
LAS PRESAS Y LOS ACUEDUCTOS DE AGUA POTABLE
UNA ASOCIACIÓN INCOMPATIBLE EN LA ANTIGÜEDAD:
EL ABASTECIMIENTO EN AUGUSTA EMERITA.
Publicado AUGUSTA EMERITA. Territorios, Espacios,
Imágenes y Gentes en Lusitania Romana.
Nogales Barrasate, T. 2.005 (Ed. científica)
Santiago
Feijoo Martínez © 2005
(Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida)
TRAIANVS © 2005
En este trabajo se va a intentar demostrar una idea central
que, a pesar de ser muy simple, no es evidente a causa de los avances
científicos de la cultura Contemporánea, pues hoy en día con solo abrir
un grifo tenemos toda el agua que queremos y sabemos bien que en muchos
sitios procede de pantanos. Inmersos en esta concepción se ha dicho que
dos de los acueductos que surtían a la ciudad de Mérida captaban de las
presas de Cornalvo y Proserpina, pero la idea que vamos a defender es
que no es posible que haya sido así.
En realidad, hasta el siglo XIX el ser humano no se ha abastecido para
beber de agua embalsada, pues no es potable. Esta proposición sencilla
tiene validez universal, entendiendo como tal que se cumple normalmente,
siendo sus excepciones achacables a individuos aislados o a necesidad
imperiosa. Es cierto que cuando estudiamos el comportamiento del ser humano
las afirmaciones categóricas prácticamente no existen, ya que hay múltiples
variables a tener en cuenta, pero sí que podemos encontrar una regla que
se cumpla habitualmente, sobre todo si estamos hablando de cuestiones
físicas.
La aceptación de esta regla nos irá llevando a otras conclusiones; por
ejemplo, un corolario lógico es que por tanto, no solo para Mérida con
Proserpina y Cornalvo, sino también para el resto de poblaciones resulta
prácticamente imposible que se captara el agua para sus acueductos de
las presas. Es el caso también de Toledo o Zaragoza con los embalses de
la Alcantarilla o de Muel respectivamente. Si esto es así, a su vez, nos
lleva a plantearnos una serie de preguntas como: ¿para que servían estas
presas?. ¿Son coetáneas a los acueductos? Y si no es así, ¿de qué época
son?
En este trabajo es imposible desarrollar en toda su extensión la argumentación,
y sobre todo sus implicaciones, ya que prácticamente habría que convertirlo
en una Tesis Doctoral. O en varias. Por eso, para poder exponerlo con
claridad y en una extensión aceptable, quedarán muchas cuestiones solamente
apuntadas y a la espera de ser ampliadas en nuevos trabajos. Por la misma
razón, solamente profundizaremos en el caso emeritense, haciendo extensibles
las conclusiones al resto de ciudades, villas o pueblos; romanos sobre
todo, pero también a todos los herederos de su cultura clásica.
En el caso de la ingeniería romana, creemos que una obra tan costosa
y tan compleja como un acueducto, cuando se conduce a una ciudad, tiene
como función principal llevar agua para beber. En una cultura del agua
como la romana lógicamente se buscaba cubrir otras necesidades: termas,
industrias o particulares participaban de este abastecimiento, pero de
forma prioritaria se surtía a las fuentes públicas. Es cierto que hay
conducciones con fin industrial, pero son mucho más pequeñas, pues ¿qué
industrias pueden justificar el acueducto de los Milagros en Mérida? Creemos
que ninguna y, sin embargo, pensamos que son obras producto de una inversión
destinada a toda la ciudadanía y no solo para un sector, por muy poderoso
que este sea.
El territorio cobra un especial valor en la argumentación, ya que juega
un papel fundamental a la hora de fundar una ciudad. Un territorio sin
agua potable jamás sería elegido para crear una urbe. Se puede decir que
de eso sabían mucho los romanos, pues aún tenían que dedicar enormes recursos
para traer el agua desde largas distancias, pues Roma se había fundado
en una zona rodeada de pantanos.
Sobre la implicación de los embalses en el abastecimiento a estas ciudades
hay en la historiografía un consenso unánime y por eso no vamos a refutar
citando a autores singulares, pues no tiene sentido. La tesis tradicional
la hemos compartido todos. Por ello, para no hacer muy extenso el apartado
de bibliografía, solamente pondremos las obras citadas en el texto aunque
los trabajos consultados son muchos más, remitiéndonos para el caso de
Mérida a P. Mateos et al. (2002) o a T. Nogales (2002) para ver
a los autores de los que todos somos herederos. Otra puntualización es
necesaria respecto a las citas, pues aunque este trabajo tenga como fin
el estudio de las obras hidráulicas romanas, se van a traer a colación
varias referencias de otras épocas, incluso actuales, ya que hay cuestiones
que no han cambiado con el tiempo.
El artículo creemos que es importante dividirlo en capítulos para seguir
bien el hilo argumental pero, sobre todo, para no crear un totus revolutum
en el que unas conclusiones se mezclen con otras, ya que se van a
publicar varias cuestiones inéditas y algunas ideas nuevas que por sí
solas podrían ser trabajos individuales. Son capítulos cortos, pero de
esta forma esperamos que si alguna parte es errónea (lo que sucede normalmente),
no afecte a todo el artículo en conjunto.
Para el estudio de las obras de ingeniería romanas dedicadas al agua
es fundamental plantear unos aspectos sobre la interacción del ser humano
con este elemento. Posiblemente muchos lectores podrán pensar que estas
partes del texto son poco arqueológicas, pero consideramos que son una
porción indispensable de la argumentación que se va a exponer sobre los
acueductos y las presas, junto con los aspectos históricos y culturales.
Creemos que un arqueólogo no solo tiene que estudiar objetos, sino que
también uno de sus objetivos es comprender por qué los hacemos de una
forma determinada. Es decir, si no comprendemos la relación del agua con
el ser humano, tampoco podremos comprender las obras de éste para abastecerse.
Todos los condicionantes que se van a analizar tienen su sentido al poner
de relieve el cuidado que se ha tenido -y su porqué- a la hora de captar
agua para beber, demostrando como era imposible -e impensable- antes del
siglo XIX la toma en embalses al aire libre.
Capítulo I: La cotidianidad y la salubridad: aspectos físicos
"Si los seres animados tuvieran una deficiente cantidad de agua, acabarían
pereciendo agotados y secos, pues estarían privados del elemento agua,
que es el principio de todas las cosas" Vitruvio, VIII.
Puede resultar una obviedad, pero comenzaremos por reconocer que pocas
cosas son tan indispensables para mantenernos vivos, ya que al no tener
reservas nosotros necesitamos el agua cotidianamente. Es una relación
en la que dependemos completamente de ella, pues si no la bebemos en pocos
días morimos (en comparación, un adulto sano y bien nutrido puede vivir
incluso 60 o 70 días sin consumir alimento, dependiendo evidentemente
de la grasa que tenga [Grande-Covián, 1993]).
No hay otra sustancia tan ampliamente involucrada en tan diversas funciones:
todas las reacciones químicas del organismo tienen lugar en un medio acuoso;
además, sirve como transportador de nutrientes y vehículo para evacuar
desechos y, también, lubrica a tejidos y articulaciones. Una función destacable
es su papel en el proceso de termorregulación del organismo, ayudando
a evitar variaciones de temperatura que podrían ser fatales (Arbones et
al., 2003).
Físicamente la importancia y la necesidad del agua se pone de manifiesto
en mayor medida en los sectores de población infantil (Vitoria y Arias,
2000: 10) y en la tercera edad (Arbones et al., 2003: 124) que,
como veremos más tarde, también son los sectores con mayor riesgo de enfermedad
al ser los más débiles.
Como tenemos actualmente agua corriente en nuestras casas a esta dependencia
diaria prácticamente no le damos importancia, pero hasta hace muy poco
sí que se le daba, pues resulta un engorro si todos los días debemos ir
a la fuente o sacarla del pozo. Aun siendo importante este esfuerzo, cuando
no queda más remedio que hacerlo se convierte en rutina e, incluso, puede
resultar una costumbre agradable. Por eso la cuestión mas importante de
esta necesidad cotidiana afecta a otro ámbito en dónde sus consecuencias
ya son de mayor calado: la salubridad, y así se entendía ya en Roma, como
dice Frontino, I: "...me ha encargado de la administración de las aguas,
cargo que concierne no solo al provecho sino también a la sanidad..."
La preocupación por beber agua de calidad es universal, desde la selva
amazónica[1] hasta la Puerta del Sol, y cuando
no se tiene la mortalidad se dispara. Es curioso como en nuestra cultura
está extendida la creencia de que las sociedades que no tienen acceso
a agua de calidad están acostumbradas a ello y no les pasa nada. En parte
es cierto, aunque solo en esa parte de la población que vemos, que es
la que ha sobrevivido. Actualmente, según la Organización Mundial de la
Salud (OMS, 2004), un millón ochocientas mil personas mueren cada año
debido a enfermedades diarreicas (incluido el cólera); un 90% de esas
personas son niños menores de cinco años, principalmente procedentes de
países en desarrollo. Un 88% de las enfermedades diarreicas se puede atribuir
a un abastecimiento de agua insalubre y a un saneamiento y una higiene
deficientes.
Las enfermedades y las muertes causadas por un agua en mal estado afectan
al ser humano en una proporción mucho mayor que las de origen alimentario.
Actualmente, en las sociedades en vías de desarrollo alrededor del 80
por ciento de todas las enfermedades y más de una tercera parte de todas
las muertes están relacionadas con el agua. En regiones de nuestro país,
este tipo de enfermedades rondan el 20% de las de origen alimentario (Martín,
2003), aún cuando se supone que su salubridad está casi totalmente controlada.
Estos datos se traen a colación para entender por qué en Roma se construían
los acueductos, buscando buenos manantiales a kilómetros de distancia
justamente para paliar estos problemas de salubridad del agua proveniente
de fuentes de mala calidad.
En este sentido, hay que tener controlados varios factores que, por sí
solos o combinados, influyen decisivamente en la potabilidad. Los autores
clásicos no son ajenos al tema, planteando una serie de principios que
demuestran que conocían estos factores, y los acueductos que conservamos
en todo el imperio los siguen rigurosamente. Podemos separarlos en tres
puntos aunque sea realmente el tercero el que afecta al ser humano, mientras
que los dos primeros son cruciales para que éste último no se produzca:
I.1 - La luz:
Es un elemento determinante. Si se quiere estar seguro de la pureza del
agua tiene que haber estado preservada de la luz del sol, pues la luz
significa el comienzo de vida en ella. Así ya se entendía en la antigüedad
como nos ilustra Vitruvio (VIII, VI ): "Su obra de albañilería debe
ser abovedada, con el fin de proteger el agua de los rayos solares."
Hoy en día se sigue esta regla a rajatabla en el envasado del agua mineral,
protegiendo totalmente la zona del manantial (Bermejo, 1990: 115); aunque
luego se plieguen estas empresas al todopoderoso marketing, que impone
que las botellas sean transparentes. Eso sí, todos podemos leer en las
etiquetas la recomendación de mantenerlas alejadas de la luz.
Este concepto se encuentra presente en muchos pasajes de las fuentes
antiguas, en primer lugar bajo la advertencia de captar el manantial bajo
tierra; valga como ejemplo Frontino V: "Tuvo como compañero de magistratura
a Gayo Plauto, a quien se le dio el sobrenombre de 'cazador' por haber
buscado las corrientes subterráneas de esta conducción"; o en Vitruvio
VIII, I: "...excepto las que precedan de las mismas montañas, que,
siguiendo un curso subterráneo, broten en medio de la llanura; a la sombra
de los árboles resultan tan agradables como las aguas de los manantiales
de alta montaña."; o, por último, haciendo alusión a su conducción
a cubierto enfrentándola a los cursos a cielo abierto; como en Paladio
I, XVII: "Resultará higiénico llevar allí el agua por tuberías de barro
y que se recoja en una cisterna cubierta; pues el agua de lluvia es la
mejor de todas para beber, hasta el punto de que, aunque pueda recurrirse
al agua corriente, que no es sana, deba dejarse para los baños y el cultivo
de las huertas".
Las conducciones que tenemos en Mérida -también las que hasta ahora se
han asociado a las presas- siguen este mismo precepto. Todos los canales
en su recorrido completo estaban abovedados[2]
(Fig. 1), lo que constituye una total contradicción si se estaba
captando de un embalse donde el agua había estado al aire. Resulta inconcebible
que se realizara el esfuerzo de cubrir decenas de kilómetros de canal
para proteger el agua, si ya desde su comienzo se tomaba de un lugar expuesto
continuamente a todo tipo de contaminación.
Fig. 1
Pero aún tenemos más pruebas: los romanos utilizaron el predominio de
tonos rojizos, un sistema muy simple en este caso inédito, para eludir
la proliferación de las algas al ser los primeros organismos que nacen
al dar la luz del sol en el agua. Controlándolas, ya que son el origen
de la cadena alimentaria, así mismo se evita también el nacimiento de
bacterias, protozoos, virus, etc.
Las algas son unos organismos que, en la historia de la evolución, vivieron
millones de años en los océanos y se adaptaron a la luz dominante ahí:
con alta proporción de radiación azul y escasa radiación roja, que no
llega a penetrar más de cinco metros de profundidad. La mayoría de las
algas que más tarde emigraron hacia el agua dulce mantuvieron su habilidad
para captar los rayos azules, por lo que si se dispone un medio donde
domine la luz roja se evitara en gran medida su proliferación (Fig. 2).
Es una de las razones del mortero con fragmentos de cerámica romano -junto
a la de ser un pavimento hidráulico como es sabido-, pues al estar compuesto
por cal y múltiples fragmentos de barro, que le dan un tono rojizo, se
consigue así el efecto deseado. Esta también es la razón por la que en
época islámica se recubren con almagra los aljibes y piezas de cerámica
asociadas al agua. Así se aprecia en la cerámica islámica en cántaros,
barreños y jarros (Alba y Feijoo, 2001: 337 y 347), solución acompañada
muchas veces del bruñido y que pervive hasta en época Moderna y Contemporánea
(Alba, 1996: 496). Dos materiales completamente distintos, almagra y cerámica
cumpliendo la misma función en momentos muy diferentes.
Fig. 2
No sabemos cuando se pierde la memoria de este uso del color rojo, pero
sí sabemos que se utilizó conscientemente en el acueducto de los Milagros
de Mérida. Aquí, el canal está recubierto en la mayoría de su recorrido
por un mortero de cal y arena (Ayerbe, 2000: 45) al que se le ha añadido
cuarzo machacado para darle dureza. Pero varios metros antes de llegar
a la piscina limaria -situada justo cuando comienzan las arquerías que
atraviesan el valle del Albarregas-, y en ésta misma, se sustituye progresivamente
el cuarzo por los fragmentos de cerámica, dando al mortero el color rojizo
necesario para evitar las algas. La piscina limaria es el punto donde
la luz puede penetrar en el canal debido a las operaciones de limpieza
y, por tanto, un lugar donde puede producirse la contaminación.
Resulta curioso comprobar como en la actualidad la aplicación práctica
de este principio se emplea generalizadamente en los acuarios, existiendo
en el mercado varias lámparas que utilizan diferentes gamas de color para
así hacer crecer más (o no) a los distintos habitantes de la pecera.
La piscina limaria, aparte de decantar las partículas en suspensión previamente
al comienzo de las arquerías del acueducto, lo hace para servir a una
pequeña fuente situada en su lado sur (Feijoo, 2002: 19) y que, para mayor
seguridad, se ha abovedado también para que ni siquiera la luz pueda penetrar
al interior de la conducción por el caño (Fig. 3a y 3b). Por esta razón
la construcción de fuentes en la antigüedad bajo una bóveda o a cubierto
es una constante, conservándose en la península numerosos ejemplos.
Fig. 3a y 3b
Si se tiene este exquisito cuidado en mantener el agua pura, de nuevo
vemos como es totalmente incompatible con la captación de un embalse y
solo puede haber sido realizada de un manantial.
Pero aún hay otra razón por la que mantener el agua alejada de la luz,
pues el sol calienta, como explicaremos en el punto siguiente.
I.2 - El calor o el frío:
Es el segundo factor determinante para la salubridad. La temperatura
del agua siempre ha estado asociada a su calidad, como se desprende de
Vitruvio VIII, I: "Donde sí hay agua en abundancia, fresquita y saludable,
es en las faldas de los montes..."
Como todo el mundo sabe el frío conserva, ralentizando el metabolismo
de los seres vivos y evitando su proliferación. En un agua fría hay muchas
menos probabilidades de que los organismos patógenos se hayan reproducido
hasta resultar dañinos. Normalmente si el agua está fría tendremos un
buen indicador de su posible pureza y, por ello, no es casualidad que
a casi todo el mundo le guste el agua fresca; es una cuestión en la que
nuestro comportamiento ha sido fijado instintivamente para garantizar
nuestra supervivencia. En este punto hay que hacer una aclaración: cuando
bebemos directamente de una fuente si el agua está templada provoca inmediatamente
el rechazo pero, sin embargo, una vez en un recipiente es costumbre de
muchos pueblos beberla caliente. En este caso, al hervirla, ya sea sola
o en infusión con hierbas, se están eliminando la mayoría de los organismos
que pueden ser malsanos. En Roma, por ejemplo, a Nerón le gustaba beber
agua primero hervida y luego enfriada en la nieve y, por lo general, se
tomaban infusiones cotidianamente -el aqua calda- siendo
apreciadas prácticamente en todas partes y ocupando el lugar de nuestros
tes o cafés (Malissard, 2001: 42-43).
Con el agua caliente, en contraposición, una frecuencia baja de enfermedad
en los humanos podría convertirse en una mortalidad masiva al hacerse
los patógenos más virulentos.
Vitruvio (VIII, I), al describir cómo buscar el agua, enumera una serie
de cualidades negativas, entre las que se encuentra que la caliente no
es buena: "Las aguas que discurren por terrenos llanos son salobres,
gruesas, algo templadas y de mal sabor...", ya que es un factor importante
a tener en cuenta a la hora de beber de lugares que no se conocen.
Tener el agua fresca, por tanto, es una de las razones por la que los
aljibes romanos (e islámicos, etc.) se hacen subterráneos, manteniendo
el agua a una temperatura constante durante todo el año para así conservarla
el mayor tiempo potable. También por eso las conducciones van abovedadas
y, siempre que se puede, con el canal excavado en el suelo para que éste
último funcione como un aislante térmico.
Mantener cerrado el canal es muy importante, de hecho es el elemento
que suele diferenciar el uso para el que va a ser destinada el agua: si
va al aire se utilizará para riego, molinos, industrias, etc.; pero si
aparecen cubiertos los canales (por el esfuerzo extra que supone y siempre
que no sean conducciones de aguas sucias) es casi seguro que se destinará
al consumo humano, por supuesto salvando excepciones por condicionantes
particulares. Aislar el acueducto tiene una tercera razón, como explicaremos
en el punto siguiente.
I.3 - Los agentes externos:
El tercer factor, que es el que en realidad nos afecta, es todo aquello
ajeno al agua: normalmente la materia que pueda caer o contener y se puede
distinguir entre la orgánica y la inorgánica.
La primera es, en principio, bastante más peligrosa. Mucha de ella no
es perjudicial en sí misma, pero sí constituye el nutriente para el nacimiento
de organismos que sí lo son. Siendo gráficos, una flor en el agua no es
dañina, pero esa misma flor putrefacta sí lo es. Por eso es fundamental
también el cerramiento de las conducciones y los manantiales, para evitar
que pueda caer cualquier tipo de materia potencialmente perniciosa, regla
que se cumple en todas las épocas, recordemos los qanats islámicos
o los viajes de agua modernos de tantas ciudades peninsulares.
Si el agua se encuentra al aire libre le puede caer mucha materia orgánica
transportada por el viento, pero quizás lo más peligroso sea la actividad
animal y humana, puesto que ambos pueden actuar de huéspedes de bacterias,
virus o protozoos que causan enfermedades[3].
En la figura 4 vemos la vida animal en Proserpina -cuyas defecaciones
normalmente acaban en el agua- y también toda una serie de vegetación
de ribera que es el caldo de cultivo perfecto para todo tipo de vida,
haciendo lógicamente el agua no potable.
Fig. 4
El agua embalsada funciona ecológicamente como un sistema lacustre (Fig.
5), en donde no hay ningún tramo de la columna donde tomar agua de calidad.
Tanto en la capa superficial como en las más profundas, el ciclo de la
materia y la vida hace que siempre esté contaminada para el ser humano.
Fig. 5
La materia inorgánica en principio es más controlable. Si se desconoce
la fuente, es fácil saber si el agua es venenosa por llevar sustancias
disueltas. Por eso el problema se centra más en las partículas en suspensión
y, como normalmente siempre lleva algo, la cuestión está en saber cuándo
se llega al límite y dejan de ser aptas para nuestro consumo. Vitruvio
(VIII, IV) recomienda realizar una serie de pruebas para ver si el agua
deja marcas en los recipientes, lo que significaría que no es salubre.
De todas formas, una vez seleccionada la fuente, se recurría a procesos
de decantación para eliminar la mayoría de estas partículas en las piscinas
limarias.
En resumen, las obras destinadas a llevar agua para el consumo humano
debían cumplir estas condiciones: elegir un manantial de agua de calidad,
luego que no le dé el sol, mantenerla fresca y, por último, a salvo de
contaminantes externos. La razón es simple: si el agua no tiene nutrientes
y no le da la luz es imposible la vida en ella. Ahora bien, como garantizar
esto al cien por cien es muy difícil, si además se mantiene fría se evitará
la posible proliferación de los organismos patógenos.
Capítulo II: La salubridad y la seguridad
Algo objetivo como la salud tiene su reflejo en la concepción que tenemos
de ella subjetivamente, entendiéndose como la sensación de seguridad que
podamos tener a la hora de beber agua. Este aspecto hay que tenerlo muy
en cuenta cuando nos referimos a las obras humanas, y con mayor razón
si hablamos de política, municipal o imperial según sea el caso.
Confiar en la fuente es básico para la tranquilidad y la seguridad dado
que, si no es así, todos los días tendremos la sensación de estar jugando
a una lotería con nuestra salud, y realmente se estará haciendo. El problema
se agrava si tenemos en cuenta que normalmente el ser humano vive en sociedad
y suele tener familia, pues las enfermedades causan una mortandad mucho
mayor en los grupos más débiles: enfermos, ancianos y niños como ya hemos
dicho. Es decir, un adulto joven cuando coge agua para su familia supone
que es potable, aunque sabe que, si está contaminada, él con suerte solo
estará unos días en cama. Pero lo peor es que también es consciente de
que se expone a que mueran sus hijos, o sus padres si son ancianos. En
este caso es necesario remarcar la idea de que todos los días, absolutamente
todos los días, podemos estar jugándonos mucho si no tenemos control sobre
el agua que bebemos.
Por ello es por lo que tienen tanto valor los acueductos. El evergetismo
tiene uno de sus mayores exponentes en estas magnas obras, normalmente
ejecutadas por los emperadores debido a su alto coste, difícilmente asumible
por las comunidades urbanas (Alföldy, 1994: 65). Y, en los casos en los
que éstas lo financian, el emperador sigue de cerca la obra controlando
los errores cometidos, como nos revela la correspondencia entre Trajano
y Plinio el Joven acerca del acueducto de Nicomedia.
El emperador surte de agua de calidad al ciudadano proporcionándole esa
seguridad y confianza, cuyo valor es inconmensurable. Todos los días,
al abastecerse de agua, el ciudadano recuerda a su benefactor y por eso
los acueductos llevan el nombre de su constructor. Como dice Andreu (2004:
55-56), el emperador no necesitaba del evergetismo para avanzar en su
cursus honorum pero sí podía con él tener contenta a la ciudad
y garantizarse un grato recuerdo en las futuras generaciones. Además,
también servían estas obras para ganarse la lealtad de los súbditos (Alföldy,
1994: 63), razón en nada menospreciable si tenemos en cuenta las guerras
civiles que periódicamente se sucedían en el imperio romano. Imaginemos
por un momento a un ciudadano emeritense yendo a por agua a la fuente
y que ésta salga verde; o a toda la ciudad enferma de cólera; o con gastroenteritis.
Imaginemos lo agradecidos que estarían al emperador.
Es una situación lógicamente imposible y por eso jamás podría plantearse
el tomar el agua de un embalse para un acueducto. Muy al contrario, tanto
los emperadores como los diferentes cargos municipales, cuidaron mucho
y continuamente por mantener estas obras en el mejor estado posible, ya
sea mediante la legislación (ver Frontino, CXXVII) o mediante obras de
reparación y mejora ampliamente documentadas, pues aunque el constructor
del acueducto se llevara los laureles, tiempo después los que los mantenían
en funcionamiento -ya con inversiones menores si asequibles para el municipio-
también se llevaban una parte importante de los mismos, participando en
el evergetismo tan consustancial al imperio romano.
En Mérida solamente conocemos el nombre de una de las conducciones: el
AQVA AUGVSTA que se corresponde con la de Cornalvo y que se refiere a
una fundación imperial (Hiernard y Álvarez: 1982: 226) y por ello dudamos
mucho que se hubiese captado de la presa, tal y como hasta ahora se cree.
Se puede abrir otro capítulo muy interesante sobre la sacralización de
las aguas y, aunque en este artículo no vamos a extendernos, es necesario
apuntar que es otro aspecto a tener en cuenta. La intercesión divina en
la purificación del agua es un factor subjetivo que ha influido mucho
en el comportamiento humano y denota la peligrosidad inherente a ella.
El manantial se protege físicamente, pero siempre ha podido existir algún
factor desconocido fuera de control por el que se haya podido contaminar.
Por eso los dioses pueden ser necesarios, ya que gracias a su intercesión
se confía que el agua se mantendrá pura, dando esa confianza adicional
tan reconfortante.
En el imperio romano prácticamente toda clase de agua estaba asociada
a un dios, pero especialmente las aguas termales y los manantiales (Peréx,
1997: 89). Son estos últimos los que nos interesan ya que el acueducto
se convierte en una mera prolongación de la corriente subterránea, trasladando
el manantial al interior de la ciudad. Por ello, normalmente terminan
en una fuente donde vive la ninfa asociada, en clara evocación de las
fuentes de Roma, cuyo mayor exponente era donde vivía la ninfa Egeria.
Estas fuentes son la cima del evergetismo asociado al agua. Es el fin
monumental de la conducción (Fig. 6), que se remataba con este edificio
donde manaba de forma espectacular y donde vivían las ninfas. Normalmente
está situada tras el castelum aquae, una vez realizada la purificación
física por decantación, y a partir del cual el agua se distribuía a otras
fuentes menores repartidas por las calles y puertas de la ciudad. En Roma
había una norme preocupación por el abastecimiento de agua, lo que se
refleja en el aumento sistemático del número de fuentes públicas, contando
en época de Frontino con 591 mientras que en el s. IV habían aumentado
a 1352 (Malissard, 1996: 25).
Fig. 6a y 6b
En Mérida T. Barrientos (1998: 40) ha identificado la estructura del
cerro del Calvario como una fuente monumental, y si es así -que creemos
que sí- estamos ante otra contradicción si se captaba de la presa de Proserpina,
pues no tiene sentido realizar una fuente de la que no se pueda beber.
Así mismo, tampoco encontramos lógico realizar una obra como el acueducto
de los Milagros (Fig. 7) para llevar a Mérida un agua embalsada, de peor
calidad que la que se podía sacar de los aljibes, que sabemos poseían
muchas de las casas romanas (Alba, 2001: 62).
Fig. 7
Proteger religiosamente el manantial o los utensilios relacionados con
el agua es constante, pero como hemos dicho no vamos a extendernos aquí,
valgan como ejemplo dos casos cercanos: el cristianismo ya en el siglo
VIII pone las fuentes bajo la advocación de algún santo (Maraver, 1997:
41), costumbre que actualmente perdura, no siendo difícil ver cruces sobre
los caños. El Islam también tenía su forma apotropaica de purificar el
agua mediante las tres líneas que se pintaban en los cántaros y jarros,
que son la esquematización del nombre de Alá (Alba y Feijoo, 2001: 363-365).
Antes del siglo XIX, con el sistema de abastecimiento clásico, se era
plenamente consciente de la peligrosidad del agua y por eso era fundamental
saber cuál es potencialmente peligrosa. Este es un principio que hasta
ahora ha estado presente en toda la exposición, pues el agua se encuentra
de muchas formas en la naturaleza y es importante distinguirlas.
Capítulo III: No todas las aguas son iguales: calidades entre ellas,
incluyendo las que no son aptas para el consumo.
En caso de necesidad cualquier agua sirve para calmar la sed. A todos
seguramente nos vienen a la cabeza las historias sobre los náufragos que,
incapaces de aguantar, beben agua de mar y los efectos que hace en ellos.
En tierra firme las opciones se amplían y desde muy antiguo -posiblemente
desde nuestra primera condición humana- se ha sabido distinguir (y buscar)
las mejores aguas para beber.
Los autores clásicos son muy claros a la hora de distinguir entre los
diferentes tipos de aguas, y nosotros las vamos a ordenar por clases,
según su calidad en orden decreciente:
Clase A- El agua de lluvia.
Según Vitruvio (VIII, II) y Paladio (I, XVII) es la que tiene unas propiedades
más salubres. Seguramente la ponen en primer lugar porque su característica
principal es que siempre se puede confiar en ella (por lo menos hasta
la aparición de la lluvia ácida). No hay posibilidad de que esté contaminada
y, si se almacena de forma correcta, puede conservarse casi indefinidamente.
Los aljibes cumplen perfectamente esa función y en las casas romanas de
Mérida seguramente se construyen como una reserva en caso de cortes del
suministro por mantenimiento de los acueductos.
El agua de lluvia, además, si introducimos otro factor muy importante
en el ser humano, el gusto, siempre está buena.
Clase B- Fuentes y manantiales.
Los hay de cientos de tipos, en muchos casos de excelente calidad (aguas
minerales), pero en otros casos pueden ser venenosos. Hay que conocerlos.
Vitruvio dedica un capítulo completo (VIII, III) a enumerar diferentes
fuentes -cada una con sus propiedades, aunque muchas son más mitológicas
que reales-, que termina con una frase que resume perfectamente lo que
aquí se está exponiendo: "Por todo esto, debe ponerse la máxima atención
y habilidad en buscar y elegir bien los manantiales para proteger la salud
de los humanos". También, Vitruvio (VIII, I) nos alecciona sobre la
importancia de captar de un manantial, excavando si hace falta en el subsuelo:
“Si hay manantiales que hacen fluir el agua al descubierto, será
sencillo disponer de ella; pero si no aflora al exterior, deben buscarse
y deben captarse bajo tierra sus manantiales.”
Esta búsqueda de fuentes de calidad está presente siempre que se habla
de abastecimiento. Quizás el paralelo más cercano que tenemos hoy en día
de la preocupación que ello suscita es el enorme auge que tiene la venta
de aguas minerales -que prácticamente nos acercan el manantial a casa-,
despreciándose el agua del grifo por un amplio sector de la población.
En las grandes ciudades, como Barcelona, llega a ser la mitad de sus habitantes
los que desprecian el agua del suministro público (Ortega et al., 2002:
70). En Mérida hay gente que estima de mayor calidad la que sigue trayendo
el acueducto de San Lázaro, por lo que es frecuente ver a vecinos hacer
acopio de ella.
Antropológicamente es sorprendente la atracción que puede suponer una
fuente famosa en una localidad, hasta el punto de que hay personas que
recorren kilómetros en coche para llenar varios bidones en ellas. Suele
ser un tipo de agua de manantial que por sus características podría pasar
al primer lugar en esta clasificación: son las fuentes de aguas medicinales,
que unen su pureza a sus propiedades salutíferas. En el entorno de Mérida
hay una fuente en Alange y otra en Arroyo de San Serván, las dos más preciadas
de la zona, donde normalmente llegan a esperarse colas incluso desde las
cinco de la mañana (Fig 8). La primera de ellas fue un balneario ya en
época romana y estamos seguros de que, de no estar el río Guadiana entre
la ciudad y estas fuentes -haciendo imposible su conducción-, se habría
abastecido Mérida de ambas.
Fig. 8
Clase C- Los pozos.
"Si no encontramos fuentes de donde se pueda traer el agua es preciso
horadar pozos." (Vitruvio VIII, VI). Captan del nivel freático por
lo que normalmente tienen buena calidad. Tradicionalmente los brocales
siempre han estado tapados para que no penetre la luz ni la materia orgánica
y así mantenerlos en buen estado. El problema que puede afectarles es
la contaminación por filtración de aguas sucias, que en una ciudad puede
ser importante. Las cloacas de Mérida en época romana no estaban impermeabilizadas
de ninguna manera, habiéndose realizado el canal directamente en la roca
(Alba, 2001: 74), por lo que es seguro que estas se producirían. Quizás
eso explique la existencia de aljibes en las casas, cuyo agua de lluvia
está reservada para el consumo, mientras que la de los pozos se destinaría
probablemente a otros menesteres como cocinar, lavar utensilios y la ropa,
baldear los pisos, regar el jardín o llenar los baños privados. Estas
actividades necesitan de abundante agua y la de los pozos suele recuperarse
con prontitud, no así la de los aljibes que dependen de las precipitaciones.
Normalmente es un agua de menor calidad que las anteriores, como también
queda ampliamente probado en Madoz, que por ejemplo las describe así para
Valverde de Mérida: "Se surte de aguas potables de una fuente con caño,
que cae en un pilar. Para las caballerías y para los usos comunes, en
cuatro pozos en diferentes sitios de la población" (Tomo IV: 144-146);
o para Aljucén: "...un pozo, cuyas aguas, si bien poco apetecibles,
aprovechan los vecinos a falta de otras de mejor calidad" (Tomo I:
126-128).
Clase D- Aguas corrientes de superficie.
Nuestra literatura -no solo la novela sino también la científica- está
plagada de la creencia de que los ríos siempre son fuente de abastecimiento
para el ser humano, aunque en realidad casi nunca es así. Es una suposición
tan arraigada que empapa toda publicación sobre este tema, pero los ríos
no son fiables al estar expuestos a toda fuente de contaminación, pues
no cumplen ninguna de las condiciones que hemos explicado en el capítulos
anteriores.
En el área mediterránea las aguas de un río no son aptas en casi la totalidad
de su cauce, aunque pueden ser potables si están cercanas al manantial,
pues aún no ha dado tiempo para que se contaminen. Si son arroyos de montaña,
las frías temperaturas suelen conservarlas en buen estado para su consumo,
pero si el río ya ha tenido bastante recorrido es seguro que ha comenzado
la vida en ellos de forma peligrosa. En el caso de cauces anchos y poco
profundos el problema se agudiza, el Guadiana es un ejemplo paradigmático,
llegando a ser un cenagal en varios tramos. Aun así, a veces se ha aprovechado
mediante procedimientos de filtrado, como el que se daba en Calatrava
la Vieja (Ciudad Real) o el que se produce en el aljibe de la Alcazaba
de Mérida, ambos en época islámica.
En este tipo ya no está garantizada su pureza, por eso se busca siempre
que se puede el lugar de donde manan.
Clase E- Embalses y pantanos.
Sus aguas no son aptas para el consumo humano. Vitruvio ni siquiera se
plantea que puedan abastecer a una ciudad, y dice (VIII, I) a la hora
de encontrar indicios de los manantiales: "...juncos delgados, sauces
silvestres, olmos, sauzgatillos, cañas (...). Mas no hay que fiarse
mucho de estos indicios, sino que debe buscarse el agua en terrenos -no
en lugares pantanosos- donde las plantas anteriormente citadas crezcan
de manera natural...”. Hay otros autores que también la desestiman
explícitamente. Por ejemplo, Paladio (1, IV) la descarta categóricamente:
“La salubridad del agua se reconoce así: ante todo que no proceda
de estanques o charcas...”. Es difícil expresar mejor y más
claro este concepto.
Frontino (XI), a su vez, no se explica el porqué de la conducción Alsietina
construida por Augusto, pues su agua es poco sana -lógico al captar de
un lago- y por esto no corre a ninguna parte para uso del pueblo. Solo
se explica la fundación de este acueducto por parte de Augusto para surtir
a la naumaquia que estaba construyendo y así no privar de caudal a los
otros acueductos. El agua sobrante se distribuía para uso de particulares
como agua de riego.
En Mérida debido a su topografía (Fig. 9) cada uno de los tres acueductos
abastecía a una parte de la ciudad y por eso no hay posibilidad de que
cada uno surtiera de un determinado tipo de agua, sino que todos necesariamente
debían llevarla potable para las fuentes de cada sector. La depresión
que coincide con el decumanus maximus, la actual calle Sta. Eulalia,
impide que las conducciones de Cornalvo y San Lázaro lleguen al área del
cerro del Calvario, para la cual fue seguramente necesario la construcción
del acueducto de los Milagros.
Fig. 9
Moreno de Vargas (1633:87), mejor que nosotros, tenía claro que el agua
de Proserpina no servía para beber, pues entre las funciones que le asigna
no está en absoluto: "...y desde allí la repartían a los molinos que
había en la ciudad (...) ansí mismo el residuo de esta agua servía
para batanes, tintoreros y zurradores (...) y para regar sus jardines”.
Aunque en realidad nosotros sepamos ya que en Mérida la mayoría de
estas industrias se situaban extramuros (Alba, 2001: 75), tomando el agua
que necesitaban del río Guadiana, sin necesidad de traerla desde tanta
distancia.
Resulta también clarificador, si se lee atentamente el libro dirigido
por Fernández Ordóñez (1984), cómo de las setenta y siete presas anteriores
a 1850 catalogadas -sobre las cuales se tiene documentación sobre su función-
ninguna se construyó para abastecer de agua potable a poblaciones, sino
sistemáticamente para regadío, ganadería, molinos, etc.; incluso para
la jardinería, como en el Escorial.
Históricamente las ciudades nunca se han abastecido de embalses o pantanos
naturales hasta los siglos XIX-XX y esto comienza a partir de la revolución
industrial con el impresionante crecimiento que tienen las urbes. Su sistema
tradicional de abastecimiento es insuficiente y por ello se buscan alternativas
para surtir a tanta población (Glick, 1987: 23-33). En muchos casos se
captan aguas de menor calidad, lo que redunda en una serie de epidemias
–fundamentalmente cólera y tifus- que caracterizan a todo el siglo
XIX. Si la peste fue el azote del siglo XVII, la viruela del siglo XVIII,
el cólera se cebó en el siglo XIX.
En las ciudades sobre las que tenemos documentación se cumple esto sistemáticamente
–valgan como ejemplo Madrid (Segura et al., 2000), Bilbao
(Rodríguez, 2002) o Badajoz (Fernández, 1984)-. Para el primer caso es
revelador ver cómo se produjo una fuerte polémica en los periódicos con
motivo de la construcción de la presa de El Villar, finalizada en 1882.
Se discutió sobre la calidad de las aguas que llegarían a la ciudad y
de su idoneidad para el consumo de la población, planteándose la posibilidad
de depurarlas mediante un proceso de filtración y reposo. Finalmente se
admitió por todos que la mejor solución consistía en traerlas mediante
un canal cubierto (Fernández, 1984: 467), lo que no impidió que continuaran
las epidemias de cólera, como la de 1885.
No es hasta comienzos del siglo XX cuando comienza la cloración continua
del agua en Inglaterra, extendiéndose rápidamente, y terminando con muchas
de las limitaciones que antes se tenía a la hora de captar el agua para
el abastecimiento. Por ejemplo, la figura 10 muestra el descenso en picado
de las muertes a causa del tifus en Estados Unidos a partir de la adición
de cloro. Es entonces cuando se generalizan los embalses, porque ya se
puede captar de ellos.
Fig. 10
Actualmente para conseguir que el agua de una presa sea potable es necesario
someterla a una serie de procesos encadenados que, aunque hacen el agua
apta para nuestro consumo, muchas veces no es posible lograr que su sabor
sea bueno[4].
Podemos concluir que a la hora de elegir un lugar para emplazar una población
se buscará primero un terreno con agua de manantial o de lluvia para que
puedan beber sus habitantes. Si no los hay, se abrirán pozos. Si, a su
vez, esto es imposible o no se logra cubrir el cien por cien de las necesidades,
se captará de los ríos. En este caso solamente de los cauces más cercanos
al nacimiento o usando, ya como último recurso, procedimientos de filtrado.
Pero este sistema tiene sus limitaciones, pues antiguamente solo era posible
utilizarlo para pequeñas cantidades de agua, nunca para un caudal grande.
Y si nada de lo anterior es factible, entonces no hay población.
La respuesta humana ante las diferentes calidades siempre tiene su excepción,
pues ante la necesidad imperiosa no hay alternativas, como bien resume
el refranero popular: "Nunca digas de este agua no beberé o este cura
no es mi padre" que resalta dos imposibles que la fatalidad puede
hacer posibles.
Capítulo IV: El territorio emeritense y el agua
Se ha justificado la construcción de estos embalses -para abastecimiento
de agua potable- como única opción en aquellas áreas donde la escasez
lo obligaba, pero esto crea un unicum en la Península que no se
da en ningún otro lugar del imperio, cuando hay lugares en toda el área
Mediterránea mucho más secos, incluso semidesérticos, y no tenemos ejemplos
de este tipo de presas. Para la presente exposición pongamos solo un caso
paradigmático: Humeima, un asentamiento al sur de Jordania donde no tienen
más de 80 mm de precipitaciones al año y está muy cercana al desierto.
En el trabajo de Oleson (1991) se analiza cómo la solución que se adopta,
para tener suficiente agua para la vida cotidiana, consiste en conducirla
hasta grandes cisternas subterráneas mediante un acueducto, que capta
de dos manantiales, almacenándola y acaparando reservas para cuando las
precipitaciones estivales son mínimas.
En el caso del territorio emeritense no es necesario llegar a estos extremos,
pues en realidad los recursos hídricos son suficientemente abundantes,
y no nos referimos a los ríos, que como hemos visto no son aptos para
el consumo. Las fuentes y manantiales están presentes en la mayoría de
los pueblos circundantes y, si no existen, entonces los pozos vienen a
suplirlos. Madoz nos describe cada villa con su fuente de aprovisionamiento
-nótese que en ningún caso se toma de ríos o de presas- y nosotros lo
hemos traspasado a un mapa (Fig. 11) donde se aprecia la abundancia de
ellas.
Fig. 11
Lógicamente la topografía es determinante a la hora de elegir un manantial
que pueda ser útil para llevar su agua a la ciudad, y habría que estudiar
caso por caso para saber si son válidos. De todas formas, los recursos
del entorno no se acaban aquí, pues Madoz no incluye los otros manantiales
dispersos fuera de las poblaciones y que son muy numerosos. Por poner
dos ejemplos cercanos a Mérida: en Mirandilla hay hoy en día en su territorio
cuatro fuentes permanentes y ocho que a veces se secan, a las que habría
que sumar varias que han desaparecido en la Sierra Bermeja debido a la
repoblación con eucaliptos realizada en los años sesenta. En Arroyo de
San Serván contamos otros quince manantiales permanentes, aunque algunos
no son muy copiosos[5]. Esta es la tónica dominante en toda la zona y, en conjunto,
en todo el territorio emeritense son tantos los manantiales -calculamos
más de sesenta en un radio de 20 Km.- que descartan la hipótesis de que
era necesario captar de las presas. Esto mismo es aplicable a Toledo y
Zaragoza y son fácilmente comprobables sus paralelismos con Mérida.
De hecho, debido a que no son copiosos, se recurre a captar de varios
de estos manantiales para que el caudal sea abundante, reuniéndolas en
una misma conducción como pasa en el acueducto de Rabo de Buey-San Lázaro
–que tiene cuatro ramales- y como creemos que pasa también en las
conducciones de Cornalvo –más de tres ramales (v. Macías, 1913:
116)- y de los Milagros -posiblemente dos o tres ramales, como apunta
Moreno de Vargas: "Por este acueducto traían el agua del Albuhera y
otras que a él recogían por el camino"-.
Capítulo V: La relación entre los embalses y los acueductos emeritenses
En Mérida, tanto el acueducto de Cornalvo como el de los Milagros se
dirigen seguro a sus respectivos embalses, pero si se acepta que las presas
no abastecen a los acueductos, entonces es imposible que sean coetáneas
a ellos, como vienen a ratificar los datos que tenemos: En el caso de
Cornalvo sabemos que el canal pasa por debajo de la pared hasta la torre
de toma y, además, que tiene continuidad aguas arriba de la presa siguiendo
varios cientos de metros (Macías, 1913: 116), posiblemente discurriendo
por el arroyo de las Muelas en lo que se ha interpretado como un canal
alimentador de la presa (Gijón et al., 2001: 24), pero que debe
ser uno de los auténticos specus del acueducto, ya que Macías hace
alusión a varios canales subterráneos que confluyen en la torre. En nuestra
opinión está claro que el canal, o canales, son anteriores al embalse,
como ya apuntaron J. Martín et al. (1998 y 2002: 285), que aciertan
con su interpretación de que son galerías de captación en el aluvial completamente
innecesarias bajo un embalse, por lo que debe corresponderse con un sistema
de abastecimiento anterior a la presa. El embalse de Cornalvo es, pues,
seguramente posterior al acueducto y, como sabemos que son incompatibles,
tiene que estar amortizándolo o se hizo cuando éste ya no estaba en funcionamiento.
Nos parece muy improbable la posibilidad de que las conducciones tuvieran
una doble función, tomando de las presas o de manantial según se necesitara
para uso industrial o humano, ya que en Cornalvo se puede dar esa opción
al tener el ramal de la fuente del Borbollón. Cada vez que se captara
del embalse significaría ensuciar todo el canal y dejar a las fuentes
de la ciudad sin agua. Las labores de limpieza serían enormes y es inimaginable
que los habitantes de Mérida sufrieran periódicos cortes en el suministro,
salvo los estrictamente necesarios a causa del mantenimiento de la conducción.
Para esto no existen paralelos, aparte de que creo que si hubiera sido
así las fuentes nos hubiesen hablado de ello, por la suma extrañeza de
los viajeros.
En el caso del acueducto de los Milagros tenemos el canal casi hasta
la presa de Proserpina pero se ha perdido varios metros antes de encontrarse
con el muro. Aún así, siguiendo la topografía del terreno es seguro que
se dirige a ella. Aquí la cuestión es más complicada que en Cornalvo,
pues no tenemos una relación física entre ambos elementos.
En primer lugar sabemos que existe una presa inicial cuya cota de coronación
no llega a la de la conducción que lleva el agua a Mérida (Fig. 12), por
lo que estos dos elementos no pudieron funcionar juntos. Una opción es
que fueran obras independientes, la presa por un lado y el acueducto por
otro, y el canal siguiera su recorrido por la ladera superando al embalse.
Pero esta solución nos parece muy improbable como explicaremos más tarde.
Fig. 12
Si el acueducto captara de la presa, en todo caso se realizaría cuando
se amplía en altura el muro de contención en un segundo (o tercer) momento,
pero solamente podría abastecerse de la torre situada en la margen norte
-en la toma que tiene la cota 236-, puesto que la que está en el otro
bocín no tiene altura suficiente para llevar el agua a la ciudad al haber
muy poca variación con la cota del acueducto de los Milagros (232’02
y 231’38 respectivamente). A eso se le une que se aprecia muy bien
como esta última toma rompe el muro de la presa y, además, esta datada
en 1577 por Martín et al. (2001: 121-122). Las dos tomas de la
primera etapa de la presa, descubiertas en las labores de limpieza que
se realizaron en 1992, están bastante más abajo, por lo que se descartan
completamente.
Pero tampoco tiene lógica esta explicación, pues si el canal discurre
por la ladera sur ¿por qué tomar de la ladera norte? Esto obligaría a
atravesar todo el valle hasta llegar al bocín, cuando se podía haber tomado
perfectamente en la margen que lleva el acueducto (Fig. 12). No tiene
sentido, y por ello nosotros creemos que, al igual que en Cornalvo, el
acueducto de Los Milagros no tiene ninguna relación con la presa de Proserpina,
habiéndose realizado ésta en un momento posterior para embalsar los manantiales
que antes lo surtían, que sabemos existían pues se localizaron varios
al vaciarla para quitar los limos a comienzos de los noventa.
Capítulo VI: La cronología de las presas.
En este punto solamente queremos exponer los problemas que se nos plantean,
que abren posibilidades difíciles de defender hoy día, pero que no se
pueden soslayar en una investigación rigurosa. Seguramente este será el
capítulo más controvertido y somos conscientes de que muchos investigadores
nos reprocharán no haberlo constituido en el núcleo del artículo, pero
nosotros hemos creído necesario avanzar paso a paso, intentando comprender
primero por qué es insostenible que los acueductos capten de las presas.
Esta imposibilidad física es, por sí sola, argumento suficiente para descartar
la unión entre embalses y conducciones; es la explicación básica que está
por delante de cualquier obra y por eso lo hemos desarrollado en primer
lugar. Los argumentos arqueológicos han de ser entendidos en este contexto,
aunque realmente también ellos solos vienen a ratificar lo antes expuesto.
Esperamos que futuros trabajos vayan ordenando y completando toda la información
de que se dispone hoy día, aquilatando este apartado que por sí solo debiera
ser desarrollado con mucho tiempo y medios.
Tenemos varias fechas de C14 asociadas a la presa de Proserpina, aunque
es muy discutible su validez como prueba sobre la cronología del embalse.
Una fue extraída de un tapón que apareció entre los limos, cercano a las
tomas, y la otra de un pequeño fragmento de madera en el opus caementicium
del muro. Ambas dan como fecha calibrada los últimos años del siglo
I y primeros del s. II d.C., publicadas en el riguroso trabajo de M. Arenillas
et al, (2002). Pero pensamos que la fecha no es determinante porque
pueden ser trozos de madera reutilizados.
En los datos publicados no sabemos de que parte del tapón se tomó la
muestra, pues debido a su diámetro –30cm- si se cogió en el núcleo
la posible fecha de corte del árbol seguramente fue cientos de años después,
dependiendo de la especie a la que perteneciera. En general para dar una
fecha con C14 de una madera no es suficiente con tomar un trocito del
material, sino que es necesario un estudio muy riguroso y mucha suerte
con la cantidad de datos que ofrezca la pieza para intentar siquiera interpretar,
y a veces ni con esas se pueden asegurar las dataciones[6].
Las otras fechas por C14 publicadas se corresponden a las capas de limos
cuando se vaciaron y tampoco son fiables, pues citando a los mismos autores
(Ruiz y Peña, 1997: 49) honestamente reconocen que: "Las dataciones
obtenidas de las muestras de los sondeos mecánicos presentan, en general
mayores discordancias, incluso cifras que sobrepasan en varios milenios
(sic) la edad de la presa. Esto y su más difícil correlación con
las muestras del sondeo manual, sobre las que hemos efectuado los análisis
polínicos, aconseja desecharlas en este estudio”. Es decir,
se han publicado solo cinco muestras (solo una tiene fecha romana) que
casan perfectamente con la teórica evolución del embalse, pero se han
descartado todas las que no lo hacen al dudar de su validez.
La inscripción de Proserpina tampoco tiene relación con la presa, ya
que se encontró reutilizada en el lavadero de lanas aledaño (Fernández
y Pérez, 1893: 30) y lo único que prueba es la posible existencia de un
santuario, si acaso cercano a este lugar.
Es necesario entonces recurrir a otras herramientas. En el estado actual
de nuestros conocimientos las tipologías de los aparejos pueden ser útiles
para encuadrar culturalmente una obra, pero pueden ser engañosos a la
hora de datar precisamente. Como muestra está el acueducto de los Milagros,
donde a los contrafuertes y pilares se le han dado fechas diferentes atendiendo
a su tipología -a veces hasta con tres siglos de diferencia-, cuando tras
la lectura estratigráfica es claro que son fábricas coetáneas (Feijoo,
2001: 21). O también que, tomando el modo constructivo, se aporten cronologías
totalmente dispares para la misma fábrica del acueducto: Augustea (Almagro, 1983;
Álvarez, 1977; Canto, 1982), Constantiniana (García y Bellido, 1972),
de Adriano (Casado, 1985), de Trajano y de los Severos (Jiménez, 1976),
etc. Ahora bien, lo que sí que estamos en disposición de hacer casi todos
los autores, con muy poco tanto por ciento de error, es distinguir las
fábricas romanas del resto de las épocas. Tienen un sello característico.
Y el aparejo de la primera etapa de Proserpina no lo posee. Al contrario,
casi todos los ítems que la definen no se dan en ninguna obra romana de
Mérida y sí en otras épocas posteriores (Fig. 13): Es sillería pero no
tiene huellas de las grúas romanas; y tampoco han desaparecido, pues se
ve que no han sido repicados una vez colocados en su sitio. Las juntas
son sinuosas –no horizontales- y bastante anchas, cuando la mayoría
de las romanas normalmente no llegan al milímetro. Varias veces una hilada
se desdobla en dos. Algunas hiladas están compuestas por sillares muy
estrechos y alargados. No hay orden entre sogas y tizones. Se producen
constantes codos. Hay ripios de gran tamaño. Y, por último, no hay formato
de ningún tipo, siendo cada sillar completamente diferente al resto.
Fig. 13
Las juntas anchas están presentes en obras romanas de Mérida -como en
parte de la sillería de los pilares de los acueductos de San Lázaro y
Los Milagros- y los codos a veces aparecen, pero con una forma totalmente
diferente (en la presa están relacionados muchas veces con sillarcitos
mínimos). Esta fábrica en Proserpina es complicado achacarla a que iba
a estar sumergida, pues la arquitectura del imperio se caracteriza por
una rigurosidad casi matemática. Quizás se cuidara menos la sillería en
estos casos, pero hacer las hiladas sinuosas lo veo muy difícil, ya que
responde junto con los otros elementos a una concepción constructiva completamente
diferente a lo que conocemos en Mérida.
Estas características, en cambio, sí son todas típicas de época Altomedieval
y son encuadrables entre los siglos VI y X, aunque actualmente se encuentra
en un importante proceso de revisión que puede restringir su margen desde
el VIII al X (ver Caballero y Mateos, 2000).
Ya hay algún estudio (v. Caballero y Fernández, 1999: 206) donde basándose
en relaciones físicas se plantea que cinco presas, consideradas tradicionalmente
como romanas, posiblemente tengan una cronología posterior. En el caso
del trabajo citado pueden datarse entre el siglo VII y el IX al estar
dentro de un complejo monástico que se encuadra dentro de este paréntesis.
Sobre Cornalvo no tenemos fechas de C14, pero sí una relación física
determinante entre la presa y el acueducto, por la cual sabemos que la
primera se hace amortizando al segundo, o una vez abandonado éste. El
momento de fundación es complicado precisarlo, pero sin arriesgar mucho
se puede decir que tiene que ser a partir del siglo V, ya que antes es
difícil imaginar que se abandonen las conducciones (v. M. Alba en esta
misma publicación).
Analizando toda la bibliografía existente no hemos encontrado ningún
dato sobre algún resto romano en la presa, más bien éstos siempre se han
imaginado dentro de la estructura de la actual. La presa romana de Cornalvo
puede ser una entelequia a la que ha contribuido no poco la existencia
de la denominada torre de toma. Es muy ilustrador seguir el proceso historiográfico
por el cual se ha fraguado su existencia: primero se ha asociado la presa
con el acueducto –lo que ya sabemos que es imposible- presuponiéndose
de forma natural que si éste es romano, la presa también lo era (Moreno
de Vargas, 1633; Fernández y Pérez, 1893; Macías, 1913; Lantier, 1915;
Sánchez, 1947; Fernández Casado, 1961; Jiménez, 1976; Almagro, 1983).
Más tarde se identificó correctamente que lo que ahora veíamos de la
presa es obra posterior, pero siempre conjeturando que se hizo sobre un
embalse romano previo (Fernández Casado, 1983; Martín et al., 1998;
Gijón et al., 2001; Álvarez, 2002; Aranda, F. y Sánchez, J., 2002),
aunque todo vestigio del mismo es un postulado basado en una lógica continuista
con la tradición historiográfica.
En realidad la estructura que se conoce del embalse bajo la reforma de
1926, alveolar con muros formando retículas, es típica del s. XVIII (Fernández
Casado, 1961: 361; Martín et al., 1998: 323 y 2000: 669), posiblemente
relacionada con la concesión de la presa a Campomanes en 1773 para poner
un molino de papel (Martín et al., 2000: 669). El único autor que
vio una presa anterior a ésta fue Moreno de Vargas, pero no nos ha dejado
descripción alguna sobre la que poder trabajar. Desgraciadamente lo único
que nos certifica es la existencia de un embalse ya en 1633, con lo que
el paréntesis cronológico que se nos abre para esta estructura –entre
el s. V y el XVII- es muy amplio, aunque estamos seguros de que en el
futuro se podrá cerrar mucho más.
Queda como un cabo suelto en esta argumentación el único elemento romano
que se aprecia en Cornalvo y aún estamos muy lejos de darle una explicación
satisfactoria: es la denominada Torre de toma, pero, si es tal su función,
el que se encuentre exenta en el interior del embalse resulta extraño
para su época, como apuntan J. Martín et al., que además ya plantean
su posible cronología anterior (2000: 669-670).
¿Está realmente relacionada con la presa? ¿es seguro una torre de toma?
Como los anteriores autores nosotros lo dudamos mucho. Lo más parecido
que hemos encontrado a ella es la torre del acueducto de Aspendos en Turquía
(Fig. 14). Si estamos ante este elemento significaría que era necesario
construir un sifón para conducir el agua por esta zona, lo que vemos difícilmente
explicable, pues en principio se podría seguir bien la curva de nivel.
A favor de esta posibilidad tenemos la ventana-puerta en su parte baja,
que tanto sorprendía a Maximiliano Macías, y también las planchas de plomo
que se encontraron en su interior (Macías, 1913: 116), que quizás pertenecieran
a las tuberías necesarias para la conducción. A esto debemos añadir que
el canal romano que se aprecia aguas arriba del pantano, bajando por el
arroyo de las Muelas, coincide con la cota de coronación de la torre y
que tiene una cota muy superior al specus que atraviesa bajo la
presa. Probar o desmentir esta posibilidad quedará para futuros trabajos.
Fig. 14
Conclusiones
A modo de recapitulación, pues las conclusiones se han ido exponiendo
en cada capítulo, podemos establecer una frontera a comienzos del siglo
veinte en donde cambia completamente la relación del ser humano con el
agua, pasándose, gracias a la adición de cloro primero y luego con todos
los procesos de depuración existentes, a casi no importar de dónde se
tome el agua para el consumo humano. Antes de esa fecha, sin embargo,
en el área mediterránea se captaba para beber solamente de tres fuentes
principales: el agua de lluvia, los manantiales y los pozos. Los ríos
estaban vedados, a pesar de la creencia general, y solamente se tomaba
de ellos si era muy cerca de su nacimiento o utilizando en ocasiones procesos
de filtrado. Los pantanos, embalses y presas jamás se utilizaron, cuestión
que se ha intentado demostrar en este trabajo y que como último argumento
apelamos al sentido común, ya que a nadie se nos ocurre beber de allí
directamente.
En el imperio romano siempre se ha tenido mucho cuidado con el agua que
se bebía y se sabía perfectamente como controlar al máximo que ni estuviera
contaminada ni lo hiciera durante su conducción a la ciudad, como nos
demuestran los autores clásicos y los restos arqueológicos conservados.
Los tres acueductos que abastecían a Mérida, por sus características,
solo podían estar destinados a llevar agua potable. Las presas, por tanto,
no pueden estar asociadas a los acueductos de ninguna manera y por lógica
deben estar embalsando el agua que antes manaba para éstos.
Al descartar el abastecimiento de agua potable como razón para la construcción
de estas presas, se plantea lógicamente encontrar su función. Nosotros
estamos seguros de que era muy similar a la documentada de época moderna
y, en general, dentro de que muchas de ellas son polifuncionales, lo más
difícil es averiguar cuál es el fin principal para el que fueron construidas,
pues aquí ya es necesario estudiar cada caso específicamente. Abundantes
trabajos hacen referencia a los usos tradicionales que tuvieron estas
construcciones por lo que se pueden establecer tres fines básicos que
justifican la inversión para la realización de tales obras: la minería,
la ganadería o la agricultura de regadío. En un segundo plano, aunque
frecuentemente, los grandes embalses se utilizarán para otros fines como
la pesca, mover molinos, batanes, etc. sobre todo en periodos estivales
en los que los ríos no llevan prácticamente agua. Proserpina y Cornalvo
tienen todos estos usos –menos la minería-, aprovechándose su agua
en el estío cuando el Guadiana o el Albarregas no llevaban caudal suficiente.
Proserpina, además está situada junto a la vía de la Plata, que forma
parte de un una cañada, por lo que se aprovechó para situar un lavadero
de lanas aguas abajo (v. Moreno de Vargas y Sereno, 2002).
En cuanto a la cronología de las presas, a pesar de lo expuesto, no podemos
hoy en día ser más precisos. Aunque los datos apuntan hacia una fecha
de fundación altomedieval para la presa de Proserpina y a una medieval
o moderna para la de Cornalvo, un cambio de este calibre en la datación
universalmente admitida obliga a ir con cautela. Lógicamente se deberán
realizar estudios monográficos sobre cada presa, esperando que salgan
a relucir nuevos datos que permitan aclarar su cronología, pues aquí se
han planteado varias preguntas y algunas propuestas sobre las que trabajar,
señalando contradicciones imposibles de analizar en toda su extensión
en este artículo.
A lo largo de este trabajo se ha cuestionado el origen romano de las
presas de Mérida -algo que no va en detrimento alguno hacia las grandes
obras de ingeniería que son los acueductos- y, si es así, debemos concluir
con una visión optimista, pues el conjunto monumental emeritense se enriquece
ganando quizás una Proserpina altomedieval –lo que históricamente
resultaría aún más impresionante- y, si se confirma la hipótesis, una
estructura tan singular en el mundo romano como es el posible del sifón
de Cornalvo.
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[1] Ver http://putumayo.studentenweb.org/d/Agua%20potable%20en%20la%20selva.ppt
[2] Para la conducción de los Milagros, la única sobre
la que había dudas, se ha comprobado en las excavaciones realizadas por
R.
Ayerbe (2000: 45), sumando un tramo de 250 metros, que estaba abovedado
en su totalidad. En este caso el canal es casi siempre
subterráneo y realizado con un hormigón durísimo, mientras que la bóveda
iba en superficie y es de mampostería. En cuanto se
cae una piedra se desmorona fácilmente, por eso casi no se ha conservado.
[3] Enfermedades relacionadas con el agua en el mundo,
casi todas ellas seguramente presentes en época romana: Origen bacteriano:
Fiebres tifoideas y paratifoideas, Disentería bacilar, Cólera, Gastroenteritis
aguda y diarrea, Salmonella typhi, Salmonella paratyphi
A y B, Shigella sp, Escherichia coli enterotoxigénica, Campylobacter,
Yersinia enterocolítica, Salmonella sp, Shigella. Origen
vírico: Hepatitis A y E, Poliomielitis, Gastroenteritis aguda
y diarrea, Virus de la Hepatitis A y E, Virus de la polio, Rotavirus,
Enterovirus, Adenovirus, etc. Origen parasitario: Disentería amebiana,
Gastroenteritis, Entamoeba histolítica, Giardia lamblia,
Cryptosporidium.
[4] En Mérida, por ejemplo, para que el agua del pantano
de Alange sea potable se la somete a: 1º- Se mezcla con cloro
gas, para la oxidación y mineralización de las materias orgánicas;
con sulfato de aluminio para la coagulación de materias coloidales;
hidróxido sódico para el ajuste del PH; polielectrolíto para
la floculación de los sólidos; permanganato potásico para oxidar
metales como hierro o manganeso. 2º Floculación-decantación-
Eliminación de sólidos y exceso de fangos. 3º Filtración por Arena-
Eliminación de sólidos suspendidos finos. 4º Filtración por carbón-
absorción de contaminantes orgánicos. 5º Desinfección- esterilización
mediante dosificación de cloro gas. (Fuente: Estación de Tratamiento
de Aguas de Mérida, folleto informativo, 2004).
[5] Fuentes de Mirandilla permanentes: fuente
los Perros, fuente San Pablo, Fuente de Casa Herrera y dos fuentes en
la Cerca Blanda. Y que a veces se secan: Las Tres Fuentes, manantial Huerta
del tío Sava, fuente la Huertecilla, fuente el Alcornoquillo, fuente de
los Burros, manantial Encina Negra, fuente las Lagunillas y fuente de
los Zarzales.
Fuentes de Arroyo de San Serván: La fuente Santa, fuente la Bóveda,
el manantial del Palanco, la Fuentecilla, los Pocitos, la fuente los Serrano,
la fuente los Alacranes, el manantial de las Arenas, la fuente Blanca,
el manantial de la Puente, el manantial de la Graílla, la fuente de Altamojá,
la fuente del Charco, el manantial del tío Pepe y la fuente de los Pareones.
[6] Dos estudios ejemplares son los realizados para
San Pedro de la Nave por F. Alonso et al. (2004) y analizado críticamente
por L. Caballero (2004), que muestran lo complejo que es -a pesar de que
las muestras pertenecen a elementos constructivos del edificio (no como
el tapón de Proserpina)- darle por los primeros cronología a las muestras
y, por el segundo, interpretar cómo existen variables que hacen que la
fecha apuntada pueda no ser válida.
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