo de decantación de la misma agua que lleva la conducción).

c) Pueden actuar como válvula de escape si en algún momento crece de intensidad la presión (esto es más corriente en los sifones, pero puede darse en subterráneos normales).

d) Son también las vías de supervisión, reparación y limpieza [93].

Vitruvio [94] dice que, en principio, se debe prever una cada dos actus es decir, entre 125 y 140 m (un actus 240 pies = 71 m.). Pero las distancias variarán según la calidad de las aguas o la dificultad del terreno. En Roma, por ejemplo, el agua del río Anio, utilizada en los Anio Vetus y Novus, tenía tendencia a dejar capas de delgados residuos en las paredes de los canales. Su permanente limpieza fue una de las principales misiones de los equipos de mantenimiento [95], pues podía llegarse a bloquear totalmente el canal.

Un método muy interesante, pero que a nosotros no nos ha dado resultados por la especial característica del acueducto, es, localizados los pozos, poder observar estratificaciones en los montones de residuos que quedan a su alrededor, procedentes de sucesivas limpiezas. Algunos restos, cerámicos o de otro tipo, pueden ayudar a establecer la cronología e incluso la frecuencia de estas limpiezas. En Roma este sistema ha dado buenos resultados, pero en acueductos con siglos de existencia.

En este sector del de Itálica, el de Carcahueso, hemos podido localizar restos de hasta diez lumbreras, alineadas aproximadamente en la dirección del ferrocarril minero de Aznalcóllar, que se dirige también a cruzar el Guadiamar, y durante cuya construcción seguramente se perdieron algunas otras. Son de sección cuadrada, de circa 1,20 m de lado, y hechas con bloques de piedra, reaprovechados algunas veces (pueden ser restauraciones posteriores), y hormigonado superior, en una altura total de 70-80 cm.

Sus paredes llevan revestimiento interior de ladrillo, lo que nos induce a pensar que todo el interior del acueducto en los tramos subterráneos lo tiene igualmente, a semejanza de todas las cloacas de Itálica [96].

La distancia entre las lumbreras es en este caso mucho menor de lo que Vitruvio daba como mínimo, 140 m; posiblemente porque la caída es aquí más pendiente, se suceden cada 25-30 m. En otras partes enterradas del acueducto no ocurre así [97].

[En la zona al sur de este sector, cerca del cortijo de La Alegría, se observan restos de diques y conducciones menores cuya directa relación con el acueducto no conocemos bien; los diques embalsan aportes menores, y a veces se aprovechan como vados].

9) El cruce del río Guadiamar. El acueducto aflora nuevamente al asomarse al valle del río Guadiamar, el Maenoba de la Antigüedad [98].

El valle del río es aquí bastante ancho, unos 250 m, y el acueducto lo cruzaba elevado sobre arcos, pero los restos de ellos son casi inexistentes, y es aventurado intentar una restitución. El tramo conservado de conducción es sin duda el más impresionante de todos los hallados, pero de estructura en superficie, ya que tenemos sólo la llegada del último arco, cuando el specus vuelve a situarse sobre el canal en tierra firme. Además, no hemos podido encontrar rastros de cepa alguna, y apenas algún resto en el cauce indica que hubo arcos caídos.

Ya el mismo Zevallos decía:...la corriente del agua ha derribado algunos arcos, y la mitad del último que ha quedado está para caer dentro del mismo río...». En estas condiciones, no podíamos esperar encontrar nada, y es una suerte que aún se conserve lo que hay. No hay que olvidar que el Guadiamar ha debido ser, aparte de navegable [99], un río de gran caudal y temibles avenidas.

Seguramente por esa razón el acueducto lo cruza también oblicuamente, para defenderse de la corriente; esta arcuatio debía de estar particularmente bien construída, con pilares mucho más gruesos que en el Agrio o en el arroyo de Los Frailes, y provista de tajamares; su aspecto debía de ser formidable.

En cambio, los restos de la orilla este están en bastante buen estado en una longitud de cerca de doscientos metros. Al principio, con una altura de casi cuatro metros, en su parte baja se advierte un diferente aparejo, sólo de hormigón, que va disminuyendo desde casi dos metros hasta enterrarse.

Por encima de él, y siempre en la misma línea, comienza el ladrillo en aparejo perfecto. Creemos que esa zona hormigonada (en la que se aprecia la huella de los listones), es cimentación de la parte superior, pero que al vadear se convierte en el orden inferior de arcos (o en el único), es decir, es un procedimiento semejante al que hemos visto en Los Frailes.

En la foto se pueden ver los primeros metros de la caja (v. su sección en una figura general, infra). Mide, como siempre, 1,44 m de ancho total, distribuídos en 44 y 44 cm de paramentos y 56 de canal, con su revestimiento de opus signinum en dos capas, una más gruesa y la otra más fina. Los cordones hidráulicos disminuyen de 12 a 9 cm. Por el alzado se ve cómo se conservan en primer lugar unos 35 m de estructura, con una altura desde 3,90 a 1,80 m.

A continuación encontramos un vacío, que es por donde atraviesa actualmente la cañada real que discurre paralela al río, continuando luego la estructura.

Primero pensamos que era simplemente un trozo perdido o derribado por la vereda de carne citada; pero examinando sus extremos se descubren en el izquierdo las primeras dovelas de un arco que perforaba el muro. Su luz (7,15 x 1,60 m aproximadamente) resulta exagerada para una alcantarilla, lo que nos hace pensar en un paso bajo el acueducto para el camino paralelo al río. En caso de crecidas, serviría también como aliviadero, pero creemos que no era ésa su principal utilidad. Esto se confirma en cierto modo algo más adelante.

A la derecha del arco continúa el acueducto en un tramo bastante largo y bien conservado, cuya caja está sin embargo en peor estado, y que pierde altura progresivamente según sube el terreno.

En este segundo trozo se abre una auténtica alcantarilla, mejor conservada, y más adelante la huella de una segunda. Las luces en ambos casos son de 2 x 0,60 m.

En detalle, el paramento latericio es de una buena ejecución. El tamaño de los ladrillos es variable, pues hay de 28,5 x 5 cm (el más usual), 28 x 5, 29 x 5, 28,5 x 4,5 y 20 x 4,5. El módulo es de 14 hiladas por metro de altura. Lleva algunos de regulación, muy finos, a modo de cuñas. Las llagas tienen un promedio de 2,5 cm de mezcla. Van encajados en el paramento gran número de ladrillos triangulares, resultantes de dividir en cuatro un bessalis, y disponiendo el corte hacia fuera, lo que obliga a pulirlos (lo que Zevallos decía «ladrillos cortados y raspados por la frente»). Por lo que sabemos, es la primera vez que se encuentra esta técnica en España, y, como en Roma, puede fecharse en época trajanea o adrianea. De tramo en tramo se ven huellas de mechinales, que debieron de servir para sujetar el ladrillo que aprisionaba la caja.

10) Desde el Guadiamar hasta Itálica.

El acueducto va perdiendo altura y se enfrenta con el trasvase de cuencas, ya hacia la del Guadalquivir. La altura del terreno, a partir del cortijo de Conti y cañada del mismo nombre, se mantiene entre los 60 y 80 m; por tanto, casi todo este recorrido es subterráneo pero, como advertimos al principio, lo que vamos ahora a describir pertenece en realidad al acueducto primitivo de Itálica.

Hasta ahora se ha considerado el acueducto un todo homogéneo, desde Tejada hasta la ciudad. El descubrimiento posterior del primer acueducto aguas arriba del Guadiamar nos explicó las diferencias constructivas que nos extrañaban desde el principio. No sabemos, aunque lo hemos buscado, el punto de conjunción de ambas conducciones. Dada la altura de las cotas, debían ser enganches bajo tierra, con cisternas especiales, tuberías y llaves de paso, pero no hemos podido hallar ningún indicio.

El acueducto se introduce en tierra al pie de la ladera que sube al cortijo de Conti, y los primeros rastros hallados (una porción de canal y dos lumbreras) se hallan ya al otro lado, junto a la cañada de igual nombre, dos kilómetros más al SE. Casualmente, en este punto se cruzan el acueducto de Itálica y la actual traída de aguas de Sevilla; ésta pasa un metro por encima de la obra romana.

Todo este sector es muy complicado de seguir. Como está casi permanentemente sembrado, las lumbreras son muy difíciles de ver, y el mejor momento es a finales de julio, después de la cosecha y quema de rastrojos. Nos parece más claro numerar los hallazgos:

I) Los primeros restos, como hemos dicho, consisten en unos treinta metros de conducción a ras del suelo, en el cerro llamado «de las Cañerías» (nombre bien expresivo, como varios otros en el recorrido: Tejada, arroyo de las Cuevas, Villares, Villaranes, arroyo del Pilar Viejo, Los Arquillos, cortijo de Hormaza, dehesa de Platilla…). Su grosor exterior es de 1,38 m, pero presenta la diferencia de que el specus es más ancho, 70 cm, y los muros laterales más estrechos, 30 cm cada uno. Tampoco se ven indicios de que el hormigón haya tenido revestimiento de ladrillos, ni de cañas hidráulicas en el specus.

II) A unos 250 m, desviándose de la cañada hacia el sur, hay una primera lumbrera de hormigón, de sección circular, partida en dos y con un diámetro de 70 cm, es decir, unos dos pies y medio.

III) A unos 170 m de la anterior, aparece otra, también circular y de hormigón, con diámetro exterior de 1,40 m e interior de 0,62 m, es decir, algo menor que la primera.

IV) A 90 m de la última, una tercera, con 0,59 m de diámetro interno. Se ve perfectamente la huella de la cimbra empleada, con un ancho de tabla de 12 cm.

V) A 250 m existía otra más, destrozada en extremo, con diámetro de unos 70 cm.

VI) Perdemos la pista de más spiramina hasta unos 600 m más adelante, siempre en dirección sur, en que hallamos un abrevadero moderno y restos de material. Los restos consistían en un largo reguero de hormigón deshecho, tegulae y signinum, de unos 150 m, que se veía habían sido rotos recientemente. Partían del pozo moderno, cuyo origen sería sin duda una lumbrera.

VII) Arroyo del Pájaro Blanco. Siguiendo ese rastro se va a parar al arroyo intermitente de este nombre, para cruzar el cual el acueducto ha ido aflorando (el rastro anterior, deshecho). La conducción es un bloque hormigonado, sin revestimiento latericio, de gran robustez. El ancho es de 1,44 m, con 44 cm de muros y 56 de specus. La caja conservada aquí alcanza los 32 cm de altura, y la longitud total de lo conservado es de 28,30 metros.

Para cruzar utiliza un solo arco de medio punto, de 2,60 x 2,30 m de luz, que conserva parte de volcado sobre el arroyo. Después de 9,50 m de estructura vuelve a hacerse subterráneo, siguiendo su cota, que aquí es de 45-44 metros.

VIII) Desde este arroyo se pierden totalmente los vestigios, pero sabemos el trayecto hasta algo antes del cortijo de Villadiego, a unos 3,5 km de Itálica; los cerros llamados «de la Hormaza» deben agradecer su nombre a algunos restos que allí quedaran. En esta parte, a unos 100 m al SO del antiguo ferrocarril de Aznalcóllar, y a 50 m una de otra, aparecen cinco «losas de Tarifa», dispuestas como cubierta de lumbreras. Es la primera ocasión en que las hallamos tapiadas, pero el sistema no es desconocido en acueductos. Belgrand [100] dice que el de Sens es el primero que conoce de estos casos. Grenier [101] aporta como nuevo el caso de Ginebra. La utilización de losas de Tarifa se masifica en Itálica con las calles de la urbanización de Adriano, y de esta época debe datar su colocación.

IX) El cortijo de Villadiego.

Este cortijo y el de la Hormaza se hallan relativamente cercanos, algo al norte del varias veces citado ferrocarril. Entre ellos cruza el arroyo del Judío o Pie de Palo, de un relativo caudal gracias a aportaciones anteriores, y que da lugar a una amplia vaguada donde la cota baja a los 38 m; como el acueducto va en ese momento por los 43-42, se deduce que debería cruzar sobre arcos. Nada visible se conserva hoy de ellos, pero Zevallos nos facilitó la información del estado en que se encontraba a fines del siglo XVIII. Con más fortuna que nosotros, logró ver «algún pilar entero» y «otros arcos y pilares» de los que hoy no hay el menor rastro, aunque quizá excavando aparecieran nuevamente las cepas que menciona. El relato no deja de ser interesante, porque nos permite asegurar que allí hubo una arquería, de bastante longitud, y que al menos debía tener cuatro metros de altura.

Al llegar al otro lado del pequeño valle, el acueducto tropieza con el cerro y con la cota alta otra vez. El camino más derecho hacia Itálica es atravesar por la zona llamada «Besana de Enmedio»; pero, fijándose en la topografía, toda esa parte es muy baja, con cotas entre 30 y 40 m. Hubiera requerido estructuras demasiado altas; por ello el acueducto efectúa una amplia curva hacia el sur, siguiendo la cota 42-41. Con este rodeo se acerca a las tierras de «San Nicolás de Bari», donde Zevallos vio también restos que no especifica:

«Después (de Villadiego) no se encuentran vestigios del mismo Aqüeducto hasta el cortijo de San Nicolás, como á tres millas ó media legua de Itálica». Nosotros hemos localizado una lumbrera intacta, de las mismas medidas y características que las anteriores, en predios de San Nicolás, a unos 400 m al oeste del cortijo. Algo más adelante hay un pozo moderno que puede partir de un reaprovechamiento. Ello indica que todo este sector debía ser subterráneo hasta alcanzar el pequeño cerro que hay tras las termas de Los Palacios, donde hemos situado uno de los dos castella aquae.

X) Itálica: el final del acueducto. De los últimos kilómetros descritos hay muy pocos rastros, y tampoco ahora vamos a tener mucho en que apoyarnos. Viendo el plano, hay dos soluciones:

a) No hay que olvidar que el acueducto que llegaba aquí era el antiguo, cuyo fin era abastecer la Itálica anterior a Adriano, y con ella seguramente las termas viejas de Los Palacios. No tendría sentido que fuera a desembocar en el cerro tras las termas nuevas o de la Reina Mora porque entonces no existían ni éstas ni la nova urbs ni el anfiteatro; luego la conducción tendría que ir a parar, desde San Nicolás y a través del haza que llaman «El Gitano», directamente al oeste del actual Santiponce. Allí debía estar, quizá donde ahora existe el arroyo del Cernícalo, el castellum aquae antiguo, para distribuir el agua cómodamente a la ciudad.

b) Por otro lado, al construirse el segundo acueducto desde Tejada a Conti, lo que se pretendía era satisfacer unas necesidades hidráulicas mucho mayores, pero en una zona más al norte; el antiguo castellum podría no servir por hallarse lejos de la nueva ciudad y porque al ser los caudales ahora mucho mayores, podrían desbordar la capacidad del primitivo acueducto.

Por eso creemos que un poco después de San Nicolás, aproximadamente, volvían a separarse ambas conducciones para desembocar la segunda en su propio castellum, en el cerro que hay tras las termas de la Reina Mora, en la cota 40. Para esto tenemos dos pruebas relativas:

1) Testimonio de Zevallos: «Otra tarde después fui con los obreros á un sitio de la misma Itálica que llaman aquí vulgarmente “los Baños”: inmediatamente á estas ruinas pasa la línea de la fuerte muralla y torres que rodeaba á esta antigua ciudad, todo arrasado ya por el suelo. De la parte de afuera, á corta distancia, hice cabar y encontré el mismo cauce y el Aqüeducto, de igual tamaño y cuadro que el que estuve viendo cerca de la Pisana» (es decir, en la zona más reciente).

2) El relato de las personas de edad de Santiponce, que afirman que en ese cerro vieron los restos, hasta hace pocos años, de un gran «pilón» de planta circular que, aunque estaba ya destrozado, conservaba medio metro de altura. No nos ha sido posible hacer la excavación que permitiría hallar al menos sus cimientos, pero esta información encaja con lo que venimos suponiendo, y de momento se puede dejar como hipótesis.

Las Cámaras de los «Baños de la Reina Mora». En lo que se refiere a las termas, hemos estudiado las posibilidades de las cuatro grandes salas, con pilares y bóvedas de arista, que se sitúan al norte y a continuación de este edificio [102]. Sobre el destino de estas cámaras se han dado diferentes interpretaciones: Matute, al recoger el viaje de Zevallos, indica que son pilones y piscina natatoria; Mélida [103] aventura que se trata del hypocaustum; García y Bellido [104] dice que su destino no es fácil de adivinar.

El párrafo de Taracena [105] nos dio que pensar. Dice: «Las cisternas de Itálica son las únicas de cierta importancia arquitectónica estudiadas en España. Una, que alimenta las termas por una galería, mide al interior 12,27 x 11,34 m, y está dividida por cuatro grandes pilares de ladrillo en nueve compartimentos; hay otra más alta, y en la cumbre de la colina una tercera, larga y estrecha, cubierta con dos bóvedas de arco rebajado».

De las otras cisternas de que habla no conocemos hoy nada, aunque la segunda, «más alta», de la que no indica forma, podría ser circular y, por tanto, el castellum de cuyos restos informábamos antes. En su bibliografía no hemos podido hallar el estudio de que Taracena hace mención. La tercera cisterna, cubierta con dos bóvedas en arco rebajado, que se hallaba en la cumbre de la colina, pudieran ser las que vio Zevallos, y no las que vemos hoy junto a las termas. Porque Zevallos lo cuenta en 1783, mientras que Demetrio de los Ríos no excavó las otras hasta 1861; luego lo que Zevallos vio fue el edificio que aparece en el plano de D. de los Ríos como «cuartel» y no las salas en cuestión.

Así, hemos de concluir que cuando Zevallos se refiere a «los Baños» no está hablando de los que hoy conocemos como «de la Reina Mora», como luego se ha interpretado, sino de un posible receptáculo de llegada que hoy se ha perdido. Después de hacerse la excavación en 1861, el párrafo [del sabio monje] se ha atribuído erróneamente a las termas que Zevallos no pudo conocer. La descripción, leída atentamente, nos lo confirmará: «Inmediatamente á estas ruinas (los Baños) pasa la línea de la fuerte muralla y torres que rodeaban á esta antigua ciudad... (pero las actuales termas se hallan a unos 150 m de la muralla)...este último trozo (del acueducto) está ya muy vecino á vaciar sus aguas en la obra arruinada, pegada a lo interior del muro, llamada aquí “los Baños”. La forma de esta pieza ó piezas estuvieron cubiertas de bóvedas, y me parecieron arcas ó receptáculo general del Aqüeducto, y desde donde se hacía el repartimiento para donde se quería de la ciudad... Dichas arcas... están dadas en lo interior con el mismo estuco encarnado que advertí en el Aqüeducto...» (subrayados y apuntes entre paréntesis son nuestros).

No olvidemos que la descripción del viaje por el acueducto, a la que pertenece lo anterior, no aparece en La Itálica, el manuscrito del erudito fraile publicado después de su muerte. Este original debió estar escrito antes de mayo de 1783, fecha del recorrido, pues en el libro no hace sino una pequeña alusión a la existencia de un acueducto. En cambio, de las cisternas sí dice: «De las antiguas termas han quedado vestigios, con el nombre de “los Baños”, y caen hacia el Poniente de lo que fue la ciudad, próximas á su muro. Se reducen á dos piezas paralelas, cuyas tres paredes duran todavía hasta el arranque de las bóvedas, y conservan, sobre el estuco de que estuvieron rebocadas, el sarro del agua que batía contra ellas».

Compaginando ambas referencias, se deduce que ninguno de los dos testimonios se refiere a las actuales termas, como se ha dicho siempre, sino a estas cisternas que hoy han desaparecido y que estaban en lo alto de la colina (véase también la Zusammenfassung o resumen alemán que se acompaña). Al llamarse a ambas construcciones «los Baños», se han venido confundiendo desde entonces. Podemos concluir que estas cisternas eran el depósito terminal del acueducto, adosadas a la parte interior de la muralla para su mejor protección, y que debían ser del esquema más común, con «grandes salas cubiertas con bóvedas», de las que quizá de las más representativas sean las de Zaghouan, a donde llegaba el acueducto de Cartago [106], es decir, naves paralelas separadas por pilares, cubiertas con bóvedas de aristas, a veces muy rebajadas y, en general, con aberturas superiores para su ventilación. Cuando Zevallos las vio, se había caído ya toda su parte alta.

[Estas reflexiones se formularon en 1975. Tres años más tarde, a partir de los datos del Padre Zevallos, más correctamente ubicados tras estas hipótesis, y con ayuda de fotos aéreas, M. Pellicer Catalán, por entonces director de las excavaciones, encontró en efecto, y excavó, en 1978-1979, el castellum aquae de la nova urbs, lo que confirmó implícitamente nuestras conjeturas. Las ilustraciones que él publicó en 1982, y que insertamos aquí ahora, complementan este punto.

Con todo ello se determina que el acueducto, tras la ampliación del siglo II, llegaba por detrás de la muralla, atravesaba ésta y, a resguardo, entraba en las cisternas, en el punto más alto de la colina, posiblemente para sufrir una decantación y purificación del agua. Delante, a unos 30 m, y algo más bajo, está ese gran «pilón» circular que creemos debía ser el castellum divisorium. Desde allí se haría la distribución efectiva, por medio de grandes tuberías, al anfiteatro, a las termas, fuentes y a la ciudad en general, puesto que la cota es allí más alta que la de todo el conjunto italicense [107].

Recordemos que a comienzos de siglo aparecieron, precisamente en esa colina, dos tuberías de plomo con el sello imperial IMP(erator) C(aesar) H(adrianus) A(ugustus), que ingresaron en el Museo de Sevilla en 1904. Consideramos que pudieron pertenecer al castellum [108]. Por otra parte, en las recientes excavaciones en la «Casa del Planetario», muy cerca de las termas, apareció otro fragmento con sello municipal que, inédito hasta ahora, ofrecemos en la misma ilustración [109].

De la distribución en sí podemos completar algo con el hecho de que toda la ciudad está recorrida, por debajo de las calles y pórticos, por una red de tuberías de plomo; hay localizadas ocho fuentes públicas en diferentes aceras y, por último, que no han aparecido hasta ahora en el interior de las viviendas, lo que indica que, como es habitual, se atendía con preferencia al suministro general. Por último, las aquae caducae, tanto las usadas como las sobrantes, correrían continuamente por la conocida red de cloacas de la ciudad, una de las mejores de todo el Imperio por la calidad de su ejecución, manteniendo la ciudad en las mejores condiciones higiénicas. El estudio de todos estos datos nos lleva a afirmar que formaban parte del vasto programa urbanístico de Adriano todos los aspectos hidrológicos de la ciudad: tanto la nueva traída de aguas de Tejada, como su castellum y cisternas, como las termas, las fuentes públicas, la red de cloacas y el complejo entramado de tuberías de plomo, que enlazaba toda la ciudad y que, obviamente, es lo primero que ha desaparecido.

 

El acueducto primitivo. Los manantiales del río Maenoba

Al establecer la datación del acueducto, en principio comenzado el siglo II d.C. y dentro del programa urbanístico proyectado para Itálica, ya se nos plantearon algunas reflexiones:

En primer lugar, la causa de haber ido a utilizar unas fuentes más lejanas, las de Tejada, antes que las más próximas e igualmente buenas de la Sierra o del río Guadiamar [antiguo Maenoba]. En segundo lugar, la certeza de que tenía que haber un abastecimiento anterior: la ciudad aumenta sus necesidades con la nova urbs, pero antes era ya un gran centro urbano, como lo prueba, por ejemplo, el suntuoso teatro.

Cuando procedimos a recorrer el acueducto lo hicimos de manera lineal, es decir, desde Tejada hasta Itálica; éste era el trayecto conocido del acueducto, el que Zevallos había hecho y el que habían rastreado también los ingenieros de la Confederación. Pero cuando completamos nuestro propio estudio sobre el terreno, nos dimos cuenta de que el acueducto no era «siempre semejante en su fábrica», ni «parecía hecho en un día de una misma mano», como decía el erudito jerónimo. Por el contrario, había tres hechos evidentes:

1) Desde la cañada de Conti, el acueducto carece de revestimiento latericio. Es sólo de hormigón, y el ladrillo se usa nada más en el dovelaje de los arcos.

2) Las lumbreras, también desde allí, dejan de ser cuadradas, con ladrillo interior, para aparecer siempre redondas, con huellas de la cimbra en su zona interna.

3) La amplia curva que traza, por las tierras de San Nicolás, enfilando el casco de la vetus urbs y no el de la adrianea.

Estas tres incongruencias nos llevaron a considerar una falta de coetaneidad entre ambos sectores: como el eje de las diferencias técnicas estaba en la cañada de Conti, junto al Guadiamar, decidimos recorrer el curso del río arriba y abajo, en busca de nuevos datos. Nuestra investigación fue por buen camino, y hallamos restos evidentes, río arriba, hacia el norte, de otro acueducto. En primer lugar, recorriendo el cauce en seco, pudimos ver gran cantidad de restos caídos: trozos de canal, de muros de hormigón, de specus con signinum; un hallazgo más espectacular fue el de una lumbrera completa, con 1,50 m de diámetro exterior y 0,50 interior, volcada en la orilla del cauce, igual a las muchas del tramo Conti-Itálica.

Todos los hallazgos aparecían en la orilla izquierda o este del río, por lo que nos centramos en ella. Encontramos la galería in situ, oculta desde la carretera, dispuesta en forma paralela al río, junto al cortijo de «La Pizana», a 1,4 km al norte del acueducto y 1,2 km al sur del puente de la actual carretera Gerena-Aznalcóllar [110]. La galería mide 0,70 m de ancho interno, con muros de hormigón de 0,50 m a cada lado. Está cubierta con bóveda de cañón. La altura desde su clave es hoy de un metro, pero está enterrada otra parte inferior. Según información que recogimos, hace unos cuarenta años medía alrededor de 1,70 m de alto, y entrando por ella se podía avanzar bien unos 200 metros, mientras que ya nosotros no hemos podido pasar de los 40.

La galería está formada por un basamento inferior de grandes sillares que alcanza hoy 55 cm de altura. Sobre ellos se apoya la bóveda de hormigón, con un grosor algo inferior (30 cm frente a 50). Su estado general es muy bueno, y en su aspecto es muy parecida a la galería del acueducto de Cartago, a la altura de Bei-Oudna, entre otras semejantes [111].

Continuamos encontrando otros fragmentos del acueducto, entre ellos uno de specus con concreciones calizas, lo que indicaba que había llevado aguas calizas, mientras que las de Tejada no lo son. Varias lumbreras más, que indicaban un camino siempre subterráneo, nos llevaron a terrenos de huertas elevados sobre la orilla unos 14 m. Estos terrenos se surten de cuatro manantiales en la pared rocosa y, algo más adelante, las llamadas «Huerta del Río» y «Huerta de Basilio», que disponen de seis manantiales más. La «Huerta de Basilio» fue el fin de nuestra búsqueda, al hallar allí ya restos romanos abundantes y un estanque rectangular, recientemente rehecho pero cuya cimentación parece también antigua. La cota, 58 s.n.m., tiene la suficiente caída con respecto a la galería de la Pizana (54), el cortijo de Conti (52) e Itálica (40), de forma que el esquema era ya claro.

El agua surge de una pared rocosa de caliza, que comienza a partir del primer olivar que se pasa, y corre a ambas orillas del río. El agua es de una extremada pureza, frescura y abundancia, en años normales. Hemos hecho un cálculo aproximado del caudal aportable sobre la capacidad del estanque y la velocidad a la que se llena: sus 21,6 m3 se colman actualmente en tres horas, lo que da 7 m3 a la hora, es decir, 2 l./seg., un total diario de 172.800 litros. Si a esto se añade el aporte de los demás manantiales, que suman entre todos más o menos lo mismo, queda un caudal diario de 345.000 1/día, es decir, 345 m3.

Somos conscientes de que la cantidad es ridícula comparándola con la de las fuentes de Tejada (12.960 m3/día) o con la de otros acueductos romanos [112]. Para resolver esta anomalía hay que tener en cuenta los siguientes aspectos:

1) Estas mediciones se hicieron en un año de máxima sequía y a primeros de agosto.

2) En su estado actual, los manantiales no se encuentran bien saneados. Además, hay varias casetas de motor en la terraza superior a ésta que restan mucho caudal, directamente de perforaciones en la roca.

3) La calidad del agua nos hace pensar que fuera sólo para beber.

4) Las necesidades de una Itálica del siglo I serían por fuerza menores.

5) Podría no ser éste el único punto de abastecimiento de la ciudad en el momento más antiguo (de hecho, daremos otros dos).

6) Precisamente hay que admitir que, aun con todas las condiciones a favor, sería insuficiente cuando hubo que añadir los caudales de Tejada: unos manantiales de envergadura hubieran cubierto cualquier nueva necesidad, y de hecho no fue así.

Examinando los alrededores del manantial mayor, se pueden descubrir diferentes restos, esencialmente de hormigón. Un rectángulo de unos 25 x 5 m, que conserva parte de muro en sus lados norte, sur y oeste, desemboca en un rectángulo menor, más bajo, en uno de cuyos extremos se encontró hace años un mosaico blanco y negro, de tipo geométrico, sin que entonces se explicara a qué podía corresponder [113]. Asimismo, los dueños dicen haber encontrado a veces fustes de columnas. Creemos factible que en esta toma de aguas del acueducto hubiera un pequeño ninfeo, o una construcción semejante, aunque menor, a la de Tejada. Obvio es que una excavación aquí daría buenos resultados, ya que, al ser huertos pequeños, se ara manualmente, y evitando en lo posible tocar los muros o hundir mucho el arado para que la tierra no se haga caliza.

Por último, parece que del estanque arrancaban dos canales de «losas levantadas por los lados» (¿tegulae?), que iban a dar a una especie de piscina, y que igualmente otro, paralelo al río, se encaminaba hacia los otros manantiales. Evidentemente, se iban recogiendo las aguas de los diversos veneros y luego se encauzaban en galería subterránea. Después se separaba gradualmente hacia el interior, una vez pasado el cortijo de la Pizana antes mencionado, buscando la cañada de Conti. A partir de aquí, su recorrido es el que hemos descrito en el apartado anterior, epígrafe 10 [la línea rosa en los mapas 1:25.000 que presentamos].

El conjunto del tramo Tejada-Conti y el más antiguo Guadiamar-Itálica es lo que hasta ahora se ha conocido como «el» acueducto de Itálica. Ofrecemos en la siguiente figura un croquis del desarrollo real de ambas conducciones.

 

Aspectos técnicos. Fases de construcción

Este acueducto carece del carácter colosal de otros acueductos que tienen arquerías muy famosas, como los de Segovia, Tarragona o los de Mérida, para los que incluso pudiera pensarse en una intención propagandística, muy típica del siglo I d. C. en Hispania; la de Itálica es una obra eminentemente pragmática. Se aprecia en general un interés por economizar esfuerzo y riesgos, disminuyendo en lo posible las largas arquerías a base de rodeos, evitando los sectores que faldean laderas, que son los que más sufren, suavizando las pendientes, previendo mayor número de lumbreras, anexionando el mayor número de caudales posibles, calculando a la perfección el trasvase de cuencas, y otros detalles técnicos que revelan una gran destreza.

La arquitectura de la conducción no ofrece grandes soluciones: una espesa estructura inferior, macizada en hormigón, que soporta a modo de cimiento un muro de altura variable según el terreno, en el que va encajado el specus revestido de opus signinum. La sección apenas invariable, es rectangular, manteniéndose generalmente en los 56 cm de canal y 44 de paramentos. No obstante, en el cerro de Las Cañerías, por ejemplo, el specus llega a los 70 cm en detrimento de los muros. En cuanto a los cordones o medias cañas hidráulicas, cuyo uso es universal [114], el acueducto primitivo no los lleva y en el del siglo II es constante uno sólo, salvo en el tramo de El Chaparral donde, por excepción, es triple.

Los tramos subterráneos del siglo II no los conocemos; no obstante, el hecho de que las lumbreras sean de ladrillo por dentro, y la comparación con las cloacas de Itálica, que ofrecen un idéntico aspecto, dan pie para sospechar que aquéllos sean también en ladrillo. En este caso la cubierta puede ser o de medio cañón o en gablete; en el acueducto primitivo, cuyas galerías sí conocemos, es de medio cañón hormigonado. De los dos métodos, el gablete parece menos fuerte para soportar el peso, muy grande a algunas profundidades que alcanza el acueducto. De hecho, en Itálica las cloacas menores van con gablete y las mayores a cañón. Ello nos lleva a pensar mejor en que la conducción llevara medio cañón en ladrillo.

Uno de los detalles arquitectónicos más sorprendentes es el espeso muro de sustentación de las arquerías, como vimos en el arroyo de Los Frailes-Las Dueñas, que revela un concepto de gran solidez frente a lo usual, que es levantar los arcos a mayor altura, con pilares de cimentación individual reforzados, lleven o no un segundo orden de arcos. De este insólito sistema de Itálica ya hemos citado un paralelo muy aproximado en Fréjus (Galia, véase su estudio en esta misma web), y en Mérida [115].

En cuanto a los materiales, para los ladrillos hay que suponer que se abastecieron en enormes cantidades; no trayéndolos todos de Itálica, de los alfares que hubieron de estar funcionando años enteros para acumular la cantidad ingente que fue necesaria en la ciudad, sino según los sitios por donde trabajaran. Incluso pudieron disponer de pequeños hornos exclusivamente para la obra del acueducto, utilizando las arcillas locales. Esto se puede deducir de las diferencias de los ladrillos, que varían en longitud, grosor y a veces en cochura y color, aunque en casos las variaciones sean mínimas; los de Itálica-ciudad, sin embargo, son enormemente homogéneos.

En el Guadiamar, por poner un caso, oscilan entre 28-29 x 4,5-5 cm, siendo el módulo por metro de 14 hiladas. La mezcla que los une, poco fina, suele rondar los 2,5 cm. Los ladrillos triangulares son de 34,5 cm, siendo todos rosáceos. En el tramo de los Frailes apenas sobrepasan los ladrillos los 21 cm. En el Agrio son de mejor calidad y más pardos que los anteriores, pero miden lo mismo. Entran aquí 13 hiladas por metro, pero algo más adelante, en El Chaparral, son mucho más altos, llegando a los 6,5 cm, lo que reduce el módulo a diez. Aquí no se observan cuñas de regulación ni ladrillos triangulares como los del Guadiamar. Por otra parte, y por lo que sabemos, es el único caso en España en el que se usan ladrillos de ese tipo, técnica muy usada en Roma en el siglo I por la escasez del material: en el siglo II se abandona ya esa costumbre por hacerse más abundantes. El hecho de que aquí perviva en un solo sector es un dato cronológico. Podemos concluir que hay varios hornos trabajando para el acueducto, así como el estudio atento de la obra parece indicar que son también varios los equipos de trabajo, pues no hay total homogeneidad en la obra de albañilería.

Lugli mismo [116] afirma haber hecho estudios sobre el opus testaceum de varias ciudades de Italia y algunas europeas, y ser imposible extraer datos cronológicos o estadísticos que se acerquen a los resultados por él obtenidos en Roma: aconseja hacer los estudios separadamente, por regiones o incluso por ciudades. Ya habíamos observado, al intentar adecuar nuestras medidas y características a las que él da para los períodos Trajano-Adriano-Antoninos en Roma, que resulta imposible que encajen perfectamente. Por otra parte, ello es lógico dado lo circunstancial y poco trascendente del material, sobre todo cuando tampoco se pueden establecer relaciones exactas en otras parcelas, como la musivaria o la propia arquitectura. No obstante, la mera comparación visual de estos paramentos y medidas con los de la Itálica adrianea permite ver un gran parecido, especialmente en muros y lumbreras.

Los hormigonados del acueducto son de buena calidad, y se han demostrado bastante sólidos a pesar de la poca confianza que Vitruvio demuestra en el sistema [117]. Están hechos con zanja previa y listones laterales, casi todos los que hemos visto de 12 cm de ancho. El opus signinum reviste enteramente el interior del specus, en dos capas, la inferior, echada directamente sobre el ladrillo, más basta, de 3 a 4 cm de grosor; y la superior, más fina, enteramente perdida en muchos tramos, de 1,5 a 2 cm. El comentario de Zevallos (véase más arriba) sobre el «estuco encarnado» puede deberse a que llevara gran cantidad de ladrillo machacado, ofreciendo ese aspecto. Un caso parecido hemos visto en el ninfeo de Bolsenna [118]. Vitruvio [119] recomendaba que se dispusiera en dos o tres capas.

El tema más problemático nos parece es el de la cubierta. En los tramos subterráneos ya hemos dicho que debe llevar medio cañón, pero para los tramos en superficie hay que partir del principio de que un acueducto que porte agua para beber debe estar tapado, para evitar las impurezas y el calentamiento del agua [120]. Pero en el de Itálica no se conserva el más leve indicio que nos confirme el modo de hacerlo: no hemos visto ni un solo elemento curvo o restos de abovedamiento en el acueducto reciente ni en sus alrededores, de modo que descartamos la cubierta en cañón [121]. Una cubrición plana podría haber sido de tegulae o de madera. La madera no dejaría rastros, y las tegulae sólo han aparecido en buen número en el tramo de El Chaparral, aunque puede pensarse que han sido tomadas para reaprovecharlas en cualquier momento posterior.

A primera vista, habría que coincidir con Zevallos en que iba «descubierto al cielo y al aire». Un dato a su favor es la ausencia de spiramina en los tramos superficiales, es decir, que era sencillo revisarlo y limpiarlo. Sin embargo, nos resistimos a creer que no tuviera ningún tipo de cubrición; somos partidarios de pensar en una cubierta plana, seguramente de tégulas, de las que no quedaría casi nada.

 

Fuentes y paralelos para el acueducto de Itálica

Como ya hemos dicho, carecemos aquí de arquerías completas como las que tan bien se han perpetuado en otros casos (Roma, Tarragona, Mérida, Segovia, Cartago, Nîmes, Colonia...), de accesibilidad a los tramos subterráneos [122], conservación de las cubriciones, de castella aquae, documentos epigráficos, cipos, etc.

Entre los pocos acueductos que hay estudiados integralmente, aparte de los de Roma [123], estudios que se pueden considerar modélicos son los de Cartago [124], Colonia [125], Florencia [126] o Bulgaria [127]. En estos casos los restos existentes son muchos, tanto en la toma de aguas como en el trayecto y en la llegada. En nuestro caso no podemos intentarlo, pues los restos, materiales o escritos, son mucho menores. Aparte de los mencionados, nos han sido de utilidad los de Galia (Grenier, Montauzan y Blanchet) y algunos de África (Lambaesis) [128], entre otros.

El problema se agudiza en España, a donde teníamos que dirigir más nuestra atención, especialmente en el Sur. Existen algunos artículos sobre conducciones, pero que apenas alcanzan a dar una idea sobre la técnica y recorridos. Únicamente encontramos datos y pormenores de este tipo en los de Pineda [129] y Bolonia [130]. Por otra parte, tenemos el libro de Fernández Casado, que es una recopilación de artículos suyos sobre los principales acueductos españoles [131]: Las Ferreras, Segovia, los tres de Mérida, Sevilla (que toma como romano), Itálica, Almuñécar, Granada, Bolonia, Cádiz, Toledo, Barcelona, Alcanadre, Pineda, Sádaba, Chelves y Valencia de Alcántara [132]. Recientemente, A. Jiménez ha sometido a revisión, con éxito a nuestro parecer, los tres de Mérida [133].

El acueducto primitivo, de hormigón, grandes bloques y bóveda de medio cañón, tiene sus paralelos más próximos en Cartago, Sens, Frézenas, Vienne [134] o Florencia [135]. Es el tipo más corriente. Por otra parte, los acueductos en la Roma del siglo I d. C., y muchas de las restauraciones de los anteriores, son de hormigón, con lumbreras circulares también, aunque casi todos llevan un revestimiento exterior de opus reticulatum de mejor o peor calidad. Este detalle no es excluyente, ya que en general se observa una escasez de esta técnica fuera de Roma. El Aqua Claudia, incluso, carece de revestimiento sobre el hormigón [136].

En todo caso, los dos tipos más habituales de acueducto no pétreos son el totalmente hormigonado y el de hormigón revestido de sillarejo. Por eso es más frecuente encontrarlos en cualquier época, y de ahí la dificultad que observamos existe en muchas publicaciones para encuadrarlos cronológicamente.

En cuanto a los de ladrillo, las soluciones están más claras. La primera ocasión en que se usan es en el Aqua Claudia [137], pero en muy poca cantidad: ladrillo triangular para revestir en algunos tramos el hormigón; éste casi siempre lo estaba de reticulatum, como ya dijimos, o alternando el ladrillo en bandas (Anio Novus). El mismo empleo aparece en los dos kilómetros de los Arcus Neroniani al Aventino [138]. En este caso los ladrillos proceden de bessales. Su altura media es de 4,3 cm y su longitud varía de 25 a 28 cm, con piezas menores. Las llagas son de 1,7 cm; los arcos son dobles y de bipedales.

El Aqua Traiana representa el punto álgido de calidad en el hormigón romano por su homogeneidad, fineza y textura, con revestimientos de reticulado y piedra con bandas de ladrillo. Como vemos, hasta ese momento no se ha hecho un uso exclusivo del ladrillo. La época de Adriano marca un hito tan importante en los acueductos como las de Augusto o Claudio. A pesar de que no hizo en Roma ninguno de nuevo trazado, sus restauraciones salvaron mucho de lo que había: la pauta constructiva es el uso generalizado de ladrillo para revestir el núcleo, a partir de bessales: éste es el caso de Itálica. El período de los Antoninos [139] enmarca algunas restauraciones más, con el mismo sistema [140]. En época de los Severos, en la que se hace el último gran acueducto de Roma, el Aqua Alexandrina (y la rama del Aqua Iulia al Esquilino), la construcción es igual, pero a partir de bipedales fraccionados [141].

Fuera de Roma es muy difícil encontrar un acueducto revestido totalmente de ladrillo. Procedimiento sumamente costoso, es general en el Imperio la preferencia por el sillarejo, el opus mixtum o el opus quadratum. Igual ocurre con los puentes, cuyo principio arquitectónico es semejante al de las arcuationes. Así, entre los casi trescientos reunidos por Gazzola, sólo hemos hallado dos [en ladrillo u opus latericium] [142]. En España no se considera ninguno de tal material [143]. Ni en Galia ni en África hemos podido encontrar paralelos en este sentido. Provisionalmente, puesto que no hemos podido disponer de toda la bibliografía existente, parece puede afirmarse que el acueducto de Itálica es el único conservado en ladrillo de la Bética y de España.

Hay uno, el de Sevilla, cuya estructura original no sabemos con certeza. A pesar de las numerosas páginas que Fernández Casado dedica a su estudio como romano, tenemos serias dudas al respecto. No nos cabe duda de que la Colonia Romula tuvo sus acueductos, el principal de los cuales vendría, efectivamente, de Alcalá de Guadaira, y con un recorrido casi idéntico al que hoy se le supone. Quizá la construcción fuera de hormigón revestido de ladrillo. Pero de ahí a que los arcos que hoy se conservan en pie en las calles Luis Montoto y Oriente [144] sean romanos, median una serie de dificultades. Los mismos testimonios que aduce el autor van en contra de creerlo romano [145]. Desde el punto de vista arqueológico ni los ladrillos, ni el aparejo, ni el sistema constructivo creemos que puedan justificarse más que como almohades.

No conocemos un solo caso en el que aparezcan esos pequeños arcos de alivio penetrando en los arcos inferiores. La caja es, según las fotografías que se ofrecen, totalmente de ladrillo. Esto no lo hay ni en la propia Roma. Los refuerzos internos entre arco y arco tampoco son corrientes. No conocemos asimismo tapas de arquetas en forma de media naranja cerrada (como en la Hacienda de la Red del Agua). En los grabados antiguos de Villamil, por otra parte, y aunque haya que tomarlos con reservas, se ve un acueducto de sillares y sillarejo.

Creemos que todo lo dicho deniega esta atribución. Fernández Casado dice: «Es incontrovertible que la conducción, y con ella el acueducto, es decir, la obra sobre arcos [sic], es romana; primero porque ya existía en época almohade y anteriormente sólo los romanos han sido capaces de acometer una obra de tanto empeño... los detalles arqueológicos de aparejos, ladrillos, etc., y la homogeneidad con otras obras de ingeniería romana de la región remachan, como veremos, esta conclusión que, repetimos, nos parece incontrovertible».

Las otras obras son, según dice más adelante, los puentes de Aznalcázar (no «Aznalcóllar»), Andújar, Écija y Carmona, que tampoco creemos romanos, por parecidas razones. En todos los casos, y sobre todo en el de Hispalis, creemos que la cimentación sí es romana (y de hecho lo hemos comprobado en la calle Oriente), y que muy posiblemente fuera de ladrillo, pero la estructura superior, en su estado actual, no lo es. En la misma dirección se pronuncia recientemente el arquitecto A. Jiménez [146], más minucioso que nosotros. Volvemos así a donde estábamos, aunque se podría suponer que hubo un paralelo muy próximo.

 

Caput aquae: El posible santuario

Una parte importante de los acueductos romanos tiene su origen en zonas consideradas como sagradas o, al menos, con cierto carácter sobrenatural. Normalmente, un manantial se relacionaba muy directamente con la ninfa o ninfas que lo habitaran [147]. Las fuentes clásicas nos hablan de la extensión y arraigo del culto a las grutas (antra, speluncae) y manantiales [148], y algunas encontramos también para España [149], donde parece que el culto se halla más extendido, o al menos más documentado, en el norte de la Península; allí es más evidente su relación con los cultos galos de raíz celta [150].

En África está igualmente bien representado este culto, que allí hay que relacionar por fuerza con el mundo mediterráneo oriental anterior y las raíces púnicas. Generalmente las fuentes y manantiales se consagraban a las ninfas o a Neptuno, y ante el estanque de recogida se alzaba un templete o un altar al numen del lugar [151]. Esto ocurre en las cabeceras de Cirta, Tubursicu, Bulla Regia, Mactar, Leptis Magna, Bosra, Thugga... Sólo a fines del siglo II d.C., con la subida al trono de un coterráneo [Septimio Severo, originario de Leptis], se sustituyen allí los pobres santuarios y las simples áreas llenas de estelas (tophet) por nuevos levantamientos arquitectónicos; a veces son de gran importancia, como en Lambaesis, con un septizonium [152], o el espectacular de Zaghouan. En África todas las expresiones suelen ser reminiscencias de los cultos indígenas asimilados.

Otro tanto ocurre en el mundo de las ciudades de Grecia y Asia Menor, que tienen atestiguadas grandes reformas y ampliaciones de sus construcciones helenísticas durante la época romana. Así ocurre en Pérgamo, Priene, Olimpia, Aspendos, Mileto, Amán o Laodicea del Lycos. En muchos casos hay mezclas de cultos griegos, egipcios o incluso asirios, como en Pérgamo [153]. Uno semejante es el ya mencionado del Lucus Furrinae, en Roma [154].

Volviendo al caso de España, que es el que más directamente nos interesa, tres de los grandes santuarios ibéricos están relacionados con el agua: Collado de los Jardines, Castellar de Santisteban y Nuestra Señora de la Luz, los tres en Murcia, dentro de la zona de influencia púnica [155]. Según Picard [156], el agua era uno de los medios por los que los dioses semitas expresaban su poder.

Este culto a las aguas debía de estar representado en muchos lugares de España desde época temprana, pero primitivamente sería al aire libre o con sencillos altares que no han dejado rastro. En época romana se levantarían muchos, siguiendo su propia costumbre, pero muchos no están localizados o tampoco han dejado huellas. Sabemos, por ejemplo, que había ninfeos en Ulia [Montemayor, Córdoba], Almuñécar y Iuliobriga [157]. En Bolonia (Cádiz) se conserva, frente al Capitolio, y sigue el tipo Djemila [158]. Muy interesante es el de Santa Eulalia de Bóveda (Lugo), fechado recientemente por L. Abad a través de sus pinturas [159]. En Cartagena se constata también un culto importante a la Salud y a Esculapio [160], como también en Baños de Montemayor (Cáceres) [161], el lugar que más epigrafía aglutina dedicada a las ninfas y a la fuente. Otro tanto ocurre, en mucha menor escala, con Mérida, Villaviçosa (Portugal) y varios puntos del norte de España.

Sin embargo, no se conocen prácticamente, desde el punto de vista material, los santuarios donde se dedicarían todas estas inscripciones. La existencia de otros es más o menos desconocida en la Bética. Según nuestras noticias, sólo una inscripción en Escaña (Málaga) [162] y una en Alange (Badajoz) [163], donde la existencia de aguas termales lo hace suponer.

Por otra parte, en Itálica apareció hace poco una tabella defixionis dirigida, al parecer, al numen de una fuente [164], pero que debe referirse más bien a alguna de las de la ciudad. Como vemos, los datos para apoyarnos dentro de la Bética no pueden ser más escasos. No obstante, el culto existió, y el hecho de haber hallado restos de edificios en las tomas de agua de los dos acueductos de Itálica (valle de Tejada y Huerta de Basilio), nos da pie a pensar que allí existieron construcciones de carácter religioso. Ya hemos dicho lo corriente que es esto en el norte de África, y algunos elementos tienen un indudable parecido, como los sillares ranurados o las pequeñas basas que en Sufetula aparecen con inscripción. También allí el estanque o fuente aparece rodeado de un estilobato de grandes proporciones [165].

Pero otras consideraciones nos llevarían más lejos: todo el valle que se extiende ante las laderas de Paterna y Escacena recibe desde tiempo inmemorial el nombre de «Prado de Luna». Asimismo, la Virgen que en ambos pueblos se venera es Nuestra Señora de Luna [166].

Por otra parte, el escudo de Escacena, cuya confección fue encargada a S. Escobar [167], se hizo tomando los emblemas monetales de Ituci, concretamente el jinete a caballo, astro de seis rayos, espigas de trigo, media luna e incluso la palabra Ituci. Se hizo la composición adoptando tipos de los anversos y reversos de las acuñaciones hispano-púnicas y romanas. Como se sabe, casi todos esos emblemas tienen un origen púnico, y tenemos ejemplos abundantes en santuarios relacionados con el agua, como El-Hofra [168].

No es difícil aceptar que el culto del agua que aquí se practicara tuviera una raíz anterior, sobre todo si aceptamos el papel de Ituci la Vieja en las guerras púnicas, y antes, dentro de la hegemonía cartaginesa en el Sudoeste. Ello explicaría que los materiales romanos hallados sean de carácter arcaico. Ahora bien, pensamos que en época romana debió continuar el valle como zona sagrada, y que es muy posible que estuviera consagrado a Diana, como diosa de las ninfas y de la caza (por la que el valle de Tejada ha descollado siempre). La pervivencia de la media luna semita en el emblema de Diana y como símbolo del valle tendrían su reflejo aún en el actual Prado de Luna y Nuestra Señora del mismo nombre.

A través de la epigrafía romana consagrada a Diana pudimos ver que no existe prácticamente nada de ella en la Bética; las que hay se concentran en las provincias de Cáceres, Cuenca y Barcelona, más otras dispersas. Actualmente sólo conocemos: una en el Museo de Sevilla [169] ; una segunda aparecida recientemente en Algeciras [170] y otra tercera, la que más nos interesa por provenir de Manzanilla, uno de los pueblos cercanos a Tejada, y cuyo texto es como sigue [171]:

DIANAE · AVG

OB MEMORIAM · FABIAE · M · F ·

PRISCAE · ACCEPTO · EX DECRETO

ORDINIS ·  LOCO

RANTVLANA · PRISCILLA

MATER · SVA · IMPENSA

PONENDAM · CVRAVIT

Estas tres dedicaciones, las únicas de que tenemos noticia en la Bética, añaden a Diana [el epíteto de] Augusta, lo que no deja de ser interesante, pues entre las veinte restantes que hay en España, sólo una, de Barcelona, lo lleva [172].

Para nuestro propósito, el hecho de aparecer un ara votiva, dedicada precisamente a Diana, en uno de los tres pueblos que se surtieron de los despojos de Ituci, es un dato de mucho valor, aparte de que la inscripción que hay en el Museo de Sevilla es de procedencia desconocida.

Ceán, al referirse a Tejada, dice:...de sus ruinas se sacaron también varias lápidas, que estarán en los dichos pueblos. Una de ellas se trajo a Sevilla y dice:

Q · CORNELIO · Q · F ·

QVIR · SENI · II VIR

IIII · CORNELIA

Q · F · FABVLLA

PATRI · PIENTIS

SIMO · ET · OPTVMO

POSVIT · EX... D · D ·» [173]

Ésta es la única inscripción segura de Ituci, pero parece más que verosímil que la de Manzanilla provenga también de allí. No parece que puedan ser simples coincidencias la media luna, los símbolos semitas, el nombre del Prado y de la Virgen, las ruinas de un gran edificio en la cabecera de un acueducto, manantiales en terrenos famosos por su caza y la inscripción a Diana. Nuevos hallazgos, o una excavación en el cerro que antes indicábamos, pudieran venir a confirmar nuestra hipótesis, así como la posible existencia allí de un culto púnico anterior.

 

El acueducto y la vía Anas-Emerita [174]

A lo largo de los capítulos que Frontino dedica a describir los acueductos de la Roma de su tiempo [175], pone especial cuidado en situar cada uno en relación con una vía, la más cercana por la que se podía acceder a aquéllos: al Aqua Appia se llega por un sendero situado a la izquierda, entre el 7º y el 8º miliario de la Via Prenestina; el Aqua Marcia está a tres mil pasos a la derecha del 36º miliario de la Via Valeria; el Aqua Tepula dos mil pasos a la derecha del 10º miliario de la Via Latina, y así sucesivamente [dichos puntos solían marcarse con termini]. La razón es muy lógica: un acueducto, lo mismo para su construcción que para su mantenimiento y reparaciones, necesita estar cerca de una buena vía de comunicación.

Para el acueducto de Itálica convenía, pues, buscar algo semejante. La vía más conocida y cercana a él es, evidentemente, la que, partiendo de la desembocadura del Anas o Guadiana, se dirige a Mérida, con el siguiente recorrido:

Ab ostio fluminis Anas - Praesidium - Ad Rubras - Onuba - Ilipla- Ituci - Italica - Curiga - Contributa - Perceiana - Emerita.

Tras empezar algo antes de la desembocadura del río, y en su margen derecha, sube hacia el norte, a Praesidium y Ad Rubras [176] para llegar, después de cruzar el río Odiel por Gíbraleón [177], a Onuba (Huelva). De allí, al NE, llega a Ilipla (Niebla) y a Ituci (Tejada), para alcanzar Itálica por su ángulo NO. Evidentemente, la vía no tiene que atenerse a los condicionamientos de un acueducto, y va buscando la recta.

En relación con ella se conocen dos magníficos miliarios, uno aparecido cerca del teatro de Itálica [178] y otro en un punto no bien determinado entre Guillena y Gerena [179]. Ambos, dentro de cartelas con molduras y caracteres de fina ejecución, llevan la inscripción HADRIANVS/ AVG(ustus) / FECIT. El de Itálica marca XXV millas, y el de Guillena XXXI.

Estos miliarios se relacionaban ya en el Catálogo de Sevilla citado con la vía Anas-Mérida. Pero la conclusión interesante es que si el de Itálica cuenta XXV, el recuento se empieza más atrás: y el único punto a la redonda de Itálica que está a veinticinco millas, es decir, 36,962 km, es precisamente Ituci. Asimismo, el de Guillena marca seis millas más, esto es, 8,971 km, de Itálica, lo que hay en realidad.

Parece, a primera vista, que el miliario 0 al que ambos van referidos se situaba en Tejada, y a partir de allí contaba. Como sabemos que la vía Anas-Mérida es anterior a Adriano, podría tratarse de una restauración en toda regla que ordenara Adriano, y no de toda ella, sino precisamente a partir de Ituci.

Sin embargo, dos anomalías contrarían esta tesis: en primer lugar, que los dos miliarios ponen fecit [«hizo»] cuando seria más propio refecit [«rehizo»], restituit [«reconstruyó»] o un término similar. En segundo lugar, que una restauración no cambiaría la numeración correlativa de las millas desde el comienzo de la vía, en las bocas del Guadiana. Por tanto, nos atreveríamos a pensar en una vía Tejada-Aznalcóllar-Itálica-Guillena-Alcalá del Río, de nueva planta, que estaría relacionada con la extracción de mineral de la cuenca minera de Riotinto, canalizada a través de Ituci (Tejada), que recogiera también el cobre de Aznalcóllar hasta Ilipa Magna (Alcalá del Río) para ser embarcado. Sería el reflejo romano del «Camino de los Camelleros», como se llama el camino antiguo que unía Riotinto y Tarsis con Tejada, Aznalcóllar y Sevilla, que además es el medio más corto de sacar el mineral al puerto de Ilipa o al de Hispalis [véase la nota 3]. La razón de por qué esta vía no se habría perpetuado en los itinerarios la desconocemos, pero no encontramos otra solución al problema que plantean estos dos miliarios.

 

Cronología y conclusiones

Parece que según hemos ido avanzando en el trabajo se ha ido poniendo también de manifiesto la evidencia cronológica. Se sabe lo suficiente sobre el vasto programa que quizá Trajano y, de manera fehaciente, Adriano, prepararon para Itálica, favoreciéndola con más predilección que a ninguna otra ciudad, como vemos no sólo por las fuentes clásicas [180].

Lo que ha venido a confirmar esa liberalidad es el haber ido descubriendo poco a poco, desde que comenzaron las excavaciones en la ciudad en el siglo XVIII, los jalones que marcan el alcance de ese programa. Hay que reconocer que en estas circunstancias el establecimiento de una cronología no plantea problemas. Existe un acueducto primero, hecho con la técnica al uso durante el siglo I d. C., con paralelos más cercanos en el norte de África, y que llegaba a Itálica por el lado oeste, para abastecer las necesidades que entonces tuviera, entre ellas las de las viejas termas. Este acueducto es de bastante buena factura y tamaño, y hay que desechar la idea de una Itálica oscura anterior a Adriano. El gran teatro de tipo republicano, cuya primera fase podría datarse en época de Augusto, es una prueba de gran valor en este sentido [181].

Además de esta construcción, que recogía los distintos manantiales del río Guadiamar, posiblemente fueran de la misma época la conducción que venía de Valencina de la Concepción, que vieron Rodrigo Caro y el Padre Zevallos [182] y que iba a parar a la Fuente de la Mula, al oeste del casco antiguo; y la gran fuente del León, situada a unos dos kilómetros al norte de la ciudad, donde se observan en lo alto de la colina restos romanos muy abundantes.

Posteriormente Adriano ordena la planificación de la nueva urbe, de corte totalmente hipodámico, y en cuyo proyecto no sería difícil imaginarle interviniendo personalmente, dadas sus conocidas aficiones artísticas. Dentro de ese plan están previstas las amplias aceras porticadas, el sistema de calles, de cloacas, unas nuevas termas, el colosal anfiteatro, la reornamentación del Foro antiguo o quizá otro nuevo (donde se incluirían las mejores esculturas italicenses: el Mercurio, la Venus y otras de ambos emperadores) y, por último, para contribuir al abastecimiento hidráulico de todo ello, un nuevo acueducto.

Esta datación adrianea (aunque, como todo lo de la nova urbs, quizá se comenzara con Trajano y continuara con los Antoninos [véase la nota 139) se ve confirmada por el aparejo de hormigón revestido completamente de ladrillo, que no se da en Roma antes de Adriano. El conjunto del acueducto revela bastante homogeneidad en su ejecución, y escaso margen de tiempo. Las diferencias que apuntábamos han de deberse a distintos equipos y hornos.

En cuanto a los regímenes constructivo, burocrático o de mantenimiento, ya hemos señalado la falta de datos epigráficos, a excepción de los que se pueden suponer, por otros casos semejantes, con alguna certeza. No sería raro que los técnicos, architecti, fueran enviados de Roma con planos preparados, pues hay detalles que se observan en la ciudad que no son en absoluto producto local; la misma observación puede hacerse del acueducto. Pudo participar en el rigor un equipo de militares, habituados a estos menesteres, quizá relacionados con la legio VII Gemina [cuyos ladrillos sellados han aparecido ocasionalmente en Itálica].

Sobre el tiempo que el acueducto estuvo en servicio, hay que plantearse la misma problemática que en la ciudad: no fue mucho porque no se observan huellas de reparaciones sucesivas, cuyo caso más evidente se da en Roma. El de Itálica debió dejar de utilizarse cuando la ciudad, al menos cuando la nueva. Con la decadencia de Itálica, quizá a mediados del siglo IV [183], todo se va abandonando, y falta el potente aparato administrativo que respaldaba y aseguraba el perfecto funcionamiento de cada obra pública.



[Nota final de la autora. La excavación de M. Pellicer en las cisternas, en 1978, referida en la nota 1 –M. Pellicer Catalán, «Excavaciones en Itálica (1978-1979): Murallas, cloacas y cisterna», Itálica (Santiponce, Sevilla), Madrid (Excavaciones arqueológicas en España nº 121), 1982, 207-224– corroboró la impresión cronológica aquí formulada, ya que los materiales más recientes que él halló (aparte de algunos grafitos árabes muy posteriores) estaban en un posible tesorillo monetal del estrato I, cuya fecha última es del 183 d.C. (sus pp. 214 y 216), tras lo cual parece que los depósitos no se limpiaron más. Pellicer fijó el abandono del acueducto en la primera mitad del siglo III, aunque lo atribuyó (como era y es aún lo habitual en la mayor parte de la bibliografía sobre Itálica) al «bujeo» o cuarteamiento anual de las arcillas expansivas de la nova urbs. Pero, como vengo argumentando desde 1980 (cf. en las mismas Actas, p. 236, nota 14, o los trabajos de 1985 y 1999 citados al final de la nota 3), este problema geológico no pudo afectar a Itálica en la Antigüedad, y se debe al resecamiento general de la nova urbs por efecto del moderno alejamiento del Guadalquivir.

Más bien la nova urbs italicense nació y fue grande mientras lo fueron los emperadores y los grupos de poder que de ella procedían. El lujoso barrio vivió su agonía en paralelo a la de la dinastía hispana (vid. supra nota 139), y cayó junto con las grandes familias béticas que habían colaborado a su creación y progreso, víctimas políticas del nuevo emperador, el africano Septimio Severo, como nos confirma la Historia Augusta (Vita Severi, 12, 1, años 193 y siguientes):...(ejecuciones de muchos principes civitatis y feminae inlustres tras la victoria sobre Clodio Albino)...omnium bona publicata sunt aerariumque auxerunt [...] cum et Hispanorum et Gallorum proceres multi occisi sunt...:...las propiedades de todos ellos fueron confiscadas y engrosaron el erario público [...] y muchos próceres, tanto hispanos como galos, fueron asesinados...».]


vocabulario de términos latinos


Créditos de las ilustraciones: de la autora, salvo cuando se indique otra cosa.




[1] [Nota de la autora (octubre de 2002). Quiero agradecer muy cordialmente a D. Isaac Moreno Gallo su gentileza al interesarse en acoger esta investigación en su excelente web de ingeniería romana y, sobre todo, el trabajo que se ha tomado para reelaborar y perfeccionar las ilustraciones (casi todas ellas fotos y diapositivas ciertamente ya muy veteranas), así como los nuevos mapas a color escala 1:25.000 del I.G.N., donde entre los dos hemos ido señalando nuevamente los recorridos, en grata sesión de trabajo en Zaragoza en septiembre de 2002. Conviene indicar que, casi un cuarto de siglo después de que viera la luz este artículo –en el que se estudiaba por primera vez en España un acueducto romano de forma integral y no, como solía hacerse por entonces (y a veces todavía se ve), atendiendo sólo a los tramos de arquerías, más vistosos pero no propiamente «acueductos»– muchos de los restos que aquí se documentan se han ido perdiendo todavía más. El texto mismo del trabajo, excepto pequeñas mejoras tipográficas y algunas actualizaciones o aclaraciones [que van entre corchetes], se ofrece tal cual se publicó, aunque se ha ampliado el número de las ilustraciones (siendo todavía resumen del original de 1975, que tiene 145 páginas, 21 mapas y figuras y 102 fotografías), a las que hemos quitado sus números antiguos, ya que ahora se podrán ver oportunamente insertadas dentro del texto. Interesa también añadir que en el verano de 1978 M. Pellicer Catalán completó la investigación al excavar los que Fr. Fernando de Zevallos en el siglo XVIII llamaba «los Baños», esto es, el castellum aquae o depósito general para el abastecimiento de la nova urbs de Itálica, cuya localización y forma había yo dejado sólo apuntadas a modo de hipótesis (pág. 319), y cuyos interesantes planta y alzado, de 1982, incluímos ahora para mejor información del lector; en cambio, los reservorios de la vetus urbs siguen de momento inencontrados. En atención al lector menos especializado que ahora podrá acceder al estudio, he confeccionado un pequeño glosario de los términos latinos que se mencionan en él, que se verán coloreados (sólo la primera vez que aparezcan), abriéndose en ventana aparte su explicación. Por último, que el aqua o acueducto de Itálica (o más bien las aquae, pues dos acueductos combinados descubrí que eran en el caluroso y seco verano de 1974, y no uno, como siempre se había pensado), por su costoso revestimiento de ladrillo en su fase del siglo II (con escasos paralelos en el Imperio, excepto en la Roma post-trajanea), sigue siendo excepcional entre los hispanos, y no ha vuelto a ser objeto de ningún otro estudio específico.]

[2] El presente trabajo es una síntesis de nuestra Memoria de Licenciatura, leída en la Universidad de Sevilla en mayo de 1975, bajo la dirección del Prof. Pellicer. Agradecemos la ayuda prestada a los Dres. Pellicer y Luzón, a los compañeros del Departamento de Prehistoria y Arqueología y a los ingenieros de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, Sres. Palancar, G. Gaggero y Martínez Grasa, que nos introdujeron en los aspectos hidrológicos y prestaron una colaboración inapreciable. Muy especialmente queremos manifestar nuestro agradecimiento al Instituto Arqueológico Alemán de Madrid, por la publicación del trabajo en esta revista.

[3] [Itálica fue el primer asentamiento estable de Roma fuera de Italia, y el primero también en Hispania. Según refiere Apiano de Alejandría, se creó con un núcleo de soldados itálicos y romanos en la que era una pequeña ciudad turdetana fluvial –junto al Baetis- por el gran Publio Cornelio Escipión, tras la batalla de Ilipa o Alcalá del Río (206-205 a.C.), victoria sobre los cartagineses que da comienzo a la conquista y dominio de Roma sobre la Península Ibérica. Su fundación estratégica en este lugar, frente a Hispalis e Ilipa, debió de estar relacionada con circunstancias económicas de interés primordial para Roma en ese momento, como el depósito y embarque del mineral de Riotinto. Itálica debió de gozar del estatuto jurídico inicial de colonia Latina, y de un influyente papel durante la República y probablemente en el año 45 a.C., por su apoyo a César (cf. Gerión 15, 1997, 253-281) fue elevada a municipio Romano, autónomo: Municipium Italica. Fue una de las ciudades más «romanas» y prestigiosas de Hispania y la segunda, tras Tarraco, por el número de sus senadores documentados. La creciente influencia de éstos en Roma durante el siglo I, especialmente bajo los tres emperadores flavios (69-96 d.C.), condujo a poder sentar en el trono, entre los años 98 y 138, a dos emperadores italicenses, los primeros que llegaron a él siendo de origen provincial: Trajano y Adriano. Bajo Adriano solicita y obtiene la ya histórica ciudad el rango máximo de colonia Romana: Colonia Aelia Augusta Italica, y es objeto de una gran ampliación y magnificación urbana, para estar a tono con su condición de cuna de emperadores. Y, aunque modernamente los historiadores lo hayan borrado de sus «haberes» históricos, Itálica o sus cercanías vieron nacer también al último de los emperadores de la vieja Roma, Teodosio I (379-395 d.C) –cuya esposa, Flaccilla, era también hispana y, como Adriano, de la prestigiosa familia o gens Aelia- y seguramente a su hijo Arcadio (383-408), el primero del Imperio ya dividido. (La nueva hipótesis sobre las más probables circunstancias de la fundación -en vez de las tradicionales del lazareto de campaña o el propugnaculum contra lusitanos– puede verse en mis estudios «Die Vetus Urbs von Italica. Probleme ihrer Gründung und ihrer Anlage», Madrider Mitteilungen 26, 1985, 137‑148, y ahora en español y actualizada en «La vetus urbs de Itálica, quince años después. La planta hipodámica de D. Demetrio de los Ríos, con otras novedades», Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la U.A.M. 25.2, 1999, 145-191.]

[4] J. Matute y Gaviria, Bosquejo de Itálica, Sevilla 1827, 42.

[5] Sobre Itálica, A. García y Bellido, Colonia Aelia Augusta Italica, Madrid 1960 y J. M. Luzón, La Itálica de Adriano, Sevilla 1975, son hasta la fecha las obras más comprensivas.

[6] A. García y Bellido op. cit. 126 ss.; J. M. Luzón, Breve guía para una visita a las ruinas de Itálica, Sevilla 1970, 17 Ss.; A. Blanco y J. M. Luzón, El mosaico de Neptuno en Itálica, Sevilla 1973; J. M. Luzón, La Itálica de Adriano, cit. 53; A. M. Canto, «El mosaico del Nacimiento de Venus de Itálica», Habis 7, 1976, 293; y el volumen correspondiente a Itálica (mosaicos in situ) dentro del Corpus de Mosaicos de la Bética, volumen en preparación por el Dr. Luzón.

[7] P. Romanelli, Topografia e archeologia dell’África Romana (Enciclopedia Classica, X, 7), Turín 1970, 215 ss.

[8] M. Vitruvio Pollio, De architectura libri X, VI, 1. 4 (eds. Teubner, 1912, por Krohn; Loeb, 1934, por Granger, y una edición especial de Unión de Explosivos Riotinto, de 1973). Sex. lulio Frontino, De aquae ductu Urbis Romae, 111 (ed. Nisard, 1852 y cfr. nuestra nota 28).

[9] Jardines cree Luzón que son los triángulos que va dejando la muralla al tocar tangencialmente la Casa de la Exedra.

[10] Frontino 111.

[11] A. D. Atkinson, Wroxeter Report II, Londres s. a. CIL VI, 1261 ofrece el mapa del Aqua Crabra que iba a Tusculum, con los nombres de los beneficiarios, número de tuberías y horas asignadas. Cfr. R. de Montauzan, Les aqueducs antiques de Lyon, París 1912, fig. 128.

[12] P. Romanelli, op. cit. 217; L. Crema, L’architettura romana, Turín, 1959, 185.

[13] Sobre maquinaria similar a la descrita por Vitruvio, vid. J. M. Luzón, «Sistemas de desagüe en las minas romanas del Suroeste peninsular», AEspA 41, 1968, 101 ss.

[14] J. B. Ward-Perkins, Inscriptions of Roman Tripolitania, 1957, núms. 357-359, y P. Romanelli, op. cit. 219.

[15] Cfr. infra, nota 24.

[16] T. Ashby, The Aqueducts of Ancient Rome, Oxford 1935, 46.

[17] A. Grenier, Manuel d’archéologie gallo-romaine, IV, 1, Les aqueducs, París 1960, 111, 118. [Cf. en esta misma web, y al final para al menos dos conducciones más de aguas a Itálica].

[18] R. Caro, Antigüedad y Principado de la ilustrísima ciudad de Sevilla y Chorografia de su convento jurídico, Sevilla msc. de 1624, folio 112 v.

[19] J. Matute y Gaviria, op. cit. 42.

[20] Op. cit. 43, con la advertencia «cuyo viaje copiamos casi á la letra». Lo dan también S. Escobar y Salazar (v. infra nota 21) y A. Gali Lasaletta, Historia de Itálica, municipio y colonia romana, Sevilla 1892. Sin embargo, ese relato no aparece en La Itálica, el manuscrito de Zevallos que fue publicado, fallecido ya el autor, por la Sociedad de Bibliófilos sevillana en 1886. Pensando en la posibilidad de algún otro manuscrito inédito, hemos hecho gestiones infructuosas para dar con él.

[21] S. Escobar y Salazar, Noticia histórica de la villa de Escacena del Campo y de la ciudad de Tejada, antigua Ituci hispalense, Sevilla 1910.

[22] F. Collantes de Terán, en Catálogo Arqueológico y Artístico de la provincia de Sevilla, Sevilla 1955: t. 1, 199 y fig. 161; t. IV, 172 y figs. 91-98.

[23] A. García y Bellido, Colonia Aelia Augusta Italica, cit. 116.

[24] C. Fernández Casado, Acueductos romanos en España, Madrid 1968, s. p.

[25] En este punto queremos hacer hincapié en un detalle que nos parece importante, y es el frecuente confusionismo que produce el denominar «acueducto» sólo a los pasos elevados sobre arquerías, cuyo nombre correcto en latin es arcuationes, siendo acueducto el término referido a la totalidad de la conducción, ya sea subterránea, a ras del suelo o elevada. De ahí que un título que mencione «acueductos» contenga a veces sólo el estudio de uno o varios tramos sobre arcos que se conservan en pie.

[26] M. Palancar Penella, C. González Gaggero y R. Martínez Grasa, «Trabajos de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir en las ruinas de Itálica», Boletín de Información del Ministerio de Obras Públicas 201, agosto 1974, 3. Cfr. un avance de nuestro estudio en J. M. Luzón op. cit. 45.

[27] Iber. V, 3, 8.

[28] Sex. Iulio Frontino, De aquae ductu Urbis Romae, ed. Nisard, 1852, y Loeb, por Benett, 1925. De esta obra, todas las versiones derivan de las copias encargadas por Poggio Bracciolini del msc. Cassinensis 361, del siglo XII. P. Grimal, en su edición para Les Belles Lettres, París 1944, hace una colación de los manuscritos, pero prescinde de Ambrosianus 1. 29. Sup. y de Escurialensis S. III. 27. El Dr. Lisardo Rubio, en Emerita XXXI, 1963, 21, realiza un primer estudio sobre estos últimos, que da lugar a diferencias sustanciales. Recientemente se ha leído la tesis de T. González Rolán, donde creemos se agota el tema.

[29] Vitruvio VIII 1. 2. Es interesante la interpretación tardía de esta obra, recogida en H. Plommer, Vitruvius and Later Roman Building Manuals, Cambridge 1973, entre los que descuella Cetio Faventino. Sin embargo, suelen atenerse mucho al original.

[30] L. Leschi, «Un aqueduc romain dans l’Aurès», Etudes d’épigraphie, d’archéologie et d’histoire Africaines, París 1957, 270: L(ucius) Arronius / Pius / leg(atus) Aug(usti) pr(o) pr(aetore) co(n)s(ul) des(ignatus) / votum quo[d / coepto op]ere aquae duc[tus] / Leg(io) III Aug(usta) fecerat / I(ovi) O(ptimo) sol/vit. Clodius Septiminus discens libratorum / fecit. Demuestra la existencia de una escuela de libratores dentro de algunas legiones. [Traducción: Lucio Arronio Pío, legado propretor del emperador, y designado para cónsul, cumplió el voto que la Legión III Augusta había hecho a Júpiter Óptimo al comenzar las obras del acueducto; lo ejecuta Clodio Septimino, alumno nivelador.»] 

[31] Correspondencia con Trajano, cartas 41. 42 y 61. 62.

[32] Frontino 96 ss. y T. Ashby op. cit. 17.

[33] Frontino 95. 96.

[34] Ibid. 100. 101. 104. 106. 108. 127.

[35] H.-G. Pflaum, Les procurateurs équestres sous le Haut-Empire romain, París 1960, passim.

[36] En época republicana tenemos varios casos de particulares, funcionarios públicos, a los que casi se obligó a costear toda la obra, como el de Q. Marcio Rex, en el 144 a. C.

[37] Frontino 98.

[38] Vitruvio VIII 5.

[39] Aparecen en la edición de Explosivos Riotinto, sin indicar procedencia.

[40] A. Grenier op. cit. 28. Vitruvio indica 1/2 pie por cada cien, es decir, un 0,5% = 5 mm/m, que los críticos consideran excesivo. Plinio da un 0,028% = 0,20 m/km.

[41] Tito Livio 40, 5; T. Ashby op. cit. 12.

[42] J. Carcopino, La basilique pythagoricienne de la Porte Majeure, París 1926, 72. Th. Ashby no está de acuerdo con esta teoría (p. 13), basándose en la fecha de la inscripción de Porta Maggiore (53 d.C., antes de la muerte de Tauro).

[43] Tácito, Annales XV 35.

[44] CIL XII, 1882-1889.

[45] T. Ashby op. cit. 40. Vid. recientemente para España J. M. Blázquez, «La administración del agua en la Hispania Romana», en Segovia y la arqueología romana, Barcelona 1977, 147 ss.

[46] CIL XIII, 1623: Ex auctoritate/ Imp (eratoris) Caes(aris)/ Traiani Hadriani /Aug(usti). Nemini /arandi ser /endi pang /endive ius est /intra id /spatium agri quod tute /lae ductus / destinatum /est. [Traducción: Por la autoridad del Emperador César Trajano Adriano Augusto. Nadie tiene derecho a arar, sembrar ni plantar dentro de este terreno, que está destinado a la protección del canal» (puede verse su foto en esta misma web, casi al final del estudio sobre Gier: la llamada «piedra» de Chagnon.]

[47] Frontino 121; T. Ashby op. cit. 44.

[48] A este respecto, queremos recordar los ladrillos aparecidos en la zona O. del anfiteatro de Itálica con la marca L(egio) VII G(emina) F(elix), conservados en el Museo de Sevilla. Los ladrillos no han salido in situ, pero sellos de esta legión en un período y zona de febril actividad edilicia en la ciudad nos podrían indicar una posible relación con las obras urbanas y del acueducto. Ello no pasa de ser una hipótesis.

[49] M. Palancar y otros, art. cit. fig. 2.

[50] Se puede ver que sitúan la llegada, por error, en la cota 30, pero en texto la 40, que debe entenderse por correcta. [Para el castellum véase lo dicho en las notas 1 y 182, e infra las ilustraciones.]

[51] R. de Montauzan, Les aqueducs antiques de Lyon, París 1907, 171.

[52] A. Grenier, Manuel d’archéologie gallo-romaine IV, 1, cit. 29.

[53] T. Ashby op. cit. 37.

[54] Son una excepción las largas arquerías que atraviesan la campiña romana o algunos casos, como el acueducto de Cartago o el de la misma Sevilla, a los que nos referiremos más adelante, en los que la topografía muy llana no permite escoger.

[55] Alatri, año 134 a.C., vid. Notizie degli Scavi, 1879 y 1882.

[56] T. Ashby op. cit. 35.

[57] Cfr. A. Grenier y R. de Montauzan op. cit.; C. Fernández Casado op. cit. artículo nº 4 s.p.

[58] Vitruvio VIII 6, 5: con un castellum en cada extremo, donde se separe y vuelva a reunir el agua; ésta va en distintas tuberías de plomo, sin ángulos bruscos y embutidas en un macizo de hormigón, con respiraderos para reducir la presión.

[59] J. Ceán Bermúdez, Sumario de las antigüedades romanas que hay en España, Madrid 1832. Cfr. nuestra nota 142.

[60] A ella se puede llegar lo mismo por la carretera Sevilla-Huelva, tomando el desvío de Escacena-Patema, que por la de Sevilla-Mérida, desviándose a Gerena-Aznalcóllar-Escacena. Esta segunda es la que hay que tomar para ir abordando el acueducto.

[61] En este yacimiento de Tejada la Vieja, estribación de la sierra minera de Huelva, ha realizado excavaciones el Prof. Blanco, cuya publicación definirá mucho esta importante aglomeración prerromana. [No las llegó a publicar. Véanse más tarde, p. ej., J. Fernández Jurado, Tejada la Vieja: una ciudad protohistórica. I-II (Huelva Arqueológica IX), Huelva, 1989, o la guía divulgativa de C. García Sanz y P. Rufete Tomico, La ciudad de Tejada la Vieja, Huelva, 1995.]

[62] A. Delgado, Medallas autónomas españolas II, Sevilla 1873, 11, 143; A. Beltrán, Numismática antigua, Cartagena 1950, 287, especialmente 293 nº 8.

[63] De ser cierta su posible localización en las marismas del Guadalquivir, Olontigi podría considerarse también costera.

[64] Plinio, Naturalis Historia III 3, 4.

[65] R. Thouvenot, Essai sur la province romaine de Bétique, París 1940, 366; F. Valverde y Perales, Historia de la Villa de Baena, Toledo 1903, 34.

[66] La raíz parece claro que es semita, pero la dificultad de explicar una raíz así, por ejemplo en Martos, se obvia pensando que la vía Hercúlea, de Cástulo a Cádiz, debió ser la vía de salida de la zona minera a Gadir, y pasaba también por Martos. Su nombre de Hercúlea no es más que la pervivencia del Melkart púnico. Sobre ello, A. M. Canto, «Inscripciones inéditas andaluzas. I», Habis 5, 1974, 211. [Véase ahora J.M. Campos y N.O. Vidal, «El urbanismo de las ciudades romanas del territorio onubense: el caso de Iptucci (Tejada la Nueva)», Actas del II Congreso de Arqueología Peninsular (Zamora, 1996), t. III, 1999, si bien el nombre correcto, según las monedas, fue Ituci; en época tardía el Itinerario de Antonino la menciona como Tucci; el Tusci del Anónimo de Rávena es sólo una mala grafía.]

[67] Apiano, Iber. 66 (143 a.C.); ibid. 67-69 (141-140 a.C.); Orosio 5, 4, 12; Diodoro 33, 7, 5. Todas estas referencias pueden aplicarse a esta Ituci de que tratamos, en la Beturia y cercana a la Lusitania, más que a Martos, donde no es lógico que tuviera Viriato una base, lejos de su territorio más fiel y conocido y de sus centros de reclutamiento.

[68] R. Thouvenot op. cit. 488.

[69] El estudio de la muralla almohade, de la que aún queda un sector en pie, ha sido realizado por el arquitecto A. Jiménez Martin para el Symposium de Segovia en octubre de 1974, «Arquitectura romana de la Bética», Barcelona 1977, 223.

[70] S. Escobar op. cit. 33. 34. 43. 46.

[71] Dión Casio 68, 5; 69, 1 y 10; Vita Hadr.; Aur. Victor, Epit. 42, 21; Plinio, Paneg. 83; M. Wegner, Das römische Herrscherbild II 3, 1956, 74 ss. y Pauly-Wissowa-Kroll Realencyclopädie t. XXI, cols. 2293 y ss., nº 131, s.v. Pompeius. [En realidad, la mayor parte de los autores la suponen originaria de Nemausus (Nîmes, sur de Francia). Para su más probable origen italicense v. ahora Alicia M. Canto, «Los Traii béticos: revisiones y novedades sobre la familia y el origen de Trajano», XIX Centenario del emperador Trajano, Actas del Curso de Verano de la U.C.M. dirigido por J. Mª Blázquez Martínez (julio 1998), ed. J. Alvar Ezquerra, 2002, en prensa.]  

[72] L. Torres Balbás, Ciudades yermas hispano-musulmanas, Madrid 1957, 144. 145, con abundante bibliografía de época medieval, árabe y cristiana.

[73] Este nombre da lugar a numerosas confusiones entre Tablada (cerca de Sevilla) y Tejada, sobre todo durante los ataques normandos (843 d.C.) y portugueses (1225 d.C.).

[74] A. Jiménez art. cit. demuestra que su cimentación es romano-republicana, lo que viene bien a nuestros cálculos. Le agradecemos su información.

[75] J. González, Repartimiento de Sevilla, Madrid 1951, vol. 1, 390; vol. II, 147-154.271-275.

[76] Ibid. 1 390.

[77] S. Escobar, Historia de la villa de Escacena... cit. 118.

[78] J. M. Luzón la recogió para su tesis doctoral, Estudio arqueológico de la provincia de Huelva, 1970; allí se dice que la más antigua es ibérica tardía, siglos III-I (tipo Pajar de Artillo).

[79] S. Escobar, op. cit. 54.

[80] Hemos de hacer notar que todo este trabajo se ha visto favorecido, sobre todo para la investigación en los ríos, de un año, 1974, extremadamente seco. Sin esto no habríamos podido fotografiar, ni aún ver, restos que normalmente están bajo el agua.

[81] R. E. Goodchild, Cyrene und Apollonia, 1959, fig. 51.

[82] J. P. Cèbe, «Une fontaine monumentale récemment découverte à Suffetula», Mélanges de l’Ecole Française-Rome 69, 1957, 170.

[83] N. Neuerburg, L’architettura delle fontane e dei ninfel nell’Italia antica, Nápoles 1965.

[84] J. Birebent, Aquae Romanae, Argel 1962, 181, para el caso de Ain Titaouine, donde los sillares de esquina tienen este procedimiento.

[85] Vitruvio VIII 1, 6.

[86] P. Gauckler, Le sanctuaire syrien du Janicule, París 1912, fig. VI; más recientemente, N. Goodhue, The Lucus Furrinae and the Syrian Sanctuary on the Janiculum, Amsterdam 1975, lám. VII, según Capellino y Gauckler.

[87] A. Grenier op. cit. 107.

[88] A. Blanchet, Aqueducs et cloaques de la Gaule romaine, París 1912, 19.

[89] Los alumnos de la E. T. S. de Arquitectura de Sevilla Rosa y Manuel Blanco Santiago, Luis Recasens y Carmen Grau nos ayudaron en la limpieza del fondo del arroyo para realizar este levantamiento del tramo, que nos permitió mejorar nuestras primeras observaciones, aparte del trabajo de dibujo, por lo que les quedamos muy agradecidos.

[90] Según noticias verbales, A. Jiménez tuvo un caso parecido en Bolonia y al excavar, los pilares presentaron cerca de 4 m de altura.

[91] Al acabar la descripción de esta extensa zona, debemos recordar que en el mes de abril de 1975 ha sido inaugurado el complejo minero de Aznalcóllar. En los diarios han aparecido las convocatorias de expropiación de muchos de estos terrenos, de modo que puede predecirse que dentro de poco tiempo no quedará nada de lo que venimos de describir.

[92] Vitruvio VIII 6, 3.

[93] Frontino 121, y A. Grenier, Manuel d’archéologie, cit. 31.

[94] Vitruvio VIII 7.

[95] Frontino 122.

[96] Como dato anecdótico, los vecinos del cortijo, que tienen varios de estos pozos, ignoraban que estaban comunicados entre sí, y contaban que en uno echaban sus animales muertos y del siguiente sacaban agua para beber. Esto nos indica que la conducción debe hallarse relativamente limpia, puesto que el agua de lluvia se filtra y reúne en ella, dando lugar incluso al uso como pozo.

[97] Se conocen distancias menores, como en Bolonia, cada 12,30 m., aunque en este caso no son subterráneos: A. Jiménez, «Los acueductos de Bellone Claudia (Bolonia, Cádiz)», Habis 4, 1973, 277. Hay otros casos, cuando la cobertura es con planchas, en que no hacen falta los spiramina, basta con levantar aquéllas (A. Grenier op. cit. 31).

[98] Tenemos en preparación un trabajo sobre el Maenoba o Guadiamar en la antigüedad romana. Los yacimientos que se van situando en sus orillas son de gran interés, y están en relación con las ciudades de Lastigi, Olontigi y Laelia, como intentamos definir en la mencionada investigación.

[99] Plinio, Naturalis Historia III 9; A. García y Bellido, «La navegabilidad de los ríos de la Península Ibérica en la antigüedad», Investigación y Progreso 16, 1945, 115.

[100] A. Belgrand, Les travaux souterrains de Paris. 1: Les eaux, les aqueducs romains, París 1875, 218.

[101] A. Grenier, Manuel d’archóologie gallo-romaine, cit. 31.

[102] A. García y Bellido, Colonia Aelia Augusta Italica, op. cit. 102, figs. 39. 40 y lám. VII. Demetrio de los Ríos excavó las termas y estas salas en 1861. Su plano tiene gran cantidad de incorrecciones, subsanadas en parte en el plano que indicamos. De cualquier forma, D. de los Ríos dio ocho pilares donde sólo quedan cuatro (cfr. su artículo «Terme d’Italica», Annali dell’ Istituto  Archeologico di Roma, vol. XXXIII, 1861, 375 ss. y lámina R). Cfr. J. M. Luzón op. cit. fig. 27.

[103] J. Mélida, Monumentos romanos de España, 1925, 118.

[104] A. García y Bellido op. cit. 104 lám. III.

[105] B. Taracena, Ars Hispaniae 2, 1947, 44.

[106] F. Rakob, «Das Quellenheiligtum in Zaghouan und die römische Wasserleitung nach Karthago», Römische Mitteilungen 81, 1974, 41 y láms. XXI. XXIV.

[107] Ésta es otra razón por la que el antiguo castellum no podía servir a la nova urbs. En cuanto a las famosas cámaras pegadas a las termas, no son de hormigón visto sino de ladrillo, no tienen huellas de signinum impermeabilizante y parecen no dar bastante altura. Por todo ello seguimos la opinión de J. M. Luzón, que las considera habitaciones de servicio de las termas, para almacenar leña, aceite, etc.

[108] R. Nierhaus, «Die wirtschaftlichen Voraussetzungen der Villenstadt von Italica», Madrider Mitteilungen 7, 1966, 189.

[109] Agradecemos al Prof. Luzón este avance.

[110] M. Ponsich, Implantation rurale antique dans le Bas-Guadalquivir, París 1974, 71 nº 1, lo menciona como colector. También viene, como cloaca, en F. Collantes, Catálogo arqueológico y artístico de la provincia de Sevilla, cit. t. IV, 172.

[111] F. Rakob art. cit. lám. 31.

[112] Frontino 64 ss.: Appia, 75.737 m3/día; Anio Vetus, 182.517; Marcia, 194.635, y así sucesivamente.

[113] F. Collantes de Terán, en Catálogo... cit. IV 169 fig. 309 y dib. 95.

[114] T. Ashby, The Aqueducts of Ancient Rome, cit. 43. Sin embargo, es curioso que Vitruvio no hable para nada de ellos.

[115] A. Grenier op. cit. 82 fig. 13; E. de Montauzan op. cit. fig. 104, y nuestra fig. 13. Recientemente A. Jiménez ha encontrado lo mismo en un tramo de uno de los acueductos de Mérida; nos extraña que no cite el paralelo de Itálica, que le hemos comentado (cfr. nuestra nota 133).

[116] G. Lugli, La tecnica edilizia romana, Roma 1957, 621 ss.

[117] Vitruvio II 4, 6.

[118] A. Balland y otros, Bolsenna II, París 1971, 211.

[119] Vitruvio VII 3. 4. y VIII 8.

[120] Vitruvio VIII 6, 1.

[121] No sabemos en qué se basa Fernández Casado (cfr. nota 21) para dar una reconstrucción ideal de la cubierta en bóveda de cañón, de no ser que se esté refiriendo a tramos bajo tierra.

[122] El de Colonia conserva galerías enteras preservadas en los sótanos de bancos y garajes, por ejemplo.

[123] Estudios citados de T. Ashby, E. B. van Deman, G. Panimolle y otros.

[124] F. Rakob art. cit., aunque el estudio se centra principalmente en el magnífico santuario de la cabecera.

[125] W. Haberey, Die römische Wasserleitungen nach Köln, Düsseldorf 1971.

[126] F. Chiostri, L’acquedotto romano di Firenze, Florencia 1973.

[127] M. Biernacka-Lubanska, Wodociagi Rzymskie i wczesnobizantyjskie z obszarn mezji dolnej i Polnocnej Tracji (resumen en inglés: «Roman and early Byzantine Waterworks in Lower Moesia and Northern Thrace», 271-284), Wroclaw 1973, que su autora ha tenido la amabilidad de facilitarnos.

[128] M. Janon, «Recherches à Lambèse», Antiquités Africaines 7, 1973, 193-254, especialmente el epígrafe de las Aquae Lambaesitanae.

[129] B. Prat i Puig, L’aqüeducte romá de Pineda, Barcelona 1936.

[130] A. Jiménez, «Los acueductos de Bellone Claudia (Bolonia, Cádiz)», Habis 4, 1973, 273.

[131] C. Fernández Casado, Acueductos romanos en España, Madrid s.a. (1968).

[132] Aunque no estamos de acuerdo, prudentemente hablando, con varias de las clasificaciones de la obra, hemos encontrado muy útiles los documentos antiguos que incluye al final de cada artículo, que suponen un trabajo de recopilación elogiable; así como los estudios técnicos detallados de algunos de ellos. Sin embargo, al llamar «acueducto» a las arquerías, su estudio suele centrarse en éstas y tocar si acaso de pasada al resto de la conducción. Además se echan en falta mediciones directas sobre las fábricas, lo que hace que varios de los alzados no sean fiables. Concretamente el levantamiento de la arquería de Los Milagros, que ha hecho sobre el dibujo de Laborde.

[133] A. Jiménez, «Los acueductos de Mérida», Augusta Emerita (Actas del Symposium conmemorativo del Bimilenario de la ciudad), Madrid 1976, 111. Próximamente publicaremos una modesta aportación a la cronología de Los Milagros. Por diversas razones, tanto arqueológicas como históricas, nos parece muy difícil fechar [como él] estas grandes arquerías en la anarquía militar o en época severiana. Como avance diremos que creemos todo del siglo I d.C., y que los arcos 9 y 10 son restauraciones trajaneas. [Cf. Alicia M. Canto, «Sobre la cronología augustea del acueducto de Los Milagros de Mérida», Homenaje Sáenz de Buruaga, Badajoz, 1982, 227‑241].

[134] A. Grenier op. cit. 178 fig. 55; 101 y 113 respectivamente.

[135] F. Chiostri op. cit. láms. 27. 28.

[136] E. B. van Deman, The Building of the Roman Aqueducts, Washington 1934, 193.

[137] Suetonio, Claudius XX. 1; E. B. van Deman op. cit. 13.

[138] Ibid. 15. 268.

[139] [Actualmente defiendo que definiciones del siglo II d. C. tan utilizadas universalmente como «período de los Antoninos, dinastía antoniniana, los Antoninos» y otras como «los Buenos Emperadores» («the Good Emperors») o «los Emperadores Adoptivos» («die Adoptivkaiser»), son todas ellas incorrectas e históricamente injustas, y he propuesto para sustituirlas los términos «dinastía ulpio-aelia, periodo ulpio-aelio, los ulpio-aelios» (de forma similar a cuando hablamos de «los julio-claudios»). Pueden verse estas nuevas propuestas con más detalle en: Alicia M. Canto, «Saeculum Aelium, saeculum Hispanum: Promoción y poder de los hispanos en Roma», Hispania. El legado de Roma. En el año de Trajano (Catálogo de la exposición del mismo título, Zaragoza-Mérida, 1998-1999), Madrid-Zaragoza, Ministerio de Cultura, 1998, 209-224 (en la 2ª edición, Mérida, 1999, pp. 233-251) y en breve, muy detenidamente argumentadas, en el artículo «La dinastía Ulpio-Aelia (96-192 d.C.): Ni tan “Buenos”, ni tan “Adoptivos”, ni tan “Antoninos”», que estoy terminando para la revista Gerión, de la Universidad Complutense de Madrid.]

[140] Ibid. 16. 18.

[141] Ibid. 19.

[142] P. Gazzola, Ponti Romani, Florencia 1963: el de San Vito en Rimini (nº 80, p. 71) y Ponte sul’Uso, en Forlì (nº 81, p. 72).

[143] No debe resultar extraño, ya que en Italia son casi inexistentes. Sin embargo, Ceán Bermúdez, en su obra ya citada, Sumario de las antigüedades romanas que hay en España (1832), menciona «vestigios de acueductos hechos de ladrillos de diferentes tamaños» en Albatana y Ontur (Murcia). Lamentablemente, no hemos podido investigarlos, ni hemos recibido todavía los datos que solicitamos sobre estas conducciones a la Universidad de Murcia.

[144] C. Fernández Casado, Acueductos romanos en España, op. cit. art. nº 4.

[145] La crónica de Aben-Sahib-Asalá lo dice expresamente, recogida por M. Antuna en: Sevilla y sus monumentos árabes, El Escorial 1930; P. Espinosa de los Monteros, Antigüedades y grandezas de Sevilla, msc. de 1627, fol. 128-129, dice que «los caños de Carmona fueron fabricados por los moros». D. Ortiz de Zúñiga en sus Anales de Sevilla, 1246, núms. 3, 20 y 21, va en el mismo sentido. El acta de la Real Academia de la Historia publicada en el Boletín de la Real Academia de la Historia 58, 518, se pronuncia, con más acierto, en el sentido de que debe tratarse de una restauración árabe sobre el acueducto romano anterior.

[146] A. Jiménez Martin, «Los caños de Carmona: documentos olvidados», Historia, Instituciones, Documentos II, 1975, 3.

[147] N. Neuerburg, L’architettura delle fontane e dei ninfei nell’Italia antica, Nápoles 1965, con una buena introducción.

[148] Homero, Odys. XIII 103-104; Pausanias IX 3, 9; Virgilio, Aen. I, 166; Séneca, Epist. ad Luc. 55, 6; Tácito, Ann. IV 59; Ovidio, Metam. III 157-162; Juvenal, Satyr. III 12, 17, etc.

[149] Plinio, Naturalis Historia XXXI 23-24 (Fontes Tamarici); el episodio de D. Junio Bruto y el río Limia en T. Livio 55; Plinio, Naturalis Historia IV 115; Salustio, Hist. III 4, 5; Silio Itálico I, vv. 235-236.

[150] J. Toutain, Les cultes païens dans l’Empire romain, París 1920; y Cl. Vaillat, Le culte des sources dans la Gaule antique, París 1932 (y crítica de él en el Journal of Roman Studies 13, 1933).

[151] P. Romanelli op. cit. 215; inscripción a los numina Aquae Alexandrianae, en Lambaesis (M. Janon, «Recherches à Lambèse», art. cit. 224).

[152] M. Janon art. cit. 222 ss.

[153] J. des Gagnier y otros, Laodycée du Lycos. Le Nymphée, Quebec-París 1969, 136 Ss.; G. Spano, «Il ninfeo del proscenio del teatro di Antiochia sull’Oronte», Atti Lincei VIII 7, 1950, 144; R. E. Goodchild, Cyrene und Apollonia, 1959; Alterthümer von Pergamon, BerlIn 1885; M. Schede, Die Ruinen von Priene, Berlín 1964, etc. 

[154] Cfr. supra nota 86.

[155] J. M. Blázquez, «Le culte des eaux dans la Péninsule Ibérique», Ogam 9, 1957, 209; del mismo, Diccionario de las religiones prerromanas de España, Salamanca 1975, s.v.

[156] G. Picard, Les religions de l’Afrique antique, París 1954, 155.

[157] B. Taracena, Ars Hispaniae 2, 1947, 61.

[158] C. Domergue, Belo I. La stratigraphie, París 1973, con la bibliografía anterior.

[159] M. Chamoso Lamas, «Sobre el origen del monumento soterrado de Sta. Eulalia de Bóveda (Lugo)», CuadEstGall 7, 1952, 231. L. Abad Casal, La pintura romana en España, tesis doctoral inédita. En comunicación al XV Congreso Nacional de Arqueología (Lugo 1977), las fecha en el último tercio del siglo IV d. C.

[160] A. Beltrán, «El ara romana de Barcelona y su relación con el culto de la Salud y Esculapio en Cartago Nova», Ampurias 9/10, 1947/1948, y CongrArqSudesteEsp 4, 1948, 205-210.

[161] J. Vives, Inscripciones latinas de la España romana, Barcelona 1971, núms. 473. 474. 537. 538. 626-636. 5972. 5973; J. M. Roldán, «Las lápidas votivas de Baños de Montemayor», Zephyrus 16, 1965, 5-38 y CIL II, 883-892. [Actualmente este tema es mucho más frecuentado, v. p. ej., referido a las aguas termales, F. Díez de Velasco, Termalismo y Religión.La sacralización del agua termal en la Península Ibérica y el norte de Africa en el mundo antiguo (Monografías de Ilu, 1), Madrid, UCM, 1998.]

[162] CIL II, 2005.

[163] CIL II, 1024: Iunoni reginae pro salute...; véase J. M. Álvarez Martínez, «Las termas romanas de Alange», Habis 3, 1972, 267.

[164] J. Gil y J. M. Luzón, «Una tabella defixionis de Itálica», Habis 6, 1975, 117 [cf. después A. M. Canto, La epigrafía romana de Itálica, Madrid, UCM (1983) 1985, nº 20, p. 159: Domina Fons Fovens].

[165] J. P. Cèbe, «Une fontaine monumentale récemment découverte à Sufetula», Mélanges de l’Ecole Française-Rome 69, 1957, 163-206 y figs. 3. 4.

[166] S. Escobar op. cit. 102, hablando sobre una «ermita vieja» refiere milagros de esta Virgen, allí antiquísima. El marqués de Pozo Blanco, que poseía aquí una hacienda «con columnas de mármol» en el siglo XVIII, llevó el culto al pueblo de su nombre en la provincia de Córdoba. No lo conocemos en más lugares.

[167] S. Escobar op. cit. 144. 145.

[168] A. Berthier y R. Charlier, Le sanctuaire punique à El-Hofra à Constantine, París 1955, láms. 11-1V. XXIV.

[169] CIL II, Suppl., 5387.

[170] F. Presedo Velo, «Hallazgo romano en Algeciras», Habis 5, 1974, 189.

[171] J. M. Luzón, «La Romanización», en Huelva, Prehistoria y Antigüedad, Huelva 1974, 293 y lám. 237. La pieza está actualmente en el jardín delantero del Museo Provincial de Huelva.  [Cf. después J. González, CILA 1, 1989, nº 83, p. 150, donde se afirma que no la ubiqué en Manzanilla.]

[172] S. Mariner, Inscripciones romanas de Barcelona, Barcelona 1973, nº 11, transcribe correctamente Dianae Aug., al igual que A. Balil, Colonia Augusta Paterna Faventia Barcino, Barcelona 1970, 71, mientras que Vives, ILER 343 sólo Dianae.

[173] J. Ceán Bermúdez op. cit. 289.  [Corresponde a CIL II, 1258 y su foto se puede ver ahora en CILA 3, cit., 1989, nº 84, p. 155. Así daba su texto Ceán; en realidad en la línea 6ª pone OPTIMO, y en la 7ª POSVIT EPVL · D · D, esto es,...posuit, epul(o) d(ato) d(ecurionibus) (según González la última letra se desarrollaría d(edit)). Se trata de la dedicación de la estatua de un notable de Ituci que había sido duovir (es decir, alcalde ordinario) en cuatro ocasiones; se encarga de costearla su hija, que en tal ocasión ofrece un banquete a los demás decuriones o miembros del consejo municipal.]

[174] [En 1994, el hallazgo en la ciudad de Mérida de un espléndido arquitrabe funerario con relieves e inscripciones nos hizo saber que este gran río peninsular, el Guadiana, no se llamó Anas, sino Ana, como preanunciaba su nombre árabe: v. A. Mª Canto, F. Palma y A. Bejarano, «El mausoleo del Dintel de los Ríos de Mérida, Revve Anabaraecus y el culto de la confluencia», Madrider Mitteilungen 38, 1997, 247-294. El tercero de los epígrafes permitió también conocer el nombre prerromano y romano de su afluente, el Albarregas: Barraeca, al que los árabes se limitaron también a añadir el artículo al-.]

[175] Frontino 4 a 15 inclusive.

[176] Tenemos noticias de que los Sres. R. Corzo y A. Jiménez tienen en elaboración un trabajo sobre la localización exacta de ambas mansiones. [Finalmente el estudio lo llevaron a cabo M. Bendala, F. Gómez y J.M. Campos: «El tramo de la calzada romana Praesidio-ad Rubras del IA 23 (en la actual provincia de Huelva)», Actas del II Congreso de Arqueología Peninsular (Zamora, 1996), t. III, 1999.]

[177] F. Hernández, «El cruce del Odiel por la vía romana de Ayamonte a Mérida», AEspA 31, 1958, 126.

[178] A. García y Bellido, «La Itálica de Adriano», en: Les Empereurs romains d’Espagne, París 1965, 7 y lám. III.

[179] F. Collantes, en Catálogo... cit. t. IV, 249.

[180] El famoso párrafo de Aulo Gelio, Noctes Atticae, 13, 4, sorprendiéndose Adriano de que los italicenses, entre los que había nacido, quisieran cambiar su estatuto de municipio por el más gravoso de colonia. Asimismo, sabemos de la magnificencia con que el emperador obsequió a muchas ciudades (Vita Hadriani 19, 2 y 19, 9) y expresamente a su ciudad natal (Dión Casio LXIX 10, 1). Sobre las dudas de que Itálica fuera la cuna de Adriano [en el original, por errata, «de Trajano»], R. Syme, «Hadrian the Intellectual», en Les Empereurs romains d’Espagne, París 1965, 243 espec. 246 [y ahora, a favor de ella: A. M. Canto, «Itálica, patria y ciudad natal de Adriano», en: Homenaje de la Universidad de Valladolid a A. Montenegro Duque y J. M. Blázquez Martínez, ed. S. Crespo Ortiz de Zárate, 2002, en prensa.]

[181] Está en curso de publicación por su excavador, J. M. Luzón.

[182] J. Matute, Bosquejo de Itálica, cit. 63: «Un caño venía desde el cortijo de los Morales, en las afueras de Valencina, de cuyo acueducto se sacaron varias tuberías de plomo... El padre Zevallos asimismo descubrió a la entrada de la Sierra, en la huerta de Casablanquilla, cerca de la granja del Monasterio de San Isidoro, donde se encuentran aguas muy copiosas y buenas, vestigios de un Aqüeducto antiguo, que se dirigía hacia Itálica...». No hemos hallado restos significativos.

[183] A. M. Canto, «El mosaico del Nacimiento de Venus de Itálica», Habis 7, 1976, 293. Fecha de los mosaicos núms. 1 y 2, comienzos del siglo IV.



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